Una pregunta interesante se planteó en el Taller de Divulgación Ambiental el año pasado. La pregunta era: “¿Qué es la vida?” y había que presentar la respuesta en forma de trabajo práctico. Recuerdo que por aquel entonces no lo pude contestar, por más vueltas que le di al tema. Muchas respuestas venían a mi mente, y ninguna me convencía: respuestas biológicas, genéticas, químicas, zoológicas, en fin, incluso cósmicas. Pero el trabajo quedó sin hacer…
A raíz de varios temas que escuché, estuve pensando y llegué, al menos, a una conclusión provisoria: La verdad, no tengo la menor idea de qué es la vida. Y creo que muchos, como yo, pensarán lo mismo.
La mayoría coincidirá en que la vida es todo lo que respira, con lo cual quedarán afuera las piedras y los cometas, el agua y las estrellas.
Otros dirán: “Bueno, si respira o no, no importa, la vida se refiere a todo lo que vive” (hum, creo que como definición deja mucho que desear). O bien: “Bueno, lo que estudia la genética” o bien “ los animales y las plantas, claro, en fin, la biología”. Y ahí nomás me vienen con eso de “bio=vida /logos=ciencia” y listo, tema finiquitado.
Pero si nosotros en nuestro Taller hablamos de biodiversidad, y la vez pasada dijimos que biodiversidad incluye la diversidad cultural, me pregunto… ¿vida es biología, o vida es aquello que yo considero que es vida? Por qué digo esto: porque, al fin, el ser humano ama y defiende lo que ama, y mata aquello que no es vida para él. Y eso es un tema social y cultural. Y si es un tema social, y cultural, es un tema educativo, y se puede ampliar. Para amar más la vida, y defenderla más.
Doy un ejemplo: en la Alta Edad Media, nuestros Padres de la Iglesia sostenían que la mujer no tenía alma, ni raciocinio, ni capacidad de pensar. Hoy, que muchos lo siguen pensando, matan a una mujer por violencia de género. Matan lo que no es “vida” para ellos. Por aquellos oscuros años, los campesinos no eran considerados capaces de decir la verdad, no eran “vida” para los poderosos, eran objetos. Y por eso se los torturaba, incluso para que digan que habían hecho lo que no habían hecho. Eran cosas, no vida.
Lo mismo para los esclavistas. Los del Sur, en Estados Unidos, no consideraban que los negros fueran capaces de usar armas, por eso fueron los últimos en entrar en la guerra de Secesión (además de que podían atacar furiosos a sus amos). No eran “vida”, no estaban “vivos”, no tenían capacidad de sentir (los que no lo crean, lean “La Cabaña del Tío Tom” y llorarán). No muy lejos de este pensamiento, los del Ku Klux Klan se cansaron de crucificar y quemar vivos a los negros del Sur, ahora libres, pero nunca a salvo. No los quemaban “vivos”, porque para ellos no eran “vida”, eran cosas. Cuando Obama asumió, en muchas ciudades no se dejó entrar a los negros a ver la asunción de un negro, justamente por ser negros. Qué macana.
Para Hitler, los judíos no era “vida”. Ni los gitanos, ni los homosexuales, ni los comunistas. Estos nazis sí eran amplios de pensamiento, o al menos amplios de enemigos: nadie estaba vivo como ellos. El que va a matarte ya te mató antes en el pensamiento, lo demás es fácil, viene después.
Para los abortistas, el niño está vivo, el feto no. Practicar el aborto no es un crimen, porque no se mata nada que esté vivo.
Para los que matan ballenas, las ballenas son cosas, no “vida”. Es el caso de Noruega, que acaba de conseguir que la Comisión Ballenera Internacional les deje seguir arponeando ballenas, mientras en tierra las empresas turísticas venden “paquetes” para que usted, señor, señora, vaya al Ártico a matar focas bebés a palazos, porque les comen los camarones, o los peces, o lo que sea. Les ofrecen vivir una “experiencia única”. Es decir, que para los noruegos, la noción de lo que está “vivo” es penosa, reducida, infame.
Mi enemigo no está vivo, puedo matarlo, puedo hacerlo desaparecer. Por eso debo librarme de él, sea quien sea. Si es un árbol, y no considero que el árbol esté vivo, puedo sacarlo de mi vereda. Al fin, en mi precario pensamiento, un árbol no es más que una mesa de madera, o un tablón, pero parado y agarrado al suelo, no sé porqué. No importa si alguien, en el pasado, lo plantó para mí. A mí me molesta. No es casa de pájaros, ni aire, ni vida. Lo saco y punto.
Lo mismo los animales, las plantas, la tierra misma, el océano y los mares. Los puedo ensuciar, empetrolar, volver tóxicos, sobrepescar, en fin, puedo hacer lo que quiero con aquello que está mi alcance para hacer lo que no debo. Al fin, como dice la British Petróleum, los defenderá “gente pequeña”, con la que ellos no tienen necesidad de hablar ni dar explicaciones. Porque tampoco tienen vida, pobre gente pequeña. Y no hablemos de la Barrick, porque no me animo a preguntar qué concepto de vida tiene este grupo de amantes… de lo ajeno.
Por eso vuelvo a la pregunta inicial: ¿Qué es vida? ¿Cuál es el concepto de vida que tengo? ¿Cuán profundo es mi concepto, y qué incluye, y qué no? En la India las vacas son sagradas, pero las castas son inamovibles, y los de la cuarta casta limpian letrinas y son susceptibles de ser golpeados. Sus vidas no valen nada.
Para mí, por ejemplo, las ratas y las cucarachas, debo admitirlo, no son vida, Pero en la India hay templos dedicados a las ratas, a las cuales la gente alimenta a pesar de la peste bubónica y de la rabia. En fin, la vida biológica se vuelve cultural…
Y por eso, quién más avanzó, quién más lejos llegó en este concepto, fue el mismo Jesús. El nos pedía que “amáramos al prójimo como a nosotros mismos”, y más aún, algo revolucionario, algo que ninguna otra religión o creencia pide, que “amemos a nuestros enemigos”.
Y nosotros, ¿cuán lejos podemos llegar?.
Esto es Dios y el Diablo en el Taller. El primer paso.
Por Adriana Sylvia Narvaja.
(Editorial escrita originalmente para Dios y el Diablo en el Taller).
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