El Sportivo Murga tocó su música en la Casa de Arte Doña Rosa, y cantó su canción. Y su canción era la de todos, la de la historia de cada uno, la de la historia de una Argentina que no valora lo que tiene hasta que lo pierde. Y que cambia lo que vale oro por espejitos de colores. Un toque de nostalgia y una música murguera que nos lleva de la mano por la emoción y los recuerdos de aquellos tiempos que son de todos. Sentido homenaje de la Casa de Arte Doña Rosa a los clubes de barrio que tantas historias atesoran. Por la vuelta.
El pasado domingo, Sportivo Murga vino a Quilmes a cantar y a tocar sus sonoros bombos y platillos. Como parte del Homenaje que la Casa de Arte Doña Rosa a los clubes de barrio, “Sportivo Murga” fue la tercera presentación de este ciclo, después de “El Alpargatazo” de la gente de Quilmes Oeste. Aquí hubo algunos vecinos de esa zona, y de varios barrios que se juntaron detrás de los colores negro y rojo de este escudito de un Club que, al fin, después de luchar contra la corriente en una Argentina que no valora suficientemente a sus instituciones hasta que las pierde, tuvo que cerrar. Los motivos no los diremos, porque son parte de la obra. Afortunadamente, sí son valorados por este centro cultural de Quilmes Centro, que le abrió sus puertas para recordarlo, valorarlo y, quién sabe, verlo resurgir de las cenizas de la historia.
Por ahora, y hasta que renazca, diremos que el escenario tiene una mesita con un vaso de vino y un “pingüino” de litro, donde se sentará nuestro relator, el actor Oscar Bertoni, excelente en un papel que lleva con precisión minuto a minuto. Es el socio y habitué de un club como el Sportivo, es el que nos va contando la historia, mientras juega al truco con un invisible oponente. Lo rodean los instrumentos con un banderín de Sportivo Murga, los viejos afiches de Fernet Branca, la publicidad de la pulposa Isabel Sarli, el de la presentación del Zorzal Criollo, don Carlos Gardel, las fotos viejas de viejas glorias de un equipo de fútbol que no subió, los avisos de Carnaval que brillaron en épocas irrepetibles, la damajuana solidaria, los botines con las medias y la pelota, compañeros, y un bombo con los colores del equipo que perteneciera a un tal Canario, que quién sabe si ya dejó de cantar. Pero Oscar Bertoni no está solo, está rodeado de recuerdos, de vecinos del lugar, de épocas, de viejos amores, de anécdotas que se van contando con la música y una poesía hermosa y contundente que lleva adelante el grupo de murga.
A la música original se ponen garganta y canto Analía Bernardes, Carolina Sol Fernández, Santiago Suárez, Juan Ignacio Sambucetti y Nicolás Antonelli. Rubén Jara oficia de técnico de sonido, mientras Gabriela Gambaro saca lo mejor de cada uno con su Asesoramiento Actoral. El resultado, una obra redonda, donde la risa se mezcla con alguna lágrima, donde la música tiene el lugar preponderante, y donde la esperanza nunca deja de brillar.
Y fue gracias a la esperanza que nació el Club. Ya lo cuenta el programa, en estos términos: “…Faltaba un lugar, y fue al Tano, anarco terco como él solo, que se le prendió la lamparita y la mandó, como de costadito, ¿vio?. El tipo tiró la idea y obligó al barrio entero a ponerse en campaña… la locura del Tano se fue haciendo de todos y fue así, dicen los que saben, que hace como cien años los vecinos se dieron un motivo para festejar, y bien de en serio. ¿Se acuerda de la noche de la inauguración? ¡Un tornillo hacía!... En el viejo descampado nació ese pequeño gran orgullo que marcaría la vida de muchos, la historia de ese club…”.
Así comienza la vida de este club, y va pasando, década tras década, lleno de bailes, Carnavales históricos, parejas que se conocen, niños que nacen y juegan al fútbol en su canchita, la parrillita con los choripanes que también tienen su canción, la llegada de los militares, los desaparecidos, el “deme dos”, la democracia, los tiempos nuevos, los noventa, la actualidad donde el Club ya no está. En el último tiempo, sólo el bar quedaba abierto. El pasto crecía como una selva, el club se fue viniendo abajo. Las vitrinas de trofeos, siempre vacías, ya no estaban. Ahora la gente tiene computadora, la televisión prendida a toda hora, y como final llegó la Autopista a comprar los terrenos.
“Todo terminó el día que bajaron el escudito”, se lamenta el socio, solo, en medio de las sombras llenas de las antiguas luces que brillaron tanto. “Creo que ahora hay un cyber”, termina. Una lágrima nos cae a todos. No sólo los socios del Sportivo perdieron tanto. La historia del Sportivo es un relato de lo que perdimos todos, cuando perdimos el “compartir”, y “compartir” pasó a estar sólo en Facebook.
Detrás, en el escenario, acompaña a Oscar el pasacalle que dice “Sportivo Campion” con “i”, firmado por “La banda del Figaza”. Queda el recuerdo de este Club “Sin Estado Atlético”, como dice el programa, donde, quién sabe, el fantasma del Tano siga rondando y empuje, ahora que entendimos lo que habíamos perdido, ahora que entendimos lo que debíamos defender, a toda la barra a trabajar para que Sportivo Murga renazca.
Lo que nació gracias a la esperanza, renacerá gracias a la esperanza.
Que aunque se pierda mucho, es lo último que se pierde.
Por Adriana Sylvia Narvaja
Para “Algo Especial Protagonista del Presente”.
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