Sissí, una emperatriz inolvidable

por Allison Pataki,
investigadora estadounidense,
Con relación a la coronación de Hungría del rey Francisco José I y su esposa Elizabeth, popularizada en el cine como "Sissí" y la saga de sus películas, el libro "Sissí, Emperatriz Accidental", de la autora Allison Pataki, nos regala este relato del día en que la famosa pareja (famosa y no feliz) recibe la corona húngara como forma de unir al imperio y evitar la guerra por la independencia de ese país. Era el 8 de junio de 1867.
        "Según la tradición, el vestuario de Francisco consistía en las antiguas prendas que habían lucido los reyes húngaros en sus coronaciones. El punto álgido del día llegaría más tarde, en la catedral de San Mateo, donde el conde Andrássy colocaría la sagrada corona de Hungría en la cabeza del emperador Francisco José, haciéndolo así rey de aquellas tierras por voluntad del pueblo húngaro.
        Sissí, en cambio, había encargado prendas nuevas para la ocasión. Su vestido, una obra maestra confeccionada en París, llegó a Budapest tal como lo haría cualquier miembro de la casa real: fuertemente custodiado por su propia guardia imperial.
        Era una obra de arte, mucho más hermoso que su vestido de novia, y Sissí se sentía inadecuada ante semejante esplendor. Era de brocado de seda de color marfil y plata, con un ajustado corpiño de terciopelo adornado con diamantes y perlas. Las mangas surgían de la parte superior de los brazos, dejando a la vista la blanca piel de sus hombros y de su cuello. Lucía un collar de diamantes y llevaba guantes blancos. La falda era amplia, lo bastante para disimular su vientre (esperaba a la última de sus hijas), con una cola impresionante que se arrastraba tras ella mientas recorría el pasillo central de la catedral. La sobrefalda que envolvía la falda acompañada estaba decorada con un bordado de flores y hojas. Encima llevaba una capa de satén blanco.
  El emperador Francisco José, y su esposa la emperatriz Isabel de Austria
        Cuando llegaron al altar, los esperaban dos tronos. Así se sentarían, el uno junto al otro. Dos mortales imperfectos que serían recordados, juntos, en ese momento. Qué raro, pensó ella, formar parte de lo que sin duda pasaría a la historia y preocuparse al mismo tiempo de no tropezar por culpa de las pesadas faldas.
        Su vestido era muy incómodo, de modo que Francisco la ayudó a levantarse las faldas para subir a la zona del altar. Y luego Sissí se volvió para mirar la nave de la catedral y recorrer con la mirada el mar de miles de caras que se fundían en un paisaje borroso. El ruido eran tan atronador que deseaba poder taparse las orejas para acallar el estruendo, pero sabía que no podía hacerlo. Una deidad no se echaba a temblar solo por que la multitud jaleara. Una emperatriz permanecía inmóvil, inalterable; la calma imperturbable que no se inmutaba aunque el mundo rugiera. Aunque ella supiera, desde el primer día, que eso no era cierto.
        A su lado Francisco parecía tranquilo. Incluso rígido. Pero Sissí detectaba el cansancio que se escondía tras esa fachada de serenidad. La fragilidad humana que persistía, pese a todos los años de adiestramiento y de control emocional. Por un brevísimo momento anheló arrancarle todas esas capas, liberarlo de esas cadenas para que se pareciera por una vez al hombre que conocía, al hombre cuyas esperanzas estuvieron en otra época tan íntimamente ligadas a las suyas que era incapaz de diferenciarlas.
        Pero ya era demasiado tarde para eso. Él había tomado una decisión y ella la suya. Sissí no podía deshacer el pasado de la misma manera que no podía variar el rumbo que había establecido para el futuro. Lo admitió una última vez, con tristeza, como si estuviera despidiéndose de él. Como si se despidiera de una versión de ella misma.
        A su alrededor, la multitud que abarrotaba la catedral aplaudía y vitoreaba, una muchedumbre enloquecida que luchara por conseguir un lugar lo bastante cerca de ellos para tocarlos.

