La soledad de las pérdidas, o profundizar el dolor humano que nos llega a todos

        Dos historias de dolor, “La soledad de aquí” y “Papá Querido”, que vimos el sábado 17 de septiembre en el Teatro Don Bosco de Bernal. Dos historias profundamente humanas, y que cualquiera de nosotros ha vivido o puede vivir. Dos historias diferentes, pero unidas por dos nudos fundamentales: el dolor de la pérdida, por un lado, y el compromiso de los Directores y los actores, por el otro, que han puesto todo de sí para representarlo.  Ambos, el dolor y el compromiso,  se unen en estas dos obras que vale la pena disfrutar…
        Y decimos “vale la pena” porque la pena está. La pena, hay que decirlo, es parte de nuestra vida, de la vida de todos. Daríamos lo que tenemos para que no exista, recurriríamos a todas las pociones, a todas las invocaciones mágicas, a todos los curanderos, a todas las religiones, para evitarla. Para que no nos llegue.
        Pero no hay talismán contra las pérdidas, no hay amuleto contra el dolor. Así lo demuestran estas obras, la primera, “La soledad de aquí”, de la autora Alejandra Félix,  fue dirigida por Merlina Álvarez, y es su “ópera prima”. Congratulaciones. Nos emociona participar del  inicio de una carrera que sabemos prometedora. La segunda, “Papá Querido”, dirigida por el gran Néstor Neir, que hace pie en el texto de la autora argentina Aída Bortnik. Ambas obras nos cuentan sus penas. Las penas que son de todos.

“La soledad de aquí” 
        Elizabeth llega, como siempre, a la plaza de siempre. Está muy, muy triste. El tiempo ha pasado, pero el dolor de la pérdida de un hijo es una llaga que no cicatriza. Hace diez años que Brian falta de su casa, y no sabemos cómo murió. De todas maneras ya no importa: Brian no está, y el dolor es un río que se lleva el alma y aunque pasen los años, nunca dejará de manar.
La gran actriz y directora Mabel Álvarez, a la que ya habíamos conocido en "La cantante Calva" 
        Le habla a los que, en algún momento, deberían haberla escuchado pero hace rato que le cerraron la puerta. Desde hace mucho tiempo, seguramente, no le atienden el teléfono. Ni la invitan, ni la llaman. Claro, después de los velorios, el que queda solo con el dolor, queda solo. Los demás siempre se van. Las excusas son variadas, pero no alcanzan. A los que sufren no les alcanzan. “Hace bastante que me han dejado sola” dice Elizabeth, y agrega: “Tantas veces te llamé y nunca te ocupaste de mí”. Quién sabe a quién le habla. Quién sabe si ella lo recuerda…
        “Traje algo especial para el día de hoy, esta vela, para festejar o para recordar o para olvidar, no sé”, dice, y sí, total, es lo mismo: Brian no está. Haga su madre lo que haga, hable con quien hable, no volverá. Y eso es lo que el alma no puede aceptar, justamente eso: no volverá. Jamás.
        “Miren, ¿ven a las personas que pasan? Todos me miran como diciendo ‘pobre, habla sola, está loca’ piensa en voz alta. Y reflexiona: “sí, estoy loca”. “¡El mundo que ustedes crearon es una mierda! ¿Qué tengo? Nada. ¿A quién le importo? A nadie” dice y se dice. “Soy invisible”.
        Prende la vela, en el nombre de Brian. “La vida es como la llama de esta vela; en cualquier momento se apaga, se va rápido y se lo lleva todo” piensa. Pero ella tiene tomada una decisión: tomará veneno, y el dolor, finalmente, se irá. “Sí, es un veneno rápido, para irme rápido de este mundo de mierda”. Ay, que no hay forma de evitar el dolor. Y el veneno tampoco lo calma.
        El ser invisible quiere hacerse visible. “¿Saldré en la portada de los diarios? Voy a dejar de ser invisible”, decide. “Nadie se va a dar cuenta, de esta pobre alma de un ser que sufre sola, apartada en el olvido, en donde hoy nadie tiene tiempo ni para sentir, ni para vivir, ni para hablar”, dice sumergida en la pena más profunda. Y desde allí, cuestiona a los que la abandonaron y a todos nosotros, con justa razón: “Y se van muriendo de a poco, y van a ser los próximos invisibles…”
        Ella a su hijo lo ve aún vivo, hamacándose. Lo siente en su vientre, donde lo llevó. Todo esto la sumerge aún más en ese río de dolor que sigue fluyendo…
Entra Lisandro Solari, como "Brian", también sumido en el dolor 
        En ese momento, un joven entra, visiblemente nervioso, enojado.  Furioso y dolido: su novia ha muerto, y no hay nada que pueda ayudarlo. Ni nadie. “Soy un hombre fuerte: decidido, inalterable en mis decisiones como vos mandás”. “Estoy cansado de escucharlas”, reconoce, y le habla no se sabe a quién. “No sean hipócritas, ¿dónde estaban cuando las necesité”, dice también por boca del dolor.
