Eclipse, un hecho real

por  Adriana Sylvia Narvaja,

periodista y docente de Quilmes

Fue un eclipse, la oscuridad total. Así vivíamos en plena dictadura, así nos sentíamos y fue la imagen que nos quedó. Ese sentimiento. Caminábamos siempre por el centro de Buenos Aires, siempre sin dinero. Por aquella época la calle Corrientes era todo para nosotros. No podíamos detenernos, porque inmediatamente un policía nos gritaba que circulemos, que no podíamos permanecer parados en ningún lugar. Hacíamos siempre el mismo camino, calle Junín esquina Tucumán, una cuadra, cruzábamos Lavalle, vueltita hacia Corrientes, tres cuadras hasta Callao, y derecho hasta el Obelisco. Muchas, muchas librerías (no sé si hay tantas hoy, ahora que se cumplen los 30 años que vine a vivir a Quilmes, buscando algo de paz). Pero siempre había gente allí, siempre había movimiento. Bares abiertos, teatros aún llenos, cines a rebosar de gente, pizzerías que eran un mundo. Todavía la Argentina vivía, latía y sentía, aún en medio de la oscuridad más absoluta. 

El barrio era y es Balvanera, un barrio particular. Todavía no habían volado la AMIA, así que se veía mucha gente ortodoxa que recorría sus calles. Muchos negocios de telas, algunos de los cuales todavía hoy están. Después de la AMIA, muchos se fueron. No quisiera recordar ese momento, el de la voladura. Pero por aquella altura yo había leído unos versos que todavía repito, y que hacían reír a los míos en mi casa:

“Soy de Balvanera, señores,

  donde relumbra el acero.

  Lo que digo con el pico,

  Lo sostengo con el cuero”.

Sí, era el barrio de la Zwi Migdal, así lo hacían notar todos los conocidos nuestros.Y el barrio del Partido Intransigente del doctor Oscar Alende. No era un barrio rico.  Pero era nuestro barrio, el barrio de las distribuidoras de películas donde no era infrecuente encontrarse con algún artista que iba hacia Aries, la productora. Y sobre la calle Tucumán estaban las oficinas de la Warner, que siempre ponía en sus vidrieras las películas que iban a estrenar. Hoy ya no está, y en su entrada duerme gente. Pero por aquella altura no habíamos perdido la esperanza de un país mejor…

Pero todavía no conté lo que quiero contar. Y es lo siguiente. Corría el año 1980, quizá (fue antes de la Guerra de Malvinas), y era una noche fría. No había mucha gente en la calle, yo venía por Junín desde la Avenida Santa Fe, no recuerdo por qué. A una cuadra, dormía el Edificio de las Aguas, nuestro baluarte, nuestro símbolo. En sus jardines dormían muchos gatos, que las señoras atendían, y que cuando éramos chicos acompañaban a una pobre mujer que vivía en la calle, en sus puertas. El barrio decía que había sido una princesa, y que ahora estaba allí. No recuerdo más. Quizá un día desapareció, o se la llevó el tiempo...Puede ser.

Pues bien, yo venía caminando en esa oscuridad, del país, de la calle y del alma. Y caminando en sentido contrario, una joven con minifalda, sin miedo al frío, venía con una sonrisa en su rostro. Cuando la crucé, me saludó y me entregó una tarjetita en la que me deseaba lo mejor. Yo tenía por entonces la misma edad que ella (hace mucho de esto) y le agradecí. Y seguimos caminando las dos, cada cual en su sentido. Guardé la tarjetita, que todavía tengo como un tesoro en una caja, y me dediqué el resto de la vida a pensar porqué ella salía, como una estrella, a repartir luz en medio de la oscuridad. Nunca pude hallar la respuesta. Pero siempre la recuerdo, no hay día en que no piense qué habrá sido de su vida, porqué sonreiría, de dónde venía, qué la había motivado a llevar luz a los demás. A mí me trajo luz en aquel momento.

Como ella, quizá muchos otros tratan de aportar un poquito de luminosidad a las oscuridades más absolutas. Siguió caminando, seguí caminando sin reaccionar a tiempo como debería haber reaccionado,  debería haberme quedado a charlar, preguntándole qué quería. Nunca fui buena para lo repentino, me quedo detenida, no sé reaccionar. De tantos males que sufríamos desde siempre, sólo me quedó esa reacción: ninguna. Guardé la tarjetita hasta el día de hoy, pensando en ella y deséandole que toda su vida, toda nuestras vidas que acaecieron después, ella haya recibido tanta luz como iba repartiendo.

Y tanta esperanza como teníamos, reflejada en su sonrisa. 


Este cuento ha ganado el Segundo Premio en el Concurso Literario de la Biblioteca Nuestros Hijos de la hermana República de Uruguay. Muchas gracias!. 


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