Pero el fatalismo, el quietismo, no es el único de los males que padecemos. Pero es el más antiguo en la Argentina, el más notorio. Es la pretensión, el deseo de que nada cambie, para que todos podamos seguir haciendo lo que nos venga en gana. Si todos hacen esto, o aquello, yo tengo “autorización” para hacerlo también. Sea robar, sea matar, sea lo que sea. El deseo más supremo es “ir con la corriente”, para adaptarnos, para que “nos vaya bien”, aunque no nos va bien a ninguno. Porque si te roban, si te matan, no te va bien nunca.
Además, si se te ocurre hacer algo diferente, es la misma gente la que te mira con lástima (y un poco de desprecio) y te dice, con sorna: “¿Y vos qué te creés que sos? ¿Te creés mejor que nosotros?” Y vos querés decirle que no sos mejor, sólo querés ser más bueno, más justo, más amable, más compañero, más ciudadano, más persona. Pero parece que no cabe...
Fruto de tantos años de analizar la cuestión, veo que, como contrapartida al quietismo, al fatalismo, hay otro mal que se ve mucho por la TV (aunque por la TV se ven cada vez más de lo mismo, y cada vez más de lo peor). Y es el milagro falso, el “milagrito sin esfuerzo”, del cual son devotos los cronistas de ese medio, y de algún otro.
El quietismo, el fatalismo de “¿y qué querés, estamos en la Argentina?”, está compensado por “por suerte fue un milagro, murieron dos”, o “tres” o “sólo ciento noventa y cuatro”. Porque podían ser más, pero no lo fueron. No porque Dios no quiso, sino porque fue “un milagrito”, barato, sin esfuerzo ninguno de nuestra parte, sin sacrificio, sin sensatez. Sólo una cuenta, un numerito de muertos que todos sabemos que la vez que viene será más alto, y más alto y más alto, pero en esa ocasión dirán “fue un milagrito, murieron sólo trescientos cincuenta” o mil o un millón, y siempre así.
Cuando fue Kheivis, era un milagrito que murieran veinte. Cuando fue Cromagnón, un tanto más, ciento noventa y cuatro. ¿Cuándo será sufiente, en un país sin control, sin ley, sin amor a la patria, con muchas personas pero pocos ciudadanos?. ¿Cuál es el límite de los milagritos, que nos dejan contentos por un rato hasta que un nuevo fatalismo nos cae de arriba como un piano de cola y necesitamos otra dosis de milagrito para creer que nos movemos, que “ahora sí avanzamos”, que “ahora llegaremos hasta las últimas consecuencias”, que “ahora sí irán todos presos”, cuando preso no hay ninguno?. ¿Cuándo es basta, cuándo termina el milagrito?
Muchachos, milagro es otra cosa. Milagro es mover la suficiente cantidad de energía espiritual para que lo bueno salga adelante, para que vea la luz. Es un milagro que lleva fé, esperanza, alegría, certeza de que sólo lo bueno puede dar lugar a cosas buenas. Ni los santos, ni los cronistas, nos ayudarán con esto. Depende de nosotros, de nuestro compromiso, de nuestra pasión por el país, de nuestra argentinidad verdadera, y no la de un ratito con una banderita de dos pesos en la mano, sino la del sentimiento y del corazón.
Ese milagro, muchachos, todavía lo estamos esperando.
Esto es Dios y el Diablo en el Taller.
(Editorial escrita originalmente para Dios y el Diablo en el Taller).
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