        Pero su fortaleza no es tanta. Como todos, el sufrimiento te hace doblar las rodillas. “Soy débil, fui débil cuando la vi partir; fui fuerte cuando sus manos me acariciaban y cuando me decía te amo. Y ahora, ¿quién soy?” dice con el alma que se quiere desgarrar del cuerpo, con esa fortaleza que nos dan los demás cuando están, y que cuando nos abandonan, nos dejan con las manos vacías. Vacías.
        “¿Vos, Vida, sos la que controlás el mundo de los humanos, no? Entonces, ¿por qué dejás que pasen estas cosas?” piensa el joven, que también se llama Brian. Pregunta retórica: no tiene respuesta. Nunca la tuvo. Nunca la tendrá.
        Elizabeth vuelve a buscar sus recuerdos, que Brian estuvo mirando. Él le grita a la Vida, y a los demás: “¡Basta, dejala en paz, no ves que somos seres que sufren!”. A ambos la pérdida de su afecto más grande los hunde en el río. “¡Yo la amaba!”, dice él. “¡Yo también lo amé, y ahora vive en mi corazón!” dice ella. El contrapunto es evidente: la madre, después de diez años, ya más resignada, ya ha llorado tanto que ni lágrimas le quedan; en él, la juventud y su fuerza forman un huracán de dolor.
        Pero hay que sobrenadar al río, hay que seguir, como se pueda. “Los recuerdos sirven para vivir, para recordar los momentos inolvidables. La soledad de aquí puede más pero yo continúo…” dice ella. Y él se pregunta “Pero qué pasará después…”. Nadie lo sabe, nadie más que uno mismo. “Qué persona en el mundo te va a decir cómo tenés que vivir tus sentimientos” reflexiona ella.
        Y ambos recuerdan, a la vez: “¡Cómo le gustaba venir a esta plaza!”. Y al fin, en un supremo acto de encuentro, se sientan en el banco y quedan abrazados mientras se dicen sus nombres: Elizabeth y Brian. Que los actores Mabel Álvarez y Lisandro Solari encarnaron con amor y profundidad.
        Porque al fin, el dolor no se cura, pero se acompaña con otro dolor. La única tabla de madera a la que aferrarse para nadar en ese río…
“Papá querido”
        Aquí también tenemos una pérdida, la del padre. El padre amado u odiado, o ambas cosas a la vez. En una pieza humilde, con el mobiliario justo, una máquina de escribir y muchos libros, están reunidos en este momento sus cuatro hijos, revisando sus cosas justo antes del velatorio. No se conocen, pero cada cual dará rienda suelta a su recuerdo, a su dolor, a su amor o a su odio frente a la falta de ese padre que se acaba de suicidar.
        Los hijos no se conocen entre sí, pero el médico, Germinal, parece conocer a sus hermanas, y lo que conoce es lo que desprecia en ellas: el perdón. El perdón y la aceptación de ese padre que las conformaba con cartas que, según él, iba fotocopiando porque seguramente a todos les mandaba misivas similares. Para él, no fue más que “un viejo de mierda”. Para ellas, un puñado de cartas, un amor lejano que no se olvidaba de ellas.
        “Es un viejo de mierda, no hablo de tu papito que te llevaba en brazos, hablo del mío”, dice Germinal con odio, un odio alimentado durante muchos años en los que quizá él se sintió abandonado. Y optó por abandonar. Por eso el padre murió solo.
        El mío, el tuyo. “Pero si es lo mismo” dice una de las hermanas. “No, no es lo mismo, y quién sabe cuántos más aparecerán” cuestiona Germinal. “Y debemos tener más hermanitos por ahí, porque el viejo viajaba mucho, debemos ser como cien hermanos…” dice con resentimiento. “Hace como diez años que yo no le contestaba” reconoce. El odio es así: lo impide todo.
        “A mí me escribía unas cartas hermosas” dice una hermana. Pero no es así para Germinal. “Nos programó a todos, a mí me compró un microscopio y por eso soy médico, a vos un perrito..” resuelve para resolver el dolor. La culpa es del que murió. Del que se fue. Asunto terminado. Pero no para las mujeres. “¿Y vos no creés que siempre los padres programan a sus hijos?” reflexiona otra.
