Con profundo sentimiento, una inmigrante nos canta su historia, que es la de muchos de nuestros abuelos. Puesta hermosa y emotiva, Paula Castignola nos cautiva con su hermosa voz y su actuación excelente. Canciones y relatos que nos han hecho emocionar hasta las lágrimas. El público pide más.
Pocas cosas nos representan tan bien como la canción italiana. Patria de muchos, Italia es cuna de cultura, sentimiento y emoción, y fueron nuestros abuelos, o tal vez bisabuelos, los que han traído este bagaje hacia estas tierras lejanas. Sentimiento y lucha por la vida, con esa “forza” que aún hoy nos lleva para adelante. Y nos impide aflojar. “Es la sangre tana”, dicen algunos, y repiten así lo que decían aquellos que bajaron de los barcos, en busca de un lugar adonde trabajar y formar una familia. Argentina abrió los brazos, como siempre, para recibirlos. Y es Antonia, en la voz hermosa de Paula Castignola, la que nos canta en nombre de todos aquellos hombres y mujeres que con el esfuerzo de sus brazos levantaron la Patria.
El domingo pasado nos emocionamos con la presentación de “América Mía, Una inmigrante canta su historia”, que se estrenó el día anterior, sábado, y el público podrá disfrutar a pleno durante todo el mes de agosto en la Casa de Arte Doña Rosa, los sábados a las 21 y domingos a las 20. Y decimos “disfrutar a pleno” porque si sus antepasados italianos vinieron en aquellos barcos, en aquellas “cascaritas de nuez”, como decían en mi casa, no podrá perderse esta oportunidad de paladear esta historia llena de emoción, lágrimas y canciones.
Pero antes que nada, vayamos a los datos precisos: Paula Castignola es la intérprete, y nos conmovió con su dulce voz. Llegó hasta nuestros oídos su participación en el año 2005 en el Festival de San Remo, y Dios sabe que está en condiciones de ganar este concurso. Pero ahora se suma su revelación como actriz, y si sumamos cantante y actriz, el resultado es hermoso y nos hizo emocionar a todos. La dirección, excelente, está a cargo de Mónica Driollet, basada en una idea original que se transformó (¡y qué bueno que así sea!) en un libro de Pedro Garro. Los arreglos musicales, la programación y la sonorización, precisa, contundente, está a cargo de Yair Hilal. La asistencia de Dirección y movimientos coreográficos se los debemos a Daniela Fernández López; la edición de video, a Marcelo Turrisi; el vestuario, muy apropiado, es de Rosana Barcena; las luces son de Carlos Díaz, con la operación de José Oreguy y las fotos, en un trabajo muy completo, de Gabriela Morales. Y todo con la Producción General de la Casa de Arte Doña Rosa, que de este lugar hablamos.
Hechas las presentaciones del caso, vamos a la trama, que es lo que todos quieren conocer. Antonia, joven italiana, recibe una carta que lee con enorme sentimiento. Es de su hermana, que ya ha venido a la “Mérica”, donde “no hay montaña ni colina”, y lo cierto es que en Lanús no las hay. Le pide que venga, ya que ella hace seis meses que está casada, y le dice que su esposo, el “Miquele”, tiene un conocido para presentarle. Todas son esperanzas, todas son ilusiones: un futuro venturoso se abre en esta tierra de promisión donde sobra el trabajo y se necesitan brazos para todo. Los padres quedarán en Italia, y “ellos saben que nuestro futuro está aquí”, le dice la hermana. La Argentina será el vuelo, y la Italia la raíz.
“Santa Lucía lontana te” canta Antonia, y con un atadito con pocas cosas se va al puerto. Suenan las sirenas de los barcos, y muchos viajeros se ven sobre el cortinado del teatro, donde a lo largo de la obra se irán reflejando las imágenes de una historia que llega hasta el presente. En un estupendo trabajo de búsqueda de fotos y videos de la época, veremos desfilar nuestro pasado, que para Antonia es el presente que vivirá una vez que cruce el proceloso mar. Ese mar, interminable, que hay que atravesar en 36 días, o mejor dicho, “36 giornos”. Suena el mar sobre el cortinado, y el barco se mueve. “Sola en el valle, sola en la colina, todo parece estar fuera de tiempo; amor, adiós, me marcho lejos” canta Antonia, y mientras canta, canta la realidad de una Italia pobre y que no tiene nada para ofrecer a su gente: “Amarga terra mía, amarga terra. Senza esperanza”.
