La dolorosa redención de la mujer que no se rinde


Centro Cultural Artenpie – 15º Aniversario

Basado en un hecho real, “Desarraigos, cuerpos fragmentados” nos convoca a pensar el dolor, a sentir la desesperación de la violencia de la guerra que recorre y destruye el cuerpo de la mujer. Artenpie invitó a “Algo Especial Protagonista del Presente” a compartir esta presentación expresiva y llena de matices. Para reflexionar.

Colombia y su lucha viene a nosotros. Viene con su música, viene con sus mujeres, viene con su dolorosa historia. Artenpie nos  la acercó el sábado pasado en la obra “Desarraigos, cuerpos fragmentados”, la obra  de Jehymy Vasco y Any Correa. Con la dirección de Fabián Castellani, ya fue presentada en la provincia de Mendoza y durante el mes de julio se puso en escena dos veces en la sede del centro cultural de la avda. Vicente López 173, de Quilmes Oeste.

Sólo dos actrices, sólo dos voces y dos cuerpos veremos en escena en esta hermosa obra. Ellas son Jehymy Vasco y Lina Beltrán, quienes nos cuentan, con su canto, con su danza, con los sencillos instrumentos de su voz, de sus movimientos, de sus tocs tocs, una historia. Una historia terrible, y más terrible porque es real. Es la historia de la Masacre de El Salado, una localidad de Colombia en donde en fecha incierta desembarca un día un grupo de paramilitares, que a su vez bajan de sus transportes una romería de instrumentos musicales. Invitan a los pobladores a una fiesta, y mientras la fiesta llena el aire de música y danza, ellos llenan la tierra de muerte y sangre, en una horrenda matanza de los habitantes del lugar.
A  la manera de un relato de Gabriel García Márquez en tono de horror, el relato más cruel tiene música de fiesta. Como fue el hecho real. Que la conciencia de estas mujeres recuerde que esa noche “nadie durmió, nadie comió, nadie bebió y nadie habló” nos muestra cómo fue en verdad la fiesta que terminó en desesperación y angustia. “Los vecinos desocupaban las mesas para poner a los muertos”. Ojalá fuera Macondo. Al menos no hubiera sucedido en verdad lo que en verdad sucedió.

Sobre esta base continúa la historia, dentro de la ficción, o no tanto, ya que nunca se aleja de la vida misma. Volver a recuperar lo perdido, conversar con el aire, volver a mirar y no encontrar a nadie, volver a la casa del abuelo y no reconocer la nada, ir bajando y bajando por la pendiente de la tristeza y llegar al fondo del dolor. A la más profunda desesperación. Para luego, con el tiempo, con la vida, volver a empezar, volver a criar a otra niña, ya no vejada, ya no destruida, ya no fragmentada, para que la vida vuelva a empezar. Dura tarea desde lo tremendo de la guerra injusta, como toda guerra, de la violencia impuesta, como toda violencia.

Pero para recuperar lo perdido hay que ir más atrás, a la infancia, a las monedas robadas y al primo que llamaba su primera atención. Hay que recordar al abuelo, mientras los tocs tocs llenan el aire con sus golpecitos secos. La tierra, que fue húmeda, ahora está seca, como los corazones. En medio de los recuerdos, los fantasmas aparecen raudos en la memoria. “Ellos están flotando en el río, no, si los habían enterrado, no si yo los ví”. Los fantasmas se entremezclan y confunden. El dolor no se confunde, sólo trae más dolor y llanto plañidero. La acción humana se hace ineficaz para detener la violencia que fragmenta el cuerpo de las mujeres, y que convierte todo acto en acto inútil. Y así se llega al corazón del dolor.

Hasta que viene una nueva niña, a la que se cría como se nos crió, a la que se ama como se nos amó, nos trae una nueva esperanza.  Será un nuevo eslabón de una larga cadena de mujeres que se cuidan y se crían y se ven obligadas a renacer de la violencia impuesta, de la violencia que se ejerce sobre ellas, de la violencia que no eligen y que alguien elige para ellas. Pero ellas, persistentes, perseverantes en la Vida, insisten. “Las grandes huellas son seguidas siempre por pequeñas huellas” sentencian. “Corre, niña, salta, mi conejito” la alientan sus madres, a las que redimirá con sus nuevos ojos y su nueva vida que aún no conoce la maldad.

Los nuevos cantos, los nuevos vestidos, las nuevas trenzas, parecen cantar: Y si te caes, y si te derrumbas porque no quieres seguir, alguien, una igual a ti, bailará por ti. Alguien te invoca, alguien quiere traerte de nuevo a la vida. Alguien te hará girar y te ayudará a elevarte. Alguien que ha sufrido lo que sufriste tú. Y al fin, te ayudará a ceñirte la ropa, a arreglarte el pelo, a ponerte flores. Y a resistir y a enseñar a resistir a todo aquello que ataque la Vida. Porque el precio de la guerra lo paga más que nadie la mujer, y recae más que sobre nadie sobre el cuerpo de la mujer, y la fragmenta.

Pero nadie sabe cómo, sólo una mujer sabe, cómo volver a unirlo para poder continuar la vida, y hacer que la vida vuelva a tener valor.

Porque la única lucha posible, la única que da sentido, es la lucha por la vida. Y sólo nace del amor.


Por Adriana Sylvia Narvaja
Para “Algo Especial Protagonista del Presente”.

¡Compártelo!

No hay comentarios:

Publicar un comentario