-¡Reina mía!
-¡Emperatriz!
-¡Larga vida a Isabel!
-¡Larga vida a Francisco José!
-¡Sissi! ¡Sissi! – 
        La multitud enloqueció cuando ella se arrodilló junto a Francisco e inclinó la cabeza ante el conde húngaro Andrássy para recibir la corona que éste le colocaría sobre su famoso pelo castaño.
        Alzó la mirada para posarla una vez más en la multitud y esbozó una sonrisa seductora. Todos estallaron en vítores.
Coronación de Francisco José I y Elizabeth de Baviera, más conocida como Sissí
 Trabajo de Ödön (Edmund) Tull, copy of original painting of Eduard Engerth
        Sissí recorrió la catedral con la mirada para captar toda la escena, empeñada en que sus ojos reparasen en cada color, en cada rostro sonriente, mientras oía que sonaba con más fuerza la música que había compuesto especialmente para ese día el mismísimo Franz Liszt, hijo de ese país. ¿Lo recordaría todo? Lo dudaba mucho. Pero sí recordaría, durante el resto de su vida, lo que sintió al contemplarlo. Se sintió orgullosa de Francisco. Feliz por Austria. Y, por primera vez en muchos años, sintió que estaba en casa. En casa, con la gente a la que pertenecía. Más allá de esa multitud se extendían las llanuras de Pest, donde cabalgaría con sus caballos; la colina de Buda, donde pasearía para contemplar la cinta azul que era el Danubio y las alegres gentes la saludarían en la calle.
        Y con el mar de caras que la rodeaba, su mirada se posó una vez más en el rostro que ansiaba contemplar. El único hombre que la conocía mejor que cualquier otra persona del mundo. El hombre que la conocía y que la quería, no porque fuera su reina, sino porque era Sissí.
        Y allí, en ese altar, luciendo la corona por la que había luchado, Sissí tomó una decisión. No estuvo preparada para la primera corona que le impusieron; en aquel momento no comprendía lo que implicaba. Ni tampoco había luchado por ella.
        Esa ocasión sería totalmente distinta. En esa ocasión estaba preparada. Se llevó una mano al vientre, allí donde el bebé crecía en su interior. Un hijo que por fin sería suyo.
        Dios, por algún motivo inexplicable, le había concedido una segunda oportunidad y pensaba aprovecharla. Sería una buena reina. Una reina cariñosa. Una reina digna de la adoración que esas personas, por alguna razón incomprensible, le profesaban.
        Sería la reina no sólo de esa tierra, sino de su propia vida".

Bailemos el Vals

El asesinato de la emperatriz Sisí
Por Félix Casanova
        Era un hermoso día de verano, hace 120 años, en Ginebra, Suiza, cuando la emperatriz Isabel de Austria dejó el Hotel Beau-Rivage, donde pasó una noche de incógnito, para dirigirse al vapor “Genève”. Ese sábado, 10 de septiembre de 1898, fue asesinada por Luigi Lucheni, un anarquista italiano.
        El trágico suceso fue cubierto extensamente por la prensa contemporánea, ya que Isabel de Austria, también conocida como Sisi (no “Sissi”, como en las películas), fue una princesa de cuento de hadas aunque siempre rodeada de misterio. Estaba obsesionada por su belleza y pasaba varias horas al día solo para arreglarse su pelo hasta la rodilla. Los deportes y las dietas eran su pasión, y le encantaba caminar y montar, aunque era demasiado delgada, lo que le causó más de un problema de salud.
        Isabel Amalia Eugenia de Baviera (1837-1898), que pasó a la Historia –y a la literatura popular y el cine– como Sissí, tuvo una vida propia de una heroína del Romanticismo, y una muerte igualmente singular. Dotada de una gran belleza, y emperatriz de Austria por su matrimonio con Francisco José I, su personalidad distaba mucho de la de la ñoña princesa de las películas interpretadas por Romy Schneider. Fue una mujer culta, rebelde, muy viajera y de mentalidad avanzada, que tras la trágica muerte de su hijo Rodolfo en el llamado “crimen de Mayerling” –nunca se aclaró si fue un suicidio o un complot– se hundió en la melancolía, adoptó el negro como único color para su indumentaria y desapareció casi por completo de la corte austriaca.
        Cuando Isabel contaba con sesenta años, recibió una invitación de la famosa familia Rothschild para viajar a Ginebra. Junto con su dama de honor, la condesa húngara Irma Sztáray, recorrió la corta distancia entre el hotel y el muelle sin su séquito, a pesar de las advertencias de posibles intentos de asesinato.
Asesinato de la emperatriz Sissí en la ciudad de Ginebra, a manos de un anarquista
        Luigi Lucheni corrió hacia ella y apuñaló a Sissí directamente en su corazón con un estilete. Pero ni la emperatriz ni su dama de compañía se dieron cuenta de lo que realmente sucedió. Pensando que había sido un intento de robo, y sin que apenas hubiera sufrido dolor, subió al barco. Unos minutos más tarde perdió el conocimiento y murió.
        Huelga decir que el público, especialmente en Austria y Hungría, lloró la muerte y adoptó un profundo luto. Todos los periódicos amanecieron con un borde negro en señal de duelo.
        El cadáver de Sissí fue llevado de vuelta a Viena, donde el cortejo fúnebre la llevó el 17 de septiembre de 1898 a la tumba de los Capuchinos. Su asesino Lucheni fue atrapado y confesó de inmediato. Fue llevado a la corte de Ginebra el 11 de noviembre de 1898, donde fue encarcelado de por vida, lo que Luigi lamentó mucho, ya que habría preferido la pena de muerte. Durante su proceso, Lucheni declaró que había tomado la decisión de “asesinar a la primera persona de alta cuna” que encontrara en Ginebra; fue solo una coincidencia que se cruzara con la emperatriz.
Fuente: Del sitio digital "Historias de nuestra Historia" - Revