Ana Pavlova, la primera danseuse de todas las Rusias

        "Yo había oído hablar mucho de Anna Pavlova, desde mi llegada á Londres, en las visitas, en
las comidas, en las recepciones, en los paseos; siempre me veía confrontada con la misma invariable pregunta: ¿Have you seen Pavlova? «¿Ha visto usted á la Pavlova?» Y tanta insistencia, tan reiteradas palabras, acabaron por decidirme á dejarlo todo para acudir cuanto antes al Palace Theatre, lugar de los recientes triunfos de la premiére danseuse del imperial Ballet de todas las
Rusias.
        De propósito, y siguiendo el consejo de algunas amigas, asistí á una representación de tarde, que son las preferidas por las damas de la sociedad londinense, principales mantenedoras de la fama de la bailarina de moda, y realmente, á pesar de las alabanzas previas, que son muchas veces causas de desengaño, hube de confesar que el arte exquisito de la Pavlova no ha tenido, ó no tiene por lo menos, hoy (dejemos en paz al pasado) intérprete más ideal, más delicado, más espiritual que la gentil bailarina rusa.
        Anna Pavlova, en el escenario, no parece una criatura humana de carne y sangre, es algo intangible, etéreo, incorpóreo; sus pies no son pies, sino tallos de flor, lenguas de fuego; sus brazos antenas delicadas; su talle diminuto, cáliz de flor tropical, unas veces desaparece á ratos en las nubes de sus faldas vaporosas, que los movimientos del baile hacen vibrar como hojas iridiscentes y
trémulas, y sobre ese pequeño cuerpo inquieto y sutil como el aire mismo, la cara pálida y casi demacrada de la bailarina, se destaca de un modo peculiar y atrayente.
        La mayoría de las gentes encuentran muy bello el rostro de Anna Pavlova; sin embargo, sus
facciones afiladas no son, ni mucho menos, perfectas, pero es irresistible el encanto de sus grandes
ojos negros, de sus labios finos, que sonríen siempre, de sus dientes blanquísimos y su cutis marfileño. Más que hermosa es fascinadora, y esto, unido á su gracia exquisita, es el motivo principal de su éxito inmenso.
        Después de ver bailar á Anna Pavlova, deseé conocerla y hablarla; por uno de los empleados de la sala, la pedí permiso para saludarla, y pocos minutos después subía en el ascensor á su saloncito del teatro. Envuelta en una bata, blanca que la cubría toda, y rodeada de flores que le habían sido enviadas aquella tarde por sus numerosos admiradores, Anna Pavlova descansaba de su trabajo. Dos doncellas rusas se ocupaban en arreglar los trajes de que se había ido despojando y la preparaban en el tocador contiguo el gran baño de porcelana, echando en el agua humeante grandes puñados de sales perfumadas.
        Con afable cortesía, la Pavlova me tendió las manos y me invitó á que me sentara cerca de ella. En francés á ratos y en inglés otras veces, charlamos extensamente; me habló de su próximo viaje á los Estados Unidos, en donde se le prepara un gran recibimiento, y de su probable visita á la
República Argentina.
Y á España, ¿no piensa usted ir?—le pregunté.
«¡Ojalá!»—me replico con entusiasmo. Tengo unos deseos locos de conocer su país, y quién sabe si ¡antes de lo que pensamos!...»
        Anna Pavlova me habló luego de su amor á Inglaterra, de este público que tanto cariño la ha demostrado, de su casita en Hampstead, cerca de Londres, en donde da tres veces por semana clase á un número limitado de niñas y en donde descansa del terrible ajetreo de su vida artística.
«¿Por qué no viene usted pasado mañana á verme dar clase?»—me preguntó, y al ver que yo acogía la idea con entusiasmo, «voy á darle á usted las señas»—-me dijo levantándose para buscar
una tarjeta —y de camino, tocándolo todo, revolviéndolo todo, sin realmente desordenarlo.
        Durante nuestra conversación observé en Pavlova el mismo continuo movimiento y suave vibrar que en sus bailes se admira. No reposa un solo instante, y sin embargo, no sucede con ella lo que con otras personas inquietas y nerviosas, cuyo incesante mover agobia; en Pavlova, esa inquietud es como el aleteo de alas de los pájaros, no es forzada, sino natural y lógica en ella. 
        Me preguntó para qué periódico deseaba hacer la información, y me rogó que la enviara algunos números de POR ESOS MUNDOS. «Tal vez sabiendo italiano pueda descifrar algunas palabras»—me dijo riendo. —«Y si no añadió rápidamente J' aprendrai I'espagnól voilá tout...»
        Dándole las gracias por su amabilidad, me retiré encantado de haber sido invitado por la Pavlova á presenciar su clase propia; en general, no gusta de que los periodistas traspasen los umbrales de su nidito de Hampstead.
        Dos días después, un auto nos condujo á las señas que me había dado la bailarina, y desde el momento en que, detrás de nosotros, se cerró pesadamente la verja del jardín, comprendimos la pasión de la bailarina por su pequeño refugio.
        Situada en un jardín poblado de flores y de árboles, que la aislan por completo del mundo, se levanta una casa de antigua arquitectura inglesa, amplia, cómoda y pintoresca; las grandes ventanas abiertas dejan entrever las cortinas de cretona, los visillos de encaje que se mueven suavemente agitados por el aire perfumado. Una sirviente rusa, de grandes ojos negros y facciones grotescamente aplastadas, nos abre la puerta, y sin esperar á que le entreguemos nuestra tarjeta, nos hace señas de que la sigamos.
        Pasamos el vestíbulo y el pequeño recibimiento, en el fondo del cual hay una enorme puerta de cristales; la sirviente abre ésta y nos hace pasar á un salón inmenso, lleno de luz. En un extremo del mismo, y vuelta de espaldas al espejo que cubre todo el testero, se halla sentada Anna Pavlova; alrededor de la habitación, y cogidas al pasamanos adherido á las paredes, diez niñitas, de cinco á doce años de edad, se esfuerzan por guardar en las puntas de los pies el maravilloso equilibrio de las bailarinas. Junto á la Pavlova hay un piano de cola en el que una maestra de música va dando los compases á las pequeñas discípulas.
        La bella artista se levanta para recibirnos, y haciéndonos sentar cerca de ella, prosigue la clase.
        En la fuerte luz del día parece más frágil, más delicada aún que en escena; su cuerpo diminuto, vestido con un traje de crespón, de seda blanco orlado con marabout obscuro, no reposa un solo
instante; todo él sigue los movimientos de las niñitas; dijérase que su actividad se comunica á los miembros rosados y torneados de las pequeñas; que su mirada fascinadora las guía, y al compás de la música y de la voz de Anna Pavlova, «Un, deuxe, trois... quatre», los pies calzados de rosa, las piernecitas que el maillot estrecha y define, se alzan los cuerpecitos, se yerguen llenos de gracia; las cabecitas airosas de bucles dorados y castaños guardan el compás, y á una señal determinada, todas quedan, por espacio de un segundo, levantadas sobre la punta del pie; sueltan de la barandilla las manitas nerviosas y logran, al fin, por un instante, el equilibrio deseado.
«¡Bravo!»—grita la Pavlova con entusiasmo, levantándose de su asiento y marcando siempre con la voz los compases y rítmicos, y obedientes los cuerpecitos gentiles, siguen su danza.
        El espectáculo es verdaderamente encantador.
        En un momento de descanso hablamos con una de las niñas; todas adoran á su maestra, la creen el ser más maravilloso de la tierra. Pregunté si eran todas ellas bailarinas futuras del teatro.
        Seis de ellas sí piensan dedicarse al arte de un modo profesional; las cuatro restantes aprenden por afición únicamente.
        Todas son bonitas, monísimas, con la adorable ingenuidad y candor do la infancia; pero... ¿serán artistas también?...
        ¿Logrará Anna Pavlova inculcar á una sola de ellas, no ya la gracia del movimiento y la belleza plástica de sus actitudes, sino la espiritualidad, el fuego y el arte exquisito que ella sabe comunicar á sus danzas?...
        ¡Ah! Eso ya es obra cosa, que sólo el tiempo podrá revelarnos".
ISABEL O. DE PALENCIA
Publicado en la Revista "Por esos mundos" (Madrid). 1/11/1913, noviembre de 1913, página 4. Valor una peseta. Artes, ciencias, Historia, Teatros, Modas, Crónicas, deportes, Actualidad, Poesías, Novelas, Viajes, Enquetes, Concursos, Curiosidades.
Fuente: Del sitio de la Hemeroteca Digital de la Biblioteca Nacional de  España.
http://hemerotecadigital.bne.es/issue.vm?id=0003267159&page=4&search=pavlova&lang=es

