Discurso Histórico y Político sobre los principales sucesos del año de 1775
No puede negarse que la Nación Inglesa posee el cálculo en grado muy superior: que a éste ha debido el descubrimiento de las máximas más oportunas para hacer florecer el comercio; y que por él ha practicado con admirable sagacidad e intentado con tan prósperos sucesos, los medios de hacer fructificar todo los ramos del mismo comercio; ¿pero sería temeridad atreverse a decir que no ha empleado en la política de este ramo de administración aquella perspicacia que sabe ir más allá de los sucesos actuales, y que descubre la suerte de un Estado para lo futuro comparando la extensión de sus designios con la de sus fuerzas?
Persuadida la Inglaterra a que la riqueza atrae a la riqueza, y que los progresos de su fuerza estarían constantemente ligados a los de su marina, ha creído que su opulencia le abriría un camino fácil y seguro al imperio universal del comercio. Quizá era en este escollo donde la fortuna la esperaba, y que espera igualmente a todos los pueblos a quienes llegue a seducir esta agradable ilusión, los cuales, cuanto más parezca haberse hecho dueños de esta peligrosa fantasía tanto más se podrá creer que han llegado al término de su decadencia. En efecto, semejante proyecto, en el actual estado de las cosas, no debe tenerse por menos imposible ni por menos absurdo que lo sería el de juntar y contener en una sola madre todos los ríos del mundo.
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Es evidente que, si el comercio fuese libre en todo el Orbe, cada región participaría de él a proporción de su situación, de su extensión, de su fertilidad, de la especie y valor de sus producciones, del número de sus habitantes y de su industria. Entonces la balanza del comercio abandonada a la energía de sus resortes naturales, se pondría por sí misma en equilibrio: toda la masa de las riquezas se distribuiría en la superficie del globo a medida de las ventajas particulares.
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Pero lejos de gozar de esta libertad, el comercio se halla actualmente sujeto por todas partes con grillos que la codicia ensancha o cierra según su capricho: su curso se ve interrumpido con diques y barreras de todas las especies, la codicia suspicaz le ha hecho por todas partes tributario de la violencia; y las disposiciones primitivas de la Naturaleza no se presentan ya a quien observa con ojos atentos sus huellas, sino como ruinas que parece haber respetado el tiempo para dar a conocer el plan del edificio en que estaban colocadas.
No por eso debemos figurarnos que la balanza natural haya padecido una alteración irremediable, que el comercio, desviado de su lecho, no pueda volver a entrar en él. Su libertad absoluta es meramente un objeto de especulación; pero las relaciones fundamentales que, bajo la influencia de aquella libertad, debían reglar la fortuna de los pueblos, existen siempre; y para restituirlas a su destino, basta recurrir a los medios que se emplearon para separarlas de él, remedio tanto más fácil de practicar, cuanto naturalmente y por sí mismo se presenta, y camina siempre al lado del abuso que lo hace indispensable.
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Habiendo llegado la Inglaterra a este grado de poder, por el esfuerzo de sus armas, y el peso de su Marina militar, se ocupó en combinar a favor de su comercio un sistema de reglamentos, capaces de asegurarle una superioridad incontestable sobre sus vecinos. En el año de 1660 se publicó el famoso Acto de Navegación: “Acto en que se niega la entrada en los Puertos Británicos, tanto de Europa, como de sus demás dominios, a todo navío extranjero que no va cargado de mercancías nacidas o fabricadas en su país”.
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A la ejecución de su Acto de Navegación, añadió la Inglaterra la práctica de las máximas que son el alma y el móvil del Comercio interior. Atenta a no transportar sus producciones territoriales sino después de haberlas manufacturado, favoreció la entrada de las materias primeras que le faltaban para sus manufacturas. Proscribió, o cargó de crecidos derechos todas las mercancías que podías impedir o retardar el consumo de sus producciones; fomentó con gratificaciones la introducción de los géneros que después podían extraerse con ganancia; y en fin acogió y recompensó todo cuanto podía contribuir a animar la industria nacional, y adormecer o sofocar la de los extranjeros. Estas fueron las máximas que adoptó la actividad inglesa en sus especulaciones mercantiles, y éstos los medios de que se valió la vasta codicia de aquel pueblo fogoso para debilitar y restringir la navegación de sus vecinos, y dar ensanches a la suya propia.