Para fortalecerse, Antonia reza el Ave María y el Padrenuestro, en italiano, claro. Mientras duerme sobre su baúl, sueña. Y piensa cómo será esa “Mérica” de la que tanto hablar, esa “Mérica como una hermosa flor”. Al despertar, alegra su viaje con canciones y tarantelas, y se entiende bien con muchos de los viajeros, y nos cuenta que “éramos tantos y tan diferentes, pero todos con un mismo destino”. “Que la América e grande, que ya no lo piense, que acá está mi lugar; que no voy a volver, te dejo mi historia” canta. “Que vengan los años de pan y trabajo, yo soy mi camino, yo traigo en mis ojos un mundo de sueños” canta. “América, mis manos te abrazan, yo quiero vivir…” canta, y su canto es el canto de tantos.
Al fin, el viaje que parece interminable, tanto que muchos de nuestros abuelos siempre lo recordarán como la odisea que fue, termina en el puerto de Buenos Aires. Se empiezan a oír los primeros acordes del tango. En el puerto frío, ventoso, quizá, Antonia logra encontrar a su hermana, que la había venido a buscar. Luego, los años traerán trabajo y más trabajo vendiendo fruta y verdura para sobrevivir. “San Antonio benedetto no me va a dejar sola”, piensa, y para que le compren verdura, hace su propia propaganda, y para eso una tarantela viene “al dente”. Y le sigue “Ueh, paisano”, “Funiculí Funiculá” y “Luna Rosa”. Y si van llegando los compradores, también llega el amor, suenan campanas, el ajuar soñado ahora sueña fuera de su baúl.
Y el futuro ahora es una pieza de conventillo, sencilla y limpia, donde Antonia amasa y pelea y sufre y canta, pero nunca afloja. Se pelea con los vecinos, tan inmigrantes como ella, que quién sabe vienen de dónde. Lucha para criar a sus hijos, los que “le hacen la vida disgraciada”, y reniega como madre italiana que es. Pero para su consuelo, en la radio canta el criollo más buen mozo que dio esta llanura y que enamora al mundo: Carlos Gardel. Y su muerte, inesperada, en Medellín. “¿Cómo es que se fue a morir, Don Carlos, tan lejos de la mama?” le pregunta sin respuesta al Zorzal Criollo.
Sigue amasando la vida, sigue cantando, ahora “Volver” y “Lejana Tierra mía”. “Mañana” dice, “mañana es domingo, y los cuatro iremos al terreno, mañana techamos nuestra casa”, dice ilusionada. Y hasta allí conocemos la historia de su boca que canta. Y el cortinado, con los recuerdos que se mueven en ondas suaves como la superficie del agua, nos trae imágenes que todos guardamos en el corazón: el afiche de Geniol, Rico Tipo, las Mellizas Legrand con Niní Marshall, Glostora, la Spika, Rita Pavone, los Campanelli, las Trillizas de Oro, el Fiat 600 (¡un autazo para la época!), Piazzolla y su bandoneón con vida propia, Los Beatles (vamos llegando a la última etapa del siglo), La llegada del Hombre a la Luna, el Diego, el Obelisco, Buenos Aires, y un nuevo siglo que nos deja justito justito en la parada del 2012.
Ahora, hoy, una bisnieta encontrará el baúl, mirará las viejas fotos, leerá las cartas que llevan besos entre las líneas, acomodará la antigua espiga que vino desde “allá atrás del mar”, la espiga de San Cayetano para la abundancia que llegó por el trabajo incansable y el esfuerzo de adaptarse a otro país, a otro lugar. “Partí senza un bacchio, senza un adío” cantaba la bisabuela. La bisnieta también es una de las formas de su voz.
Nosotros, los nietos, los bisnietos, también somos su espiga, también somos su voz.
Para “Algo Especial Protagonista del Presente”.
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