Las famosas 13 Colonias buscan independizarse de Inglaterra (cuarta y última parte)

Continuamos con estos interesantísimos texto sobre la época de la Declaración de la Independencia de las Colonias de los hoy llamados Estados Unidos de Norteamérica, y compartimos con nuestros lectores la cuarta y última parte. Pertenece al Diario Mercurio de Madrid, del año 1777, en este caso el número correspondiente al mes de diciembre,  y fue digitalizado por la Hemeroteca Digital de la Biblioteca Nacional de España. Nos interesa encontrar textos históricos y para ello trabajamos con diarios de la época, con información de primera mano, o lo más cercana posible a los hechos. Pensamos que así también hacemos un aporte al estudio de la Historia, desde nuestro humilde lugar. Esperamos que les guste.

        "No bien hubo acabado de hablar el Lord Coventry, cuando el Conde de Chatham tomó la voz, y expuso los motivos que tenía para oponerse a la proposición de S.M., los cuales manifestó con la claridad y energía que caracterizan su elocuencia.

        'Señores, dijo, nada es más justo que la proposición hecha por el Lord Percy en orden a las gracias y enhorabuena que se deben dar a S.M. Yo mismo iré con mucho gusto a arrojarme a los pies del Trono para manifestar a mi Soberano el entrañable gozo que me causa la felicidad que el Cielo derrama sobre su augusta Persona,  y toda su familia, igualmente que cuanto puede contribuir a asegurarnos para lo venidero la permanencia y goce de los derechos civiles y religiosos; pero al mismo tiempo que apruebo esta parte del Memorial propuesto por el Lord Percy, no puedo dejar de desaprobar la parte en que esta Cámara asintiese a las medidas propuestas para continuar la guerra de América.
        El dolor que siento al ver lo que se propone, y el modo con que se hace, es tanto mayor, cuando más distan las fórmulas presentes de las que en otro tiempo se observaban. En semejantes ocasiones acostumbraba el Rey tomar por guía a su Parlamento, no guiarle. Pedía a esta Cámara su dictamen, y nunca se entrometía a dictar al Cuerpo legislativo lo que debía decidir. ¿De qué se trata, pues en el discurso que habéis oído? ¿Se os habla de medidas, ya resueltas y concertadas; y se os convida a que concurráis a ellas. 
        ¿Y de qué modo se os convida? Se exalta vuestra prudencia, se cuenta con vuestro apoyo; y para determinaros  a concurrir a unos proyectos tomados sin consultaros, y que se piensa poner en ejecución sin daros noticia de ellos, se os lisonjea con sucesos, ocultos todavía en los designios de la Providencia. En cuanto al verdadero plan proyectado, apenas se os permite que le diviséis; y aún  os le indican de manera que conozcáis que el único partido que os queda es el de adoptarle sin reclamación y sin examen. 
        ¿Qué modo de hablaros es éste, Señores? ¿Cuándo se ha visto que el Rey de Gran Bretaña explique su voluntad con modo tan imperioso? ¿Ni quién podrá sufrir semejante lenguaje? ¿ Se ha visto jamás pretensión tan altiva y arrogante como la de querer dar la ley a la Providencia, y esclavizar  la voluntad, y el dictamen del Parlamento?  ¿Quién es el Ministro que ha podido aconsejar al Rey que os habla de este modo? De todos aquellos con quienes S.M ha consultado, ¿cuál será el que se atreva a confesarse autor de semejante consejo? ¿Qué nos da a entender un discurso tan extraordinario, sino que el Soberano se fía ciegamente de unos hombres que, habiendo engañado hasta ahora a S.M., tienen el secreto pernicioso de engañaros también a vosotros mismos, abusar de vuestra condescendencia, e induciros a cometer errores? 
        ¿Y qué es lo que se os propone? Que os preparéis a conceder los subsidios que a los Ministros se les antojen precisos. ¿Y podréis, Señores, acceder a semejantes proposiciones, sin haceros desde luego responsables de todas las consecuencias funestas que inevitablemente deben resultar. ¿Quién ignora lo nocivo y contrario que es a la construcción de este Reino semejante ejemplar? ¿Qué hombre ha podido tener la osadía de asegurar al Rey que sus negocios prosperan, cuando en el mismo  instante en que os hablo tenemos pruebas evidentes de lo contrario? ¿Y quién es el atrevido que toma por órgano a S.M. para aseguraros de un éxito  que es casi imposible se verifique; y todo esto (lo repito) con el perverso designio  de acabar de seduciros y extraviaros?
        Sea quien fuere este infiel Ministro ¿no deberíamos, si le conociésemos, citarle ante el Tribunal de esta Cámara, y aún ante el de la Nación entera, para hacerle responsable, en su presencia, de todas las resultas de sus perniciosos consejos? ¿y qué se atrevería a responder si se le hiciese comparecer en este mismo instante? ¿Os hablaré, Señores, del estado actual de nuestra Nación? ¿Expondré a vuestra vista la pintura de las calamidades que se os han representado con los más vivos coloridos? ¿Qué fuerzas tenéis? ¿Qué os figuráis, y qué capital hacéis de estas pequeñas Islas de la Gran Bretaña y de Irlanda? ¿ Os atreveréis a compararlas con las de América? ¿Cuáles son, pues, en el día vuestros recursos?¿En qué fundáis vuestra defensa? Confesémoslo: en nada. 
"Washington cruzando el río Delaware", de Emanuel Leutze, 1851
        ¡Pues qué contraste si vuelvo a otra parte la vista! Yo veo enemigos inveterados, cuyos Estados se ponen cada día más florecientes, cuyas fuerzas se aumentan a porción que se disminuyen las nuestras,  y cuya Marina actual es formidable. No os fiéis, señores, de las seguridades que os dan, y que nosotros mismos daríamos en iguales circunstancias. Los Soberanos aman  sin duda la paz; pero los intereses de sus Reinos, que deben ser su norte, harán que sus designios sean hostiles. 
        Cuando yo no tuviese noticias positivas de esto,  como la tengo, me bastaría ver las costas de tantos Reinos llenas de Tropas.  ¿Qué más se necesita para vivir con recelos? ¿Y qué tenéis que oponer a los enemigos? ¿Cinco mil hombres cuanto más en esta Isla, y casi igual número en Irlanda, con 20 Navíos en línea, los cuales no están todos en estado de servir. 
        Vuestro mayor recurso, Señores, y quizá el único que os queda, es la paz. Si no la concluís, si tardáis en proponerla, o vuestras Colonias, irritadas por el tono altivo con que las tratáis, no condescienden a ella, perdióse esta Nación, y llegó el exterminio del Imperio Británico.
        Acaso confiáis en vuestros Ministros, ¿pero no habéis observado su conducta en unas circunstancias tan críticas? ¿Qué han hecho hasta ahora para recobrar el amor de sus hermanos de América? En vez de valerse de los medios más suaves para atraerles, se han aliado con extranjeros,  y les han pedido socorros. 
        ¿Y con qué extranjeros han hecho estas alianzas? Con unos Príncipes Alemanes, cuyos Estados apenas se perciben en el mapa, cuya cuya indigencia mueve a compasión, cuya  cuya existencia nada significa, y que se engríen en  el día viendo que humildemente vamos  a  pedirles socorros. ¿Y para qué? Para hacer degollar en América a  sus semejantes y a sus hermanos, cuyo valor es igual a los insultos que les han hecho. 
        ¿Qué diré de los tratados mercenarios que han concluido para comprar sangre humana a peso de oro, y de las alianzas que han hecho con Salvajes, verdugos impíos que no saben sino ejercer crueldades horribles en inocentes desarmados y sin defensa, en ancianos imposibilitados, y en niños pendientes todavía del seno de sus madres, los cuales mutilan, asan y devoran? ¿A quién podrán acudir en adelante estos Ministros, para ser más bien servidos a menos de ligarse con cuadrillas de salteadores? 
        He aquí, Señores, del modo que nuestros Ejércitos se hallan tan deshonrados con nuestras victorias como con nuestras derrotas. No fueron estos seguramente los medios por donde llegamos en otros tiempos a la grandeza que admiraron casi todas las Naciones, las cuales al mismo tiempo confesaban nuestra humanidad y justicia. No brillaba en aquellos tiempos  felices el valor inglés con el Tomahawk o cuchillo con que se levanta el pericráneo; ni el Militar inglés creía desempeñar las obligaciones de Soldado, de Ciudadano y  de hombre, oponiendo gentes bárbaras y y salvajes a nuestros enemigos. 
Constitución de Estados Unidos de la British Library 
        No, Señores, si todavía podemos esperar algún  buen suceso, es preciso que la Gran  Bretaña no lo deba sino a sus hijos, y que sea obra de las Tropas Inglesas. No os  figuréis que las Colonias quieran sujetarse mientras enviéis verdugos que degüellen sus hijos. Los Americanos son Ingleses como nosotros: no les opongamos sino Ingleses.
        Entonces, si pareciere necesario hacer nuevas levas en la Gran Bretaña, yo mismo miraré como precisa obligación mi concurrir a su buen éxito, y venderé, en caso preciso, cuanto tengo para contribuir a las medidas que dictare la prudencia, en vez de que aún cuando no se me pidiese sino un Scheling (chelín) para verificar los designios de nuestros Ministros, lo negaría, por la persuasión en que estoy de que su plan no puede producir otro efecto que el de destruir y deshonrar la Nación. ¿Ni qué otra idea puedo formar de dicho  plan? Esta guerra no se dirige sino a arruinarnos, ni presenta sino peligros, todos los días se ven insultadas nuestras costas e infestados nuestros mares de Corsarios Americanos, no tenemos fuerzas  que nos defiendan; y para colmo de desgracias hemos perdido el Puerto de Lisboa.
        Sin embargo de todo esto, y de las pérdidas que hemos experimentado, todavía nos queda un recurso, si sabemos aprovecharlo.  Las colonias están actualmente indispuestas contra algunas Potencias que les rehúsan los socorros que las mismas Colonias les habían pedido y esperaban. Aprovechémonos de este momento de disgusto. Si perdemos esta ocasión, quizá no volverá a presentarse.
        La Gran Bretaña y la América forman seguramente un solo y único imperio. Este es principio incontestable; pero yo defiendo que cada parte debe conservar sus derechos particulares, sus inmunidades y privilegios. Dejemos, pues, a los Americanos sus derechos municipales, no violemos sus privilegios; y sobre todo evitemos disputarles el derecho de arreglar por sí mismos su contribución. Este último artículo, que debe mirarse como el verdadero objeto que les ha movido a sublevarse, bastaría, si insistiésemos en contestárselo, para hacerles más tenaces,  y determinarles definitivamente a no admitir ningún medio de conciliación.
        A más de esto, ¿qué significa la pretensión  ilimitada de fijar a nuestro arbitrio la contribución de las Colonias, y en qué principio pensamos apoyarla? ¿No es diametralmente opuesto a toda razón y justicia querer  que una Tropa venal se abrogue a tres mil  millas de distancia el derecho de disponer  de los bienes, y posesiones de un Pueblo,  ignorando su genio, carácter, facultades, , disposiciones, necesidades y verdaderos intereses? ¿Podrán los Ciudadanos  acaudalados, de que hay gran número en América, someterse nunca a un derecho arbitrario de contribución, que expondría cuanto poseen a la codicia, y ambición de unas gentes cuya equidad les es sospechosa?
        Para figurarse semejante quimera es necesario haber perdido el juicio. Paso en  silencio el lujo, la profusión, la venalidad, la corrupción que reinan aquí; vicios a que las Colonias, donde no dominan, atribuirían sin duda las contribuciones que se les impusiesen. No pensemos, pues, en más contribución que la que se deriva de su Comercio. Fijémonos en este solo objeto, sin separarnos jamás de él no permitamos que los Americanos se hagan Soberanos de su país.
         Al mismo tiempo que soy de opinión de que se les deje gozar libremente de todos sus privilegios insisto  e insistiré siempre en que es preciso tenerles en la dependencia constitucional que les sujeta la Metrópoli.
 George Washington cruzando el río Delaware, de la British Library 
        Para restablecer las cosas en el pié que antes estaban, me parece que el primer paso que debe darse en las circunstancias presentes es la cesación de hostilidades en el caso de que se adopte mi dictamen, juzgo que será conveniente nombrar una junta que examine los medios que deberán tomarse para autorizar inmediatamente al Soberano fin de que envíe Comisarios  a América para tratar con las Colonias, especificando los términos precisos en que deban practicarlo.
        Si no obstante las condiciones razonables que se les propongan, y en que señaladamente se especificará la garantía del acto de navegación, que debe servir de basa a todo lo demás, continuare la América en no convenirse a un ajuste, entonces, Señores, deberéis discurrir los medios más oportunos para hacerles cumplir su obligación, a que faltarían de un modo muy odioso; pero preveo que no  debéis temer que llegue semejante extremo.
        Es verdad que reina un espíritu de facción  en algunas partes de América, cuyo proyecto es hacerse independientes; pero también sé que las Colonias del centro volverán gustosas a su antiguo estado, como se les den las seguridades mencionadas.  Bien concibo que mi plan es susceptible de  muchas objeciones; pero óbrese de buena fe por ambas partes; ofrézcanse condiciones que puedan ser aceptadas, fórmense éstas de modo que teniendo fuerza de ley no  pueda contravenir a ellas ninguna de las partes contratantes; y me atrevo a prometeros que en breve veréis restablecida la tranquilidad en aquellos desgraciados países. Conozco muy bien el carácter de sus  Pueblos, y por lo mismo os hago este  pronóstico.
        En vista de todas estas consideraciones reduzco mi dictamen a los puntos siguientes: primero, que en el Memorial que se intenta presentar al Rey se añada que la Cámara aconseja a S.M. y le suplica humildemente que con la brevedad posible  haga tomar las medidas más eficaces para restablecer la paz en América.
        Segundo, que se represente a S.M. que las circunstancias exigen el que sin pérdida de tiempo se proponga la cesación de hostilidades; que se entable un tratado que pueda asegurar la tranquilidad de las Provincias, que se piense seriamente en quitar las perniciosas causas de guerra tan ruinosa, tomando las precauciones necesarias para evitar en lo sucesivo semejantes calamidades; y finalmente, que se asegure a S.M. que la  Cámara, en el instante en que lo juzgue necesario, mirará como propia obligación  el concurrir con S.M. a restablecer entre los dos Estados una paz sólida y  permanente, y promulgará las leyes fundamentales e irrevocables que deben fijar para siempre los respectivos derechos de la Gran  Bretaña y de sus colonias'.

       El Lord Sandwick emprendió refutar  por menos todas las aserciones del Lord Conde de Chatham en un discurso que pondremos en  el Mercurio próximo. Después de estos debates se pasó a votar, y el Memorial proyectado por el Lord Percy se aprobó a pluralidad  de 97 votos contra 28.

  Por cartas que han traído unas Embarcaciones de transporte, procedentes de Quebec, sabemos que los Generales Arnold y Conway, habiendo tomado las medidas necesarias para que el Ejército inglés no pudiese recibir provisión alguna, ni apoderarse de ningún paso, cercaron con 120 hombres y las Milicias del País, las Tropas del General Burgoyne; y que aquel Comandante se había visto precisado, mediante esta maniobra, a rendirse prisionero de guerra con todo su Ejército el día 4 de Octubre.
        Las mismas Cartas añaden que el General Arnold se disponía a bajar con 70 hombres a Nueva York, Y que el General Conway, con el Marqués de…(punteado en el original)  y 50 hombres, iba a poner sitio a Ticonderago".

Diario Mercurio, Histórico y Político, “Que contiene el estado presente de la Europa, lo sucedido en las Cortes, los intereses de los Príncipes, y generalmente todo lo más curioso, perteneciente al mes de  Diciembre de 1777, con reflexiones políticas sobre cada Estado”,  en Madrid, en la Imprenta Real de la Gazeta.
http://hemerotecadigital.bne.es/issue.vmid=0012208089&page=50&search=independencia+de+las+colonias+de+inglaterra&lang=es

La imagen de portada pertenece al cuadro "The Birth of Old Glory" del artista  Percy Moran.
https://www.loc.gov/item/today-in-history/june-14/?loclr=twloc

La imagen de George Washington cruzando el río Delaware pertenece al pintor Emanuel Leutze, y es del año 1851.
https://es.m.wikipedia.org/wiki/Archivo:Washington_Crossing_the_Delaware_by_Emanuel_Leutze,_MMA-NYC,_1851.jpg

La imagen de la Constitución de USA y la imagen de Washington cruzando el río pertenecen a la Biblioteca Británica (British Library).
https://www.bl.uk/the-american-revolution/articles

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