El fin del mundo, visto en el año 1900

En nuestra búsqueda en la Hemeroteca Digital de la Biblioteca Nacional de España, hemos encontrado esta nota que nos plantea cómo será el fin del mundo, visto con los ojos del año 1900. Se cita a varios investigadores, y se hace un detalle de tamaña tragedia. La recomendación de los sabios  de plantar árboles no debe olvidarse, ya que anunciaron la necesidad de contar con plantas para obtener el oxígeno que, al parecer según la nota, va a faltar. ¡Que no caigan en saco roto sus advertencias!

POR ESOS MUNDOS, Aventuras y Viajes, Año I, 29 de septiembre de 1900, Año I, Número 38.
¿CÓMO ACABARÁ EL MUNDO?
        "Ha sido siempre cuestión muy  debatida entre los sabios la manera como sobrevendrá el fin del mundo. Pero cuantas profecías se han lanzado acerca del particular, no habrán causado, indudablemente, en los lectores la sensación que les producirán los nuevos sistemas que algunos excéntricos y extravagantes hombres de ciencia pregonan en artículos y estudios que extractamos á continuación. El hombre será devorado por monstruos que arrojará el mar sobre la tierra; cangrejos y langostas enormes atenazarán y sujetarán fuertemente á los seres humanos; el sol no proporcionará calor suficiente á la tierra, y moriremos helados; nos faltará el aire para respirar, y nos ahogaremos; sobre nuestro planeta descargará una inmensa fuerza eléctrica de millones de voltios que nos quitará la vida instantáneamente, y otras muchas profecías que erizan los cabellos y causan pavor en el ánimo del hombre más esforzado.
        La Ciencia, que es incansable en sus investigaciones, no vacila en caer en lamentables errores y preocupaciones por querer penetrar allí donde le está vedado, y se entretiene en formar cálculos y conjeturas acerca de la manera como sobrevendrá el fin del mundo. 
        Según la Astronomía, así como nuestro sistema solar tuvo su principio, debo tener también su fin; y si hubo un tiempo en que la vida era imposible sobre la tierra, otro tiempo ha de llegar en que el hombre no pueda habitarla.  
        La Ciencia, fría y calculadora, ha profetizado el fin físico del mundo con la destrucción del globo y de cuanto contiene. El Universo gira sobre tres puntos esenciales, a saber: nacimiento, vida y muerte. Los soles y los planetas se desarrollan, viven y, por último, mueren; y nuevos soles y sistemas vendrán á reemplazarlos. 
       Así opinan muchos hombres de reputación científica bien sentada, los cuales dicen además que el fin del mundo puede considerarse bajo dos distintos aspectos: ó significando la aniquilación  de nuestro planeta por repentina catástrofe, ó por decaimiento gradual.
        Es de importancia sentar el hecho de que difícilmente  se encuentran dos sabios que convengan en la manera de cómo ha de sobrevenir el fin del mundo. Unos afirman que la catástrofe será tan terrible que borrará literalmente la Tierra, sin dejar huellas de su paso por el Universo; mientras que otros prefieren creer que, aun cuando el hombre no pueda existir, nuestro planeta continuará impávido sus determinados movimientos. 
        Pero oigamos á Lord Kelvin que ha dedicado largos trabajos á este interesante problema. Este sabio inglés alarmó al mundo científico, no hace muchos años; afirmando que no quedaba en la atmósfera oxígeno suficiente para más de trescientos años, y que el planeta estaba sentenciado á morir al cabo de ese tiempo por sofocación. 
        Todos sabemos que no hay animal que pueda vivir en una atmósfera que carezca de oxígeno; así, dice Kelvin, sucederá al hombre que por sí mismo enciende el fuego que ha de sofocar a su progenie. Por término medio, se necesitan tres toneladas de oxígeno para consumir una de combustible; y el oxígeno que existe en nuestra atmósfera es prácticamente toda la provisión utilizable para este fin. Según nos indica el barómetro, el peso medio del aire es catorce libras y algo más por pulgada cuadrada, sigue diciendo Lord Kelvin; lo cual da un peso total para la Tierra de un billón y veinte mil millones de toneladas de oxígeno por una de combustible; el peso total de combustible que puede consumirse por este oxígeno es de trescientos cuarenta mil millones de toneladas. 
        Veamos ahora cómo puede el oxígeno mantenerse en proporción con el combustible. El mundo consume unos seiscientos millones de toneladas de carbón al año, y á esto hay que añadir el consumo de oxígeno hecho por la madera y otras substancias vegetales que se queman, lo cual eleva el consumo equivalente de carbón en todo el mundo, á nada menos que á mil millones de toneladas al año.  Así, aun al presente cálculo de consumo de combustible, no queda oxígeno más que para trescientos cuarenta años; y mucho antes de que llegue esa fecha, tan viciada llegará á estar la atmósfera por el gas ácido carbónico y tan escasa de oxígeno, que, ó habrá que emigrar á otro cualquier planeta, ó habrá que perder la costumbre de respirar. 
        Hasta aquí lo que opina Lord Kelvin. Veamos al eminente sabio a americano Rees, que aun es más radical que Lord Kelvin en el agotamiento de la provisión de aire para el mundo. Rees da la voz de alerta en esto de la próxima carencia del indispensable elemento, y dice. Esa frase tan usual “libre como el aire”, será una antigualla, una expresión que nada dirá en ese porvenir, distante aún por fortuna. El aire dejará de ser libre, porque habrá que fabricarlo y venderlo como se vende hoy el pan ó algo o de lo que para vivir necesitamos. 
        Los que no trabajen para obtener su provisión de aire diaria, ó los que no ganen lo bastante para comprarla, morirán. El aire artificial se almacenará en grandes algibes de donde se obtendrá lo necesario para la venta diaria. El oxígeno de las fábricas se ingerirá como el buzo inspira en sus pulmones el aire que se le cede cuando se sumerge en las aguas del mar. Los tribunales condenarán á morir por falta de aire, sin necesidad de los aparatosos ó misteriosos actos con que hoy se lleva á cabo esta pena de muerte. Entonces sucederá que si no hay medio de comprar aire, no habrá medio de vivir. 
        Queda algo así como un rayo de esperanza que nos llega á través de tan negras nubes. Tanto Lord Kelvin como Rees, creen que los males que anuncian se retrasarían bastante si el agricultor mejora sus procedimientos, aumentando el cultivo de la tierra para que las plantas y los árboles abunden por todas partes, á fin de que absorbiendo el ácido carbónico nos devuelvan bastante oxígeno nuevo con que reemplazar el que se   pierde con el creciente consumo de combustible. 
        Todos los recursos que la madre Naturaleza nos proporciona y que hoy (salvo contadas excepciones) desperdiciamos, como las mareas, los saltos de agua, la energía solar, el viento, el éter, la electricidad atmosférica, etc., nos darán en el porvenir gran parte ó toda la energía que diariamente necesitemos, y entonces no habrá tanto, peligro de que venga la muerte por sofocación. 
        Pero aunque el mundo escape de este peligro, siempre existirá la amenaza de que pueda llegar un día en que la humanidad no tenga aire para respirar. Mr. Nikola Tesla anuncia que si no tenemos la prudencia debida, arderá un día la atmósfera con las descargas eléctricas de unos cuantos millones de volts. Indica también que las suspensiones periódicas de la vida orgánica en el globo, podrían ser efecto de la ignición del aire por los relámpagos. La electricidad os realmente una fuerza misteriosa, y la advertencia de Tesla es interesante; pero más interesante sería saber si el distinguido electricista cuenta con remedios que proponer. 
        Otro sabio, Mr. Wells, ha hecho ver de manera gráfica con un grabado sensacional en su obra "La máquina del tiempo", el fin del mundo, según él lo concibe. El último hombre, profetiza Wells, morirá helado, haciéndose la vida insoportable en nuestro planeta, por el frío intensísimo. Tiene este sabio en su favor el testimonio de la Ciencia, y basa sus presunciones en los trabajos de Darwin. A fuerza de cálculos se ha llegado á presumir que el calor de sol disminuye lentamente, y que después de muchos años nuestro astro no dará el calor necesario para la existencia humana. 
        Montando Mr. Wells su máquina del tiempo, se sumerge con ella en el remoto porvenir, y cuando ha hecho un viaje en el que ha tardado millones de años, encuentra un mundo que lentamente va helándose y en el que el hombre y los animales no hallan medios de contrarrestar las angustias del hombre ó de protegerse del frío. El sol se deja ver en un cielo gris, como inmenso globo pálido, de color ceniciento, incapaz de darnos luz y calor.
        Los astrónomos convienen, casi por unanimidad, en que la temperatura solar baja constantemente, y admiten la incesante contracción de nuestra gran lumbrera.
Aparentemente, dicen, el sol se contrae á razón de seis mil metros por año. No hay, sin embargo, motivo para inmediata alarma, porque han de pasar millones de años antes de que nuestro sol desaparezca dé los espacios. 
        Pero cuando esto se acerque, entonces vendrán á la vida horribles animales de inmensos tamaños traídos por la alteración de nuestras condiciones atmosféricas; y esos animales se arrastrarán sobre las masas de hielo, deslizándose por los mares y lagos, y destruyendo cuanto aún quede con vida. Toda vegetación irá desapareciendo poco á poco, una tempestad constante de nieve reinará sobre la tierra, y nuestro desgraciado planeta girará en el espacio durante algún tiempo para caer después como masa helada en las profundas entrañas del agonizante sol. 
        Hay escritores que combaten la teoría de que todos los planetas que en el espacio giran tienden á la muerte, y declaran que esta tendencia aparente será compensada mediante algunas fuerzas restauradas. Pero hombres científicos replican á esto que hasta ahora no tienen noticias de tales fuerzas, y que, según su actual conocimiento, el sol y todos los planetas irán lentamente decayendo hasta desaparecer por completo. 
        También hay quien cree posible la aniquilación de la tierra por alguna  horrorosa catástrofe. Uno de los que esto sustentan es el profesor Falb, conocido astrónomo, que profetizó la destrucción del mundo para el 13 de Noviembre del año pasado, por choque con el cometa Biela; pero llegó el día pavoroso y pasó también, sin que el tal choque ocurriera. No fue esta la primera vez que al cometa Biela se le achacó la triste comisión de ser el encargado de la destrucción de la tierra. 
        Entre 1828 y 1832 se profetizó también que vendría á chocar con nosotros. Pocas palabras bastarán para escribir la historia de aquel planeta. El 17 de Febrero de 1826 descubrió M. Biela en Bohemia un cometa cuya órbita era recorrida, según él calculaba, en unos, seis años y nueve meses. Al finalizar este plazo predijeron los astrónomos que sería visible el nuevo cometa. Así se verificó regularmente hasta 1846 en que apareció dividido en dos cometas distintos. 
        Cosa novísima fue esta aparición de un cometa dividido en dos partes, y los astrónomos siguieron estudiando á Biela con el mayor interés. El 14 de Enero de dicho año era grande la distancia entre las dos partes; esta distancia se había aumentado el 23 de Febrero, y el 22 de Abril habían desaparecido las dos partes del interesante cometa. Volvieron en 1852 habiendo aumentado la distancia y, como ninguna de las dos partes poseía un “núcleo”  adecuado, se decidió que estaban en el proceso de su desintegración. 
        Desde 1852, los dos cometas dejaron de verse, decidiéndose por los astrónomos que Biela debía haber sufrido la suerte de todos los cometas que se aproximan con frecuencia al Sol, que caen en su inmensa masa y se consumen como las moscas que revolotean en derredor de la luz; ó emplean su substancia en formar colas de tan extremada longitud, que por su atenuación no son visibles.