Los cuatro hermanos, que son cinco en realidad, desnudan sus almas frente al dolor de la pérdida del padre
        La culpa del resentimiento de los hijos se paga con el abandono, porque no hay otra forma de bucear en este dolor. “Y quedar solo en este pueblo de mierda, y se mató de un tiro en la cabeza” dice el hijo. Y vaya a saber porqué se mató, qué soledad y  qué hastío y qué vacío sintió ese hombre, desengañado del mundo y decepcionado por sus hijos. “Nunca me voy a perdonar no haber venido” se lamenta una de las hijas. “Bueno, él tenía aquí muchos amigos” intenta consolarla otra. Ahora todo se siente como tardío. Vano.
        Pero Germinal no está dispuesto a caer, y por eso se va, se quiere ir. “Bueno, ha sido una experiencia interesante, conocer a mis ‘hermanitas”, sólo faltan los otros noventa y seis…” dice con despecho. No quiere nada de quien siente que no lo quiso, o no estuvo con él cuando lo necesitó. “Por mí pueden quedarse con todo” dice rechazando cualquier objeto, cualquier herencia. Cualquier sentimiento.
        Una trae una caja que tiene un rótulo que dice “Para entregar a mis hijos”. Pronto sabrán que son copias de las cartas, y que aparecerá una Amanecer, una hija más, que no conocen. “Las cartas que nos mandó todos estos años, con las que no llenó la cabeza con la solidaridad y todo eso, y uno se sentía un gusano que no merecía un padre tan maravilloso”.
        Y ése es el punto de Germinal, el hecho de que el padre les hubiera hecho prometer que serían grandes hombres y mujeres, y con esa promesa debieran intentar avanzar en la vida, con una promesa atada a la espalda que hiciera tan difícil avanzar. “Nadie es esa persona, tampoco él. ¡Por eso lo odiás tanto!” le reprochan Fiamma Novoa, Aixa Dodero, Alicia Mantovani, como Electra, Clara y María,  a Claudio Ascaso, que lleva a Germinal en la piel.
        Y así, sobre el final, leen juntos la carta del padre, que los insta a no dejarse vencer, a perseguir sus sueños, a mantener una actitud ética frente a la vida, a sumarse a la solidaridad, a la defensa de lo que se piensa y se siente.
“Querido papá: ayer recibí tu carta y estuve pensando toda la noche en lo que me escribiste. Y quiero decirte que tengo tanto orgullo porque sos mi padre, que sé que nunca voy a olvidarme de las promesas que te he hecho, de las promesas que hice sobre mi propia vida: de vos he aprendido que cada uno es responsable por toda la libertad, por toda la solidaridad, por toda la dignidad, por toda la justicia y por toda el amor en el mundo. Y que a esta responsabilidad no se puede renunciar ni durante un solo minuto de nuestra vida y que nadie puede cargarla por nosotros si queremos ser libres… Y yo te prometo, papá, que voy a ser capaz de recordar todo esto hasta que me muera y que nunca, nunca, voy a traicionarte o traicionarme… Lo único que quiero es crecer, crecer rápido, para convertirme en el ser humano que vos me enseñaste a ser, en alguien libre, solidario y orgulloso, que defiende sus ideas y no se inclina ante nadie, en alguien como vos, Papá querido…”
        Todos están de acuerdo, y el sentimiento los une, aunque ahora el papá querido ya no esté.
        Ahora que está muerto, pero ellos lo llevan en su corazón.   
La periodista Adriana Sylvia Narvaja con los directores Néstor Neir y Merlina Álvarez, junto a un excelente elenco
La imagen de portada pertenece al afiche de la presentación de las obras en el Teatro Don Bosco, al que le agradecemos la invitación. Aprovechamos la oportunidad para felicitar a la señorita Karina, quien elabora los alimentos riquísimos que se venden en el buffet. Desde aquí, le deseamos también lo mejor, y esperamos que todos vayan a comprobar qué buenas pizzetas y empanadas se venden...¡hasta que no queda ninguna!
Las fotos pertenecen a la conductora del programa de radio, Adriana Sylvia Narvaja, para el programa "Algo Especial Protagonista del Presente". Adriana Sylvia Narvaja es periodista y docente de Quilmes, República Argentina.
Texto de la carta que leen los personajes, de la obra "Papá Querido" de Aída Bortnik, del sitio "El Descanso de la Palabra".
http://eldescansodelapalabra.blogspot.com.ar/2016/05/papa-querido-aida-bortnik-en-teatro.html

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