Después de admirar las formas perfectas de mis vecinos, su gracia, su belleza y su tez delicada, me aterrorizaba al verme en el transparente estanque. Al principio me sobresalté, incapaz de creer que fuese mi persona la que se reflejaba en aquel espejo, y cuando me convencí de que era el monstruo que soy, me acometió un profundo sentimiento de pena y mortificación. No alcanzaba, sin embargo, a comprender aún las consecuencias que tendría mi terrible deformidad.
Mis pensamientos me impulsaban a dedicarme con renovado ardor a aprender el arte de la conversación. Mis órganos eran rudos pero dóciles y aunque tenía una voz muy distinta a la suave música de la de ellos, llegué con relativa facilidad a pronunciar las palabras que les oía. Hacía el papel de asno de la fábula el asno y el faldero, pero sin duda el buen asno, cuyas intenciones eran excelentes aunque sus modales fuesen rudos, merecía un trato mejor que los golpes y los insultos.
Las agradables lluvias y el clima templado de la primavera dieron un aspecto muy distinto a la tierra. Los hombres, que hasta entonces parecían haber estado escondidos en sus cuevas, se dispersaron por el campo para dedicarse a los diversos cultivos. Cantaban los pájaros con tonos más agradables y empezaron a brotar las hojas de los árboles. ¡Qué deliciosa resultaba entonces aquella tierra que hasta poco antes era desnuda, húmeda e inhospitalaria! Se elevaba mi espíritu con el encantador resurgimiento de la vida en la naturaleza. Olvidado ya el pasado, veía frente a mí un presente tranquilo y un futuro iluminado por los rayos de la esperanza y la alegría”.
Mary W. Shelley
“Frankenstein, o el moderno Prometeo”
Clásicos de la Literatura Fantástica
Terramar Ediciones
año 2004
Imagen de portada Frankenstein - Del sitio Youtube.
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