Diario de la guerra del cerdo, el ataque de los jóvenes donde mueren los ancianos

por Adolfo Bioy Casares,
escritor y novelista argentino (1914-1999)

"-¿De dónde sacaron la idea? Dicen que los viejos-
explicó Arévalo-
son egoístas, materialistas, voraces, roñosos. 
Unos verdaderos chanchos.
-Tienen bastante razón- apuntó Jimi."
Adolfo Bioy Casares,
"Diario de la Guerra del Cerdo"

        “La vida social es el mejor báculo para avanzar por la edad y los achaques. Lo diré con una frase que ellos mismos emplearon: a pesar de las rigurosas condiciones atmosféricas, el grupo se manifestaba entonado. Entre burlas y veras, mantenían un festivo diálogo de sordos. Los ganadores hablaban del truco y los otros rápidamente respondían con observaciones relativas al tiempo. Arévalo, que tenía el don de ver de afuera cualquier situación, incluso aquellas en que él participaba, acotó como si hablara solo:
-Un entretenimiento de muchachos. Nunca dejamos de serlo. ¿Por qué los jóvenes de ahora no lo entienden?
        Iban tan absortos en ese entretenimiento, que al principio no advirtieron el clamor que venía de el pasaje El Lazo. La gritería de pronto los alarmó y entonces notaron que un grupo de gente miraba, expectante, hacia el pasaje.
-Están matando un perro- sostuvo Dante.
-Cuidado –previno Vidal- ¿No estará rabioso?
-Han de ser ratas –opinó Rey.
        Perros, ratas, y una enormidad de gatos merodeaban por el lugar, porque allí los feriantes del mercadito, que forma esquina, vuelcan los desperdicios. Como la curiosidad es más fuerte que el miedo, los amigos avanzaron unos metros. Oyeron, primero en conjunto y luego distintamente, injurias, golpes, ayes, ruidos de hierros y chapas, el jadeo de una respiración. De la penumbra surgían a la claridad blancuzca, saltarines y ululantes muchachones armados de palos y hierros, que descargaban un castigo frenético sobre un bulto yacente en medio de los tachos y montones de basura. Vidal entrevió caras furiosas, notablemente jóvenes, como enajenadas por el alcohol de la arrogancia. Arévalo dijo por lo bajo:
-El bulto ése es el diariero don Manuel.
        Vidal pudo ver que el pobre viejo estaba de rodillas, el tronco inclinado hacia adelante, protegida con las manos ensangrentadas la destrozada cabeza, que todavía procuraba introducir en un tacho de residuos.
-Hay que hacer algo –exclamó Vidal en un grito sin voz –antes que lo maten.
        Envalentonado porque sus amigos lo retenían, Vidal insistió:
-Intervengamos. Van a matarlo.
        Arévalo observó flemáticamente:
-Está muerto.
-¿Por qué? –preguntó Vidal, un poco enajenado.
        En su oído, Jimi murmuró fraternalmente:
-Calladito.
        Jimi debió de alejarse del lugar. Mientras lo buscaba, Vidal descubrió una pareja que miraba con desaprobación esa matanza. El muchacho, de anteojos, llevaba libros debajo del brazo; ella parecía una chica decente. En procura del apoyo moral que tantas veces encontró en los desconocidos de la calle, Vidal comentó:
Qué ensañamiento!
        Ella abrió la cartera, sacó unos anteojos redondos y, sin apuro, se los puso. Ambos volvieron hacia Vidal sus caras con anteojos y lo miraron, impávidos. Con dicción demasiado clara la muchacha afirmó:
-Yo soy contraria a toda violencia.
        Sin detenerse a considerar la frialdad de tales palabras, Vidal intentó congraciarlos:
-Nosotros no podemos hacer nada, pero la policía, ¿para qué está?
-Abuelo, no es hora de andar ventilándose –el muchacho le advirtió en un tono casi cordial-. ¿Por qué no se va antes que le pase algo?
(…)
        Revolviéndose en el colchón, Vidal recordó nuevamente el crimen que había presenciado y quizá para sobreponerse al desagrado que le infundía el cadáver que primero había visto y ahora imaginaba, se preguntó si el muerto realmente sería el diariero. Lo acometió una vivísima esperanza, como si la suerte del pobre diariero fuera esencial para él; se vio tentado de figurárselo por las calles, corriendo y pregonando, pero se resistía a esas imaginaciones por temor a la desilusión. Recordó la frase de la muchacha de anteojos: “Yo soy contraria a toda violencia”. ¡Cuántas veces había oído esa frase como si no significara nada! Ahora, en el mismo instante en que se decía “Qué chica pretenciosa”, por primera vez la entendió. Entrevió entonces una teoría sobre la violencia, bastante atinada, que lamentablemente olvidó luego. Recapacitó que en noches como esa, en que daría cualquier cosa por dormir, involuntariamente pensaba con la brillantez de un suelto del diario. Cuando los pájaros cantaron y en las hendijas apareció la luz de la mañana, se apesadumbró de veras, porque había perdido la noche. En ese momento se durmió.”
       Adolfo Bioy Casares,
"Diario de la guerra del cerco",
 Ediciones Altaya,
primera edición año 1969,
Buenos Aires,
año 1999
Pueden ver la película "La Guerra del Cerdo" del año 1975, una auténtica joya cinematográfica
     "La guerra del cerdo" es una película argentina dramática-fantástica dirigida por Leopoldo Torre Nilsson sobre su propio guion escrito en colaboración con Beatriz Guido y Luis Pico Estrada. Está basada en la novela "Diario de la guerra del cerdo" de Adolfo Bioy Casares. Es protagonizada por José Slavin, Marta González, Edgardo Suárez, Víctor Laplace y Emilio Alfaro. Se estrenó el 7 de agosto de 1975. Durante la película se ven fragmentos del cortometraje El grito postrero (1960), de Dino Minitti.
     Los actores que participan son importantísimos para la filmografía argentina, aunque no son todos:
José Slavin (Isidro Vidal), Marta González (Nélida), Edgardo Suárez (Antonio Bobliolo), Víctor Laplace (Isidorito Vidal), Emilio Alfaro (Farrell), Osvaldo Terranova (Leandro Rey), Miguel Ligero (Jimmy Neuman). Encontramos también a Luis Politti, Zelmar Gueñol, María José Demare, Héctor Tealdi, Adriana Parets, Alberto Fernández de Rosa, Cecilia Cenci y otros.
Fuente: Del sitio Wikipedia - La guerra del cerdo.
https://es.wikipedia.org/wiki/La_guerra_del_cerdo

