A Helena


Edgar Allan Poe


Te vi una vez –sólo una vez- hace años:
Cuántos, no lo diré; pero no muchos.
Era en noche de julio: luna llena
Buscaba en ascensión, como tu alma,
Senda segura a lo alto de los cielos;
Y del orbe lunar, velo de lumbre
Resbalaba en efluvios soñadores
Hasta un jardín de encanto, en que la brisa
Iba en puntas de pies; sobre mil rosas
Resbalaba en quietud, vueltas al cielo:
Sobre el mudo semblante de las rosas
Que a la amorosa claridad rendían
Almas fragantes al morir extáticas;
Sereno, acariciaba aquellas rosas
Que al morir encantadas, sonreían
Al poético albor de tu presencia.

En banco de violetas, níveo el traje,
Reclinada te vi, mientras la luna
Besaba los semblantes de las rosas –
Y el tuyo – ay! con dolor, alzado al cielo.
¿No fue el Destino, amor, quien esa noche
(El Sino, quien Dolor también se llama)
Me llevó a respirar, en los portales
De aquel jardín, las rosas adormidas?
Ni un rumor: descansaba el mundo odioso,
Menos tú y yo -¡cómo palpita, oh Cielo,
Mi corazón, si estas palabras junto!-
Salvo tú y yo. Detúveme, y mirando,
Al punto mismo disipóse todo:
(Era un jardín de hechizo, amor: lo sabes.)
Murió la luz perlada de la luna;
Bancos de musgo y sinuosas sendas,
Flores radiantes y árboles adustos,
Y aun de las rosas la fragancia: todo
Desvanecióse allí, -salvo tú misma-
Salvo tú –salvo menos que tú misma:
Salvo la luz divina de tus ojos:
Salvo tu alma en tus ojos levantados!

Sólo a ellos vi – desvanecido el mundo,
Sólo a ellos vi – mientras fluyeron las horas,
Y ya al poniente resbaló la luna!
Sólo a ellos vi: -¡cuánta terrible historia
Del corazón, me reflejó su abismo!
Cuánto dolor, mas qué esperanza excelsa!
Cuán terso mar de aserenado orgullo!
Cuánta ambición audaz! – mas cuán profunda
Capacidad de Amor inmensurable!

Ocultóse por fin la dulce Diana
En lecho occidental de nubes negras,
Y tú, fantasma, en sepulcrales frondas
Te perdiste también. Sólo tus ojos
Permanecieron. No quisieron irse.
Y nunca más se fueron desde entonces.

Iluminaron mi retorno triste;
No huyeron más, cual mi esperanza un día;
Síguenme, y guían, al rodar del Tiempo;
Mis servidores son, mas yo su esclavo.
Es abrasar e iluminar su oficio;
Mi deber, ser salvado por su lumbre,
-purificado por su llama intensa
-santificado por su elísea llama.
Y en mi alma obscura la Belleza encienden,
Y es la Belleza la Esperanza misma.
Y están muy lejos, en el Cielo: estrellas
Ante quienes me humillo, en esas tristes,
Silenciosas veladas de mi noche;
Y en medio al esplendor del mediodía,
Las veo siempre, y centellean suaves:
Dos Venus que jamás apaga el sol.

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