        Pero el lector preguntará: ¿no hay otros cometas, contra los cuales puede chocar la Tierra con desastrosas consecuencias para ella y para sus habitantes? A esto hay qué contestar, que, basándonos en muy ilustradas opiniones, existen unos 17.600.000 cometas en relación solamente con el sistema solar. ¿Quién puede asegurar que uno de estos no choque un día con la Tierra? Pero esta catástrofe, aunque posible, es muy remota. 
        Otra pregunta puede hacerse. ¿No podría tener; lugar la extinción de la raza humana por medio, de algún orden inferior de animales que usurparan el dominio de aquella y la destruyesen? A primera vista parece absurda la idea. ¡El hombre, rey de la creación, arrojado del globo por animales sobre los que tuvo dominio absoluto! Pero veamos lo que dice la Ciencia. 
        Hace muchos siglos, era muy general en nuestro planeta la existencia de inmensos monstruos, tanto en la tierra como en el agua. Muchas especies de estos monstruos se han extinguido ya en nuestros tiempos. Cuando ha desaparecido un “tipo”—decía Nesbit— la Naturaleza jamás lo renueva; pues son infinitos sus recursos y los patrones no se repiten. Y puede suceder,  que desapareciendo el hombre, venga la Tierra a ser propiedad de animales desconocidos. Es muy posible que los cambios climatológicos y los desarrollos y modificaciones de los cuales tenemos poco conocimiento, concurran para dar á algunas especies importancia peligrosa. 
        La viva imaginación del ya citado Mr. Wells, siempre dispuesto á hacernos temblar de miedo, llegó á pintarnos el mundo devorado por hormigas. En el África Central existen unas hormigas contra las cuales el hombre no puede defenderse; en su marcha de un punto á otro destruyen aldeas enteras, hacen correr ante ellas á hombres y animales, y matan y devoran cuanta criatura cae en sus garras. 
        Al presente este mal parece hallarse domiciliado por la existencia de animales que las combaten con éxito. Pero ¿el día que estos falten?
        Sabemos cuan fácil es perturbar el equilibrio de la Naturaléza: los conejos que imprudentemente fueron llevados á Australia y California, se convirtieron al poco tiempo una calamidad para aquellos países; en muchos casos los gorriones suelen arruinar á los labradores, y los jacintos plantados
en los ríos de la Florida se multiplicaron de tal modo, que hicieron imposible la navegación. 
        No hay, pues, que rechazar como imposible la extinción del hombre por el enorme aumento y propagación de los órdenes inferiores. Por si el lector no estuviera convencido Mr. Wells vuelve a presentar  en el estudio que hace de esta materia, la repentina aparición de una raza de
monstruos anfibios arrojados por el mar, capaces de barrer al hombre y cuanto éste ha construido en el planeta.
         Existen restoss fósiles de cangrejos cuya longitud no baja de dos metros; ¿qué sucedería, si por una causa ó por otra, se multiplicaran tan enormes animales?  
        Imaginemos un tiburón que pudiera hacer sus correrías por tierra, ó un tigre que lograse refugiarse en el mar y tendremos una idea perfecta de lo que tan terrible y rapaz monstruo como un inmenso cangrejo podría hacer contra nosotros; y hasta donde la ciencia zoológica alcanza, se admito tal creación como posibilidad evolucionaria. 
        Además de esto, quedan el octopus y otros muchos habitantes de las profundidades. Cualquiera de ellos puede adquirir proporciones enormes y aumentar su número de tal modo, que constituya seria calamidad para el hombre; y aun escapando nosotros  con vida de estos monstruos, nos quedaría la posibilidad de ser víctimas de esos invisibles enemigos, los insidiosos microbios. 
        El bacilo del cólera, de la influenza, de la peste bubónica, de la tifoidea ó de cualquiera otra enfermedad propagada por gérmenes, si encuentra que el clima ó las condiciones atmosféricas le son favorables, se multiplicaría extraordinariamente, y, con el campo libre, seria capaz de destruir la raza humana en un mes. 
