La Biblioteca

por María Cristina Quarella
del libro “Relatos Cotidianos”,
Editorial Dunken
año 2018
        Anochecía, el día había pasado como todos los días, con la actividad diaria de esa casa, donde todos iban y venían sin parar. La familia  que allí vivía estaba compuesta por los padres, Alicia y Joaquín, que sostenían el hogar, trabajaban todo el día y sólo se encontraban por la noche y sus hijos adolescentes, María, Ernesto y Pablo, quienes estudiaban por la mañana y luego cuando salían de la escuela volvían a la casa y pasaban toda la tarde con sus juegos electrónicos: tablet, celular, computadora. No existía otra cosa, los amigos eran virtuales, de deportes, actividades artísticas ni hablar y el estudio siempre en último lugar.
        La casa era amplia, con varias habitaciones, y en una de ellas donde nadie entraba estaba la biblioteca, sola y por supuesto con mucha tierra, allí no se limpiaba.
        Esa noche, como siempre, cada uno estaba en sus cosas, nadie se sentaba a cenar, la comida esperaba. Alicia y Joaquín discutían, los chicos con su electrónica.
        En la biblioteca todo estaba quieto y a oscuras, de pronto… un ruido, el diccionario cayó al suelo.
- ¡Vamos, chicos! Estoy cansado del estante, vengan conmigo -dijo. Y uno a uno fueron cayendo los libros, la Cenicienta, Pulgarcito, La historia de Grecia, todos caían y empezaron a caminar por la habitación.
- ¿Qué hacemos? -dijo el diccionario.
- ¡Nos tienen que escuchar!- contestó la enciclopedia.
- ¡Hagamos mucho ruido! –dijo el libro de Geografía.
        Comenzaron a saltar, el desorden era cada vez más grande, pero… en la sala nadie escuchaba nada, el televisor al más alto volumen, la computadora, los celulares, todos andaban a la vez, y ni los padres ni los chicos se daban cuenta de lo que estaba pasando.
        Los libros estaban desesperados, muchos años sin que los leyeran, hasta que sucedió lo inesperado… se cortó la luz. Se produjo el silencio por un momento, pero los chicos empezaron a gritar:
- ¿Y ahora qué hacemos?!!!! – Se les había acabado el mundo, sin electricidad no había nada.
Alicia comenzó a encender las velas y las repartió.
- Vayan a la cama –dijo. No hay más que hacer.
        Los chicos se levantaron y comenzaron a caminar hacia sus habitaciones, cuando pasaron por la biblioteca vieron la puerta abierta.
- ¡Qué raro! –dijo María. ¿Quién la abrió? 
- No sé… -contestó Ernesto.
- Y… si entramos –dijo Pablo.
- Sí, probemos, mal no nos va a hacer…-contestó María.
        Entraron y qué sorpresa: todos los libros tirados.
- ¿Qué pasó? –gritaron todos.
        Entonces comenzaron a mirar, allí estaban, libros que no sabían que existían, cuentos, libros de texto, novelas, de todo había y ellos no conocían ninguno. El diccionario miraba atento, pero no se movía para que no se dieran cuenta.
- ¿Y si los ordenamos? –dijo María.
- Sí, vamos a ordenar…-contestaron sus hermanos.
        Buscaron franelas, limpiaron los libros y los ordenaron por temas en la biblioteca.
- ¿Y si leemos? –dijo Ernesto.
- ¡Claro! Con la luz de nuestras velas podemos hacerlo…-contestaron sus hermanos.
        Cada uno tomó un libro, se sentaron en el viejo sofá y comenzaron a leer.
        En eso pasaron Alicia y Joaquín, no podían creer lo que veían, sus hijos leyendo juntos, entraron, tomaron un libro cada uno y se sentaron en el otro sofá.
        El diccionario estaba muy contento y observaba la hermosa escena familiar, porque no sólo leían sino que cada uno estaba fascinado y contaba lo que por primera vez aprendía a través de un libro.
        Y lo bueno fue que cada noche la escena se repetía, todos iban a la biblioteca y charlaban sobre lo que leían.
        SE COMUNICABAN.

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