Anna Pavlova en un film del año 1925, que se puede ver en Youtube

https://unavidaenlosaromos.blogspot.com/2016/01/anna-pavlova-y-la-muerte-del-cisne.html

El dato
        La historia de “La muerte del cisne” no tiene relación con “El lago de los cisnes”.
        La famosa bailarina rusa Anna Pavlova (1881-1931) pudo observar la agónica muerte de un cisne herido en uno de los estanques de la propiedad. Dada su crianza en el campo y el respeto que tenía por la naturaleza, el impacto que le produjo la visión de la muerte de tan bella ave fue sumamente intenso. Al ser invitada a un evento benéfico, pidió al coreógrafo Michel Fokine que le montara una pieza con la que pudiera reproducir aquel instante a través del baile. Basándose en la pieza “El cisne” perteneciente a “El carnaval de los animales” de Camille Saint-Saëns, nació la pequeña pero contundente coreografía de “La muerte del cisne”. Fokine hizo un trabajo soberbio que cambiaría el mundo de la danza y fue un rotundo éxito. El estreno de “La muerte del cisne” tuvo lugar en el Teatro Mariisnky de San Petersburgo, el 22 de diciembre de 1907, doce años después que el ballet "El lago de los cisnes".
Fuente: Del sitio de la Revista Revol, Girar las Danzas.
https://revistarevol.com/zona-de-resenas/teatro-colon-un-lago-eterno/
Anna Pavlova en ““Les Sylphides” o “Chopiniana”. 
Anna Pavlova en Buenos Aires
        Pavlova actuó en Buenos Aires en cuatro ocasiones: en 1917, 1918, 1919 y en 1928. Ampliamente conocida es la fotografía de la bailarina que danza “La muerte del cisne” en el escenario del emblemático Teatro Colón.
        Posteriormente se hizo con ella una tarjeta postal.
        En 1928, otra famosa bailarina rusa, Elena Smirnova, viajó a Argentina y fue la primera pedagoga de danza clásica en el Teatro Colón. Hace ya tiempo que en su repertorio figuran muchas obras maestras del ballet clásico ruso, comenzando con “El lago de los cisnes”, de Chaikovski. Y hasta ahora continúan las provechosas relaciones profesionales de artistas argentinos con maestros del ballet ruso.
        Argentina fue el último país de las giras latinoamericanas de Pavlova.
    La bailarina quiso una vez más volver a América Latina, de la que se había enamorado, pero aquello no estaba destinado a cristalizarse. Pues, el cisne que tantas veces había agonizado en la escena emprendió el vuelo sin retorno.
        Pavlova, la intérprete excelsa de esta emocionante miniatura pasó súbitamente a mejor vida como consecuencia de una pulmonía, durante una gira por los Países Bajos. Aquello ocurrió un 23 de enero de 1931, ocho días antes de que la artista cumpliera medio siglo.
        Antes del último suspiro, la artista pidió: “Tráiganme el traje del cisne”.
        Hoy día, éste se guarda como una preciada reliquia en el Grand Opera de París, en cuya escena brillara tantas veces, con su arte, la artista rusa.
Fuente: Del sitio Danza Ballet, fragmento de la nota "Anna Pavlova, desde México hasta Buenos Aires". De Leonard Kósichev. © 2005-2011 La Voz de Rusia.
https://www.danzaballet.com/anna-pavlova-desde-mexico-hasta-buenos-aires/
 Pavlova con Jack, su cisne preferido, en él encontró inspiración.
Biografía de Anna Pavlova
        Anna Pavlova nació en San Petersburgo en febrero de 1881, y falleció en La Haya (Países Bajos) en enero de 1931, en el seno de una familia campesina de bajos recursos.
        Ella declaró que su padre había fallecido, cuando ella tenía dos años de edad. Es posible que fuera hija ilegítima, y los biógrafos especulan que su padre pudo haber sido el banquero Lázar Polkyakov, lo que explicaría que no quisiera hablar mucho de su herencia paterna.
        Cuando tenía ocho años fue rechazada por la Escuela de Ballet Imperial por no tener suficiente edad. Pero dos años más tarde fue admitida y estuvo allí hasta los 16.
        Pável Gerdet, Christiam Johanson y Eugenia Sokolova fueron quienes la formaron en el Ballet clásico. Luego bailó en el teatro Marinski Imperial de San Petersburgo, que abandonó en 1913 en pos de la libertad artística. Fue la gran bailarina del siglo XX.
        Después del éxito brillante en París y luego de crear su propia compañía de Ballet Ruso en Londres, recorrió con ella 144 países, incluso los lugares más apartados del planeta y que nunca hubieran visto ballet.
        La tarjeta de presentación de Anna Pavlova fue la miniatura coreográfica "La Muerte del Cisne", creada en el Teatro Marinski especialmente para ella, con música de Saint Sans. Anna Pavlova convirtió "La Muerte del Cisne" en una obra maestra mundial y en símbolo del Ballet ruso.
        Con esta carta de presentación realizó innumerables giras desde 1915 a 1928: estuvo en Cuba, México, Perú, Chile, Uruguay, Argentina, Brasil, Panamá y Costa Rica.
Fuente: Del sitio Violeta/Los colores de la Naturaleza.
https://unavidaenlosaromos.blogspot.com/2016/01/anna-pavlova-y-la-muerte-del-cisne.html

El video pertenece a un film que se encuentra en Youtube, y fue compartido por el sitio "Violeta/Los colores de la Naturaleza". 
Las fotos de Pavlova pertenecen al libro “Pavlova-Portrait of a Dancer”, Edit. Viking Penguin Inc.

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