        Si consideramos la cuestión bajo otro orden de ideas, puede ocurrir también que, según lo indicado por un famoso sabio, la fuerza de gravitación de la Tierra se duplique por alguna causa desconocida hasta ahora, dando motivos á muy señalados cambios en la estructura de los seres humanos. En estas circunstancias abundarían espantosamente las personas  desfiguradas, ostentando algunas enormes mandíbulas bajo cráneos diminutos. 
        Con este cambio vendría también la alteración en el reino animal, menudeando los monstruos de cuatro, seis y ocho pies, los cuales podrían muy pronto desembarazarse de su adversario el hombre. 
        O si por cualquier otra causa disminuyera la fuerza de gravedad, nos encontraríamos lanzados de improviso á regiones desconocidas del espacio. Un alarmista publicó no hace mucho en un periódico la profecía del irremediable colapso de la Tierra por  causa de la constante extracción de su fluído vital en forma de ¡petróleo! 
        Según aquel escritor, el interior del planeta es aceite líquido, y si éste se contrae, la corteza terrestre cederá. Todos los países—sigue diciendo el alarmista—deberían adoptar una ley que considerara criminal la extracción de una sola gota de tan precioso líquido. En su imaginación ve ciudades populares, pueblos y aldeas lanzadas al abismo, y montañas minadas por sus bases, mientras que millones de seres humanos perecerán entre la oscuridad, el horror, la confusión, el humo y el fuego. 
        Como se ve, este desastre supera á todos los profetizados en horrores y desolación. Hay también quienes predican la ruina del planeta por el hambre; pero contra este mal no falta quien nos anuncia que la Química será el antídoto, produciendo alimentos artificiales que nos rediman de la necesidad de labrar la tierra con el sudor de nuestra frente. El gran químico francés Mr. Buthelot es entusiasta defensor de esta producción futura del alimento artificial, y afirma que el pan, la carne, las verduras, etcétera, serán dentro de algunos años recuerdos históricos solamente, y que el menú de un banquete se extenderá en el orden siguiente: 

  • Pastillas de sustancia nitrogenosa. 
  • Pastillas de materia grasienta. 
  • Un poco de azúcar. 
  • Píldoras refrigerantes. 
  • Pastillas al Jerez. 
        Y cuando este sueño se realice, exclama el entusiasta Berthelot, cuando el alimento del hombre deje de ser un problema diario, la Tierra será un inmenso jardín, corrientes naturales subterráneas saltarán á la superficie, y la raza humana vivirá feliz y tranquila en la abundancia legendaria de la Edad de Oro. 
        Más, mucho más podría escribirse acerca del fin del mundo, poro como sólo sucederá cómo y cuando Dios disponga, vale más dar por terminadas estas notas con la brillante perspectiva que al género humano presenta con sus pastillas alimenticias el ilustre químico Berthelot".
http://hemerotecadigital.bne.es/issue.vm?id=0003094536&page=4&search=nikola+tesla&lang=es

La imagen de portada pertenece al artista plástico mexicano Miguel Cabrera y se titula "La Virgen del Apocalipsis", del año 1750.
 "En este lienzo se aprecia una escena ampliamente representada en el Arte del Virreinato de la Nueva España: la visión de San Juan descrita en el capítulo 12 del Apocalipsis. Al centro, aparece María, cargando al Niño y protegiéndolo de un demonio que la amenaza desde abajo. A su derecha aparece San Miguel Arcángel luchando con los demonios y Dios Padre detrás de María, tocando sus alas. Del lado derecho de la obra aparece en segundo plano San Juan quien presencia la escena. Don José Reaño y Doña María Olivares financiaron la ejecución de este lienzo, terminado en 1760. Actualmente forma parte de la colección del Museo Nacional de Arte de México, y tiene unas medidas de 352 x 340 cm".
Fuente: Del sitio "El Mundo del Museo / Todo el arte a tu alcance"

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