Con principios tan sólidos, con tan cuerdas precauciones y tan excelente conducta, debía llegar necesariamente la Inglaterra al colmo de la opulencia y de la gloria; y en efecto, no salió vana su esperanza. Su comercio se extendió, se fortificó y tomó en todas partes un ascendiente rápido sobre todos sus competidores. Desde el uno al otro Polo desterraba su bandera la concurrencia de todos los países en que se fijaba, o a lo menos lograba una preferencia notable, adquirida por industria o por autoridad. Feliz, si en aquel alto grado de esplendor se hubiese contentado con ser la primera y más respetable Potencia en todos los mares, y no hubiese dejado divisar la sed que tenía de reinar en ellos exclusivamente y sin contradicción.
Algunos escritores ingleses se han atrevido decir que su marina se hallaba en estado de hacer frente a la de todas las Potencias del mundo, ligadas contra ella, y de darles la ley. Ya se conoce el caso que se debe hacer de esta pueril exageración; pero supongamos por un instante que fuese cierto lo que dicen los referidos Escritores: aun de este modo no veo lo que ganaría la Inglaterra. Tan lejos estaría aquella Nación de poseer entonces el Imperio del comercio, que los mismos pueblos a quienes insulta con tanta audacia, sería dueños de aniquilar el poder inglés, reconcentrándose en sus propios territorios, para no comerciar sino entre sí mismos, y romper toda comunicación con la Inglaterra. ¿ De qué la servirían, en esta suposición, las riquezas que la inspiran tanto orgullo? ¿A quién iría a ofrecer los productos de la India y del nuevo Mundo, y todas aquellas brillantes bagatelas que no tienen otro valor que el que les da el lujo y la vanidad? ¿No experimentaría entonces, en medio de su quimérica opulencia, la suerte de aquel Rey insensato que la fábula nos representa espiando como una hambre cruel el fatal donde convertir en oro cuanto tocaba?
Dirán algunos que es imposible que tantos pueblos se pongan de acuerdo para privarse de toda comunicación con una potencia que tendría en sus manos las llaves del comercio de las otras tres partes del mundo; y yo digo que todavía es más imposible y difícil de concebir que tantos pueblos se uniesen para sufrir el yugo de una dependencia común, de que tan fácilmente podrían eximirse. Lo que actualmente sucede en América es bastante prueba de que el hombre, mediando motivos poderosos, es capaz de imponerse privaciones penosas y de ahogar por mucho tiempo las necesidades de puro hábito.
Cuando la Inglaterra produjo su Acto de Navegación, dijo tácitamente a cada pueblo que pensase en sí mismo; y esta grande lección, inútil por tanto tiempo, sirve hoy de brújula a casi todos los gobiernos, y prepara una revolución en la balanza del comercio; revolución, cuyo interés, emulación y ejemplo instan por todas partes a hacerla efectiva. Examínese, desde el Norte al Mediodía de Europa, y se verá que por todas partes se establecen fábricas, se afirma y extiende el Imperio de las Artes, y cobra vigor la industria, aprovechando en cada Estado las ventajas que ha debido a la Naturaleza.
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En medio del más formidable aparato de guerra, exclamaba en el año 1759 uno de los miembros del Parlamento Británico, “hagamos ver a toda la Europa que nosotros no esperamos de la superioridad de nuestras fuerzas el imperio odioso del comercio y de los mares: que no aspiramos a semejante despotismo; y que lo que únicamente pretendemos es la primacía…”. Sin duda era preciso que estuviese íntimamente persuadido de estas verdades un hombre que se atrevía a proponerlas a su Nación en el tiempo en que ésta estaba embriagada con su prósperos sucesos; pero aún esta primacía no sé yo por qué título podía pertenecerle.
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Antes de estas turbaciones (de abril de 1775), las Colonias unidas, y colocadas en un terreno inmenso y fértil, presentaban el admirable espectáculo de un pueblo reengendrado, que uniendo las costumbres más suaves y puras a la rectitud y valor que aquellas inspiran, gozaba de casi toda la felicidad de que son susceptibles la sociedades humanas. Con una población de cerca de tres millones de habitantes, abundante subsistencia, con todas las producciones de Europa y otras muchas particulares a su clima, con fábricas ya adelantadas, y que cada día se iban perfeccionando; y sobre todo, con libertad y artes y brazos para defenderla, ¿qué les faltaba sino poder gozar en paz de tantas ventajas reunidas? El temor de que acaso les cupiese parte de la extenuación, a que la sed de conquistas ha puesto a la Inglaterra, más bien que el deseo de una absoluta independencia, las ha hecho tal vez tal vez propasarse a mas de lo justo; y quizá la guerra y sus horribles consecuencias van a cortar en flor los frutos que se esperaban de su establecimiento. La Inglaterra prepara armamentos formidables para invadir las Colonias, aniquilar su comercio, y cubrir sus costas atónitas con las reliquias abrasadas de su naciente marina. Es verdad que las Colonias pueden armar y oponer más de 2.000 hombres; pero a menos de que la libertad supla por la disciplina y la experiencia, es difícil que aquella milicia pueda sostener el choque de los Ejércitos que van a acometerla.
Por otra parte es indubitable, que si una pronta reconciliación no extingue en breve hasta la más leve centella de este incendio, la Inglaterra no conseguirá sino hacer más profundo todavía el abismo en que, según la observación de algunos de sus políticos, se precipita toda su opulencia. Nadie ignora la fatal situación a que han reducido el tesoro de la Inglaterra las vastas empresas y hasta los prósperos sucesos de esa nación. Su comercio, menos fructuoso ahora que antes que su ejemplo hubiese enseñado a las demás naciones a hacerlo florecer entre ellas, apenas basta para mantener las inmensas flotas que continuamente se ve precisada a renovar, con el fin de defender las posesiones que tiene en climas remotos; y de este modo su poder, demasiadamente extendido, recae y se desploma sobre ella misma con un esfuerzo capaz de aniquilarla.
¿Cuándo llegará el día en que la Europa, conociendo sus verdaderos intereses, haga reinar en los mares una paz universal. ¿Debiera el comercio inspirar ninguna otra emulación a los Pueblos que lo cultivan? ¿No le basta tener que combatir con los vientos y las olas? ¿Y no valdría más disminuir, de común acuerdo, el número de las flotas devorantes, que privan a cada Estado de los frutos de un trabajo precioso, que aniquilarse por establecer proyectos quiméricos? El cetro del comercio no ha hecho más que presentarse a las potencias que han intentado hasta ahora asegurarlo en sus manos. La naturaleza que se opone a este proyecto se burlará eternamente de la codicia de los que se atrevan a quererlo verificar: la misma naturaleza hará entrar, tarde o temprano, todas las cosas en los límites que las ha prescrito; y al fin cada miembro de la República comerciante tendrá en ellos su lugar a proporción de su territorio, población e industria. Este es el objeto a que deben dirigirse todas las Naciones, y esto el límite a que deben ceñirse, si estiman más la prosperidad Real y duradera, que la grandeza fugitiva y aparente".
Diario Mercurio, Histórico y Político, “Que contiene el estado presente de la Europa, lo sucedido en las Cortes, los intereses de los Príncipes, y generalmente todo lo más curioso, perteneciente al mes de Enero de 1776, con reflexiones políticas sobre cada Estado”, Tomo Primero, en Madrid, en la Imprenta Real de la Gazeta.
http://hemerotecadigital.bne.es/issue.vmid=0012205696&page=34&search=independencia+de+las+colonias+de+inglaterra&lang=es
La imagen de portada pertenece al cuadro "The Birth of Old Glory" del artista Percy Moran.
https://www.loc.gov/item/today-in-history/june-14/?loclr=twloc
Las imágenes de la lucha de los pueblos para declarar su independencia fueron publicadas por el sitio National Geographic en su sección Historia, donde explica el tema.
https://historia.nationalgeographic.com.es/a/guerra-independencia-estados-unidos-paso-a-paso_11686
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