Con una puesta excelente y el apoyo incondicional del público, Casa Doña Rosa presentó “Esperando la Carroza”, del libro de Jacobo Langsner y con la mejor de las actuaciones. La mejor de las opciones para practicar la “Arteterapia” de la que siempre hablamos. Vayan y, si resisten tanta risa, me contarán…
La historia la conocen: una señora que, por sus años, ya no anda muy bien de la cabeza, decide preparar flancitos con una supuesta mayonesa que está sobre la mesa. Dotada de un enorme corazón, pero también con dos manos que no descansan, todo lo toca y todo lo complica. Pero la mayonesa desata una verdadera batalla campal en una familia de clase media en la Argentina de principios de la década de los ’60, época en que los geriátricos no existían y los ancianos eran cuidados en la propia casa. O en la de otro familiar. O en la de otro. O en la de otro. He aquí el problema principal.
Una escenografía excelente, con un living de una casa que puede ser la de todos |
La señora, llamada Mamá Cora, se va de la casa de su hijo Jorge y su esposa Susana, y con el correr de las horas aparece muerta. Porque todos creen que es ella, claro. Y con motivo de esta mayonesa y de esta desaparición, salen a la luz muchos reproches y contiendas ocultas, amén de los engaños e infidelidades que no faltan. Sabemos que de los velorios y de los “cuernos” nadie se salva, o eso dicen. Bueno, los Musicardi tampoco.
Con el excelente nivel actoral al que el Grupo Babel nos tiene acostumbrados, y la estupenda dirección de Alejandro Casagrande, “Esperando la Carroza” sigue paso a paso el libro de Jacobo Langsner, y sus personajes aparecen exactamente pintados en las voces y en los cuerpos de Pilar Martínez (“Susana”), Jorge Graffigna (“Jorge”), Baby Tagnochetti (“Mamá Cora”), Carlos Oberst (“Sergio”), Adriana Cetroli (“Elvira”), Gina Mobilia y Brenda Zaenhsdorf (“Matilde”), Patricia Santi (“Nora”), Héctor Varveri (“Antonio”), Ezequiel Varveri y Daniel Quinteros (“Luis”). Todos ellos arman este grotesco que es el espejo donde nos reflejamos a nosotros mismos. Porque de eso se trata esta obra: de mirarnos y mirar qué hacemos y qué decimos. De allí su vigencia.
El living se transforma en la antesala de un velorio equivocado, en un febrero de Buenos Aires con cuarenta grados de temperatura, sin luz ni agua |
Y además de la vigencia, su trascendencia. Hoy por hoy, esta historia es considerada “Patrimonio Nacional” por todos los argentinos. No hay quién no se sepa los diálogos de memoria, y los va repitiendo en silencio, como un rezo, cuando los actores de Casa Doña Rosa los van actuando para todos. Pero es tal el sentimiento de pertenencia que genera, que más que obra, es como una misa donde todos saben lo que sucederá pero disfrutan cada bocado de esta cena en un lugar que es un lugar de encuentro para todos.
Jacobo Langsner escribió una obra que siempre tendrá vigencia, porque habla de lo que vivimos todos, ya que todos tenemos una familia, o una de sus variadas subespecies. Con sus luchas, sus reproches, sus gritos, sus engaños, sus lágrimas y sus risas, “Esperando la Carroza” es el libro de la vida misma, y así, exactamente, está traducido en la estupenda Adaptación de Patricia Santi, la Dirección y Puesta de Alejandro Casagrande, la Iluminación de José Oreguy, la Musicalización de Julio Vita, el Sonido de Mónica Dargains y la Escenografía de Casa Doña Rosa y su elenco.
Estrenada en Casa de Arte Doña Rosa en octubre de 2007, y repuesta en 2008 y 2009, es una obra que jamás pasará de moda. Por el contrario, con cada actuación va tomando más fuerza, adquiere un valor mayor. Y es la oportunidad ideal para que todos practiquen lo que siempre recomendamos: la Arteterapia. La posibilidad de sentirse bien riéndose de nosotros mismos, a la vez que nos ponemos a pensar un poquito cómo vivimos, o cómo dejamos de vivir enzarzados en luchas y reproches que nos provocan nuestros “egos” y la defensa atricherada de nuestra “situación”, en vez de entender que si somos parte de una familia, todos debemos ceder un poco. Y buscar las soluciones en conjunto.
La corona que envían, juntos, Cristina y Mauricio, y que tanto nos hizo reír y que va pasando de mano en mano |
Y respetar a los mayores. Es difícil, pero no imposible. Tal vez nos cuesta porque no podemos pensar, en esta sociedad que sólo valora una pretendida “juventud” sostenida con hilos de cirugía estética, que nosotros también seremos mayores algún día. Y buscaremos, quizá sin darnos cuenta, meter las manos en las mayonesas y hacer flancitos cuando ya no podemos, y muchas cosas más. Pero deberíamos darnos cuenta (y aquellos que estén deberán darse cuenta en ese momento futuro que siempre llega) que una persona mayor tuvo una vida, que lo que somos lo somos porque esa persona fue joven un día y trabajó y amó y se sacrificó por nosotros, y si estamos aquí, y si tenemos lo que tenemos, y si disfrutamos de nuestra vida hoy fue porque ellos lucharon antes, lucharon no sólo por su vida si no por los que vendrían. Que venimos a ser nosotros.
Y ésa es la virtud de esta puesta: mostrar la vida, y hacernos reflexionar si la estamos viviendo a fondo o sólo sobreviviendo. Va al corazón en forma muy profunda. Y además, nos hace reír a carcajadas.
Reírnos de nosotros mismos, y hacernos bien.
Y desear sentirnos bien, y amar más.
La Carroza llegó. Que no pase de largo sin que vivamos más a fondo.
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