No es de hoy esa afición a las carreras de caballos que tan
abiertamente manifiestan los argentinos en general y los porteños en
particular. En el pasado siglo (se refiere al XIX), ya eran consideradas como
una diversión favorita, aunque, como asegura Emeric Essex Vidal en sus “Ilustraciones
pintorescas de Buenos Aires y Montevideo”, obra publicada en Londres en 1820 y
traducida últimamente por la Facultad de Filosofía y Letras, ellas no se
realizaban en forma que pudiera proporcionar mucha diversión a cualquier
inglés.
Según este viajero, no existían caballos entrenados para las carreras
y hasta se abandonaba el cuidado de escoger y seleccionar las razas. Las
carreras eran de media milla, no más; lo corriente era que la distancia
alcanzara a unas dos cuadras, o sea, trescientas yardas, decidiéndose la
carrera de una sola vez.
Con cierto dejo humorístico, agrega Vidal: “Para compensar eso, sin
embargo, largas más de veinte veces y, después de correr unas cuantas yardas,
se vuelven hasta que los jinetes convienen que la largada es pareja”. Como se
ve, ni más ni menos, algo aproximado a lo que, ciertos domingos fatídicos,
presencian nuestros contemporáneos en Palermo…
Empero, algo mejor andaban las cosas en lo que a los corredores se
refiere. Eran, sí, menos hábiles; mas jamás ocurría que hicieran trampas… “exceptuando
el hecho de tirarse uno a otro del caballo, lo cual es permitido, si se
consigue, aunque con tan expertos jinetes es sumamente difícil y, por
consiguiente, muy pocas veces intentado”.
Montaban sin silla, fusta o espuela. Únicamente llevaban una brida sin
bocado, con la cual el animal daba de sí todo lo que de velocidad y fogosidad
era capaz. Nada se cuidaban los pesos ni la edad de los caballos. A lo sumo se
cuidaba que la desproporción no fuera muy notable.
No existía un lugar determinado para realizar las carreras.
Generalmente se aprovechaba la playa del río, donde no era raro ver de tarde
tres o cuatro carreras que acababan con la paciencia de cualquier persona que
estuviera acostumbrada a ver las de Inglaterra. Así y todo, las apuestas eran
numerosas y elevadas.
En el grabado adjunto, que pertenece a la colección de Vidal, puede
verse una carrera realizada en la playa, al norte de la ciudad. En primer
término, los que figuran, parecen ser espectadores; a la izquierda aparece un
fraile, lo cual no era ni extraño ni daba, entonces, lugar a críticas. A su
vera aparece un quintero, con traje de fiesta, en el que el dibujante quiere
ver a un godo que, como no se aviene a usar la escarapela nacional, debe pagar
un fuerte impuesto mensual, de acuerdo con su hacienda. Vidal aprovecha el
trance para poner de manifiesto la entereza de estos españoles que permanecían
fieles al rey Fernando VII y a los cuales las autoridades republicanas no
molestaban mayormente, siempre que contribuyeran en la forma apuntada. A la
derecha, en el centro, está un carretero y a su lado un gaucho “que posee una
pequeña choza con unas cuantas vacas y una plantación de duraznos”, declara el
viajero inglés con una cierta ingenuidad.
Todos están armados con largos cuchillos, los que no era raro que
salieran a relucir por alguna a diferencia en el juego. Empero, en las peleas,
reconoce el autor, los criollos no buscaban la vida de sus rivales, sino que
procuraban “marcarse”. Nada más: era suficiente. Así, en la próxima carrera, se
evitaría cualquier trapalonería, por más que, como está apuntado, fuera de los
autorizados “pechazos”, pocas eran las mañas de los corredores de antaño."
Facsímil de la publicación en la Revista Caras y Caretas de la República Argentina, año 1928 |
Publicado en la Revista Caras y Caretas del 26 de mayo de 1928. No consigna autor.
Las imágenes corresponden a las pinturas de Emeric Essex Vidal, y pertenecen al sitio Odisea 2008 - Buenos Aires 1820.
http://www.odisea2008.com/2012/10/buenos
-aires-en-1820.html
Las imágenes corresponden a las pinturas de Emeric Essex Vidal, y pertenecen al sitio Odisea 2008 - Buenos Aires 1820.
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