https://www.youtube.com/watch?v=X3Kbu8w5AaA
Biografía de Adolfo Bioy Casares
Adolfo Bioy Casares nació en Buenos Aires el 15 de septiembre de 1914. Nació en el seno de una familia acomodada. Fue el único hijo de Adolfo Bioy y Marta Casares. Ingresó y dejó las carreras de Derecho, Filosofía y Letras, tras la decepción que le significó el ámbito universitario, se retiró a una estancia - posesión de su familia - donde, cuando no recibía visitas, se dedicaba casi exclusivamente a la lectura, entregando horas y horas del día a la literatura universal.
Por esas épocas, entre los veinte y los treinta años, ya manejaba con fluidez el inglés, el francés y el alemán. En 1932, Victoria Ocampo le presentó a Jorge Luis Borges quien en adelante se convertiría en su mejor amigo y con quien colaboró en la escritura varios relatos policiales con el seudónimo de Honorio Bustos Domecq. En 1940, Bioy Casares se casó con la hermana de Victoria, Silvina Ocampo, también escritora.
Se hizo mundialmente conocido sobretodo por la publicación de su novela La invención de Morel.
Bioy Casares fue propulsor del género fantástico y el rescate del relato por sobre lo descriptivo, y a su vez defensor del género policial por su interés en la trama en sí.
Recibió la Legión de Honor francesa en 1981, y fue nombrado Ciudadano Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires en 1986.
Fue galardonado con algunos de los premios más importantes de las letras hispánicas: el Premio Cervantes y el Premio Internacional Alfonso Reyes.
Murió en Buenos Aires el 8 de marzo de 1999.
Fuente: Del sitio Escritores.org
https://www.escritores.org/biografias/158-adolfo-bioy-casares

La imagen de portada pertenece al libro "Diario de la Guerra del Cerdo" del novelista argentino Adolfo Bioy Casares, y que fuera publicada en el sitio de la Librería Cúspide.
https://www.cuspide.com/9788420657875/Diario+De+La+Guerra+Del+Cerdo

La foto de Adolfo Bioy Casares fue publicada por el sitio Escritores.Org.

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