por Cristina Quarella,
docente y escritora argentina (1953-)
El 18 de julio de 1994, Sara salió de su casa a las 9 de la mañana, estaba muy contenta, iba a casarse en pocos días. A las pocas cuadras se encontró con su amiga Ana, quien le ofreció acompañarla, Sara tenía que hacer un trámite en la Amia.
Comenzaron a caminar. Cuando estaban por llegar eran las 9.30, Ana empezó a ponerse muy nerviosa, se paralizó y no podía hablar. Sara muy asustada le preguntaba qué le pasaba una y otra vez, Ana no respondía, es más no podía moverse.
En ese momento se detuvo un auto, Javier el conductor, que casualmente también se dirigía a la Amia, bajó y les preguntó qué les pasaba, Sara desesperada le explicó la situación, Javier miró su reloj, eran las 9.40, y les dijo que su padre era médico y justo estaba atendiendo. El consultorio no quedaba lejos y les propuso llevarlas. Sara aceptó y entre los dos subieron a Ana al auto con mucho esfuerzo.
Una vez que lograron acomodarla, Javier arrancó, el semáforo lo detuvo unos segundos en la esquina, por fin la luz verde le permitió tomar el camino hacia el consultorio de su padre.
Cuando habían recorrido diez cuadras sucedió: se escuchó una terrible explosión, Javier frenó de golpe, Ana reaccionó y empezó a preguntar qué había pasado, todavía no le podían contestar, pero si sabían que se había producido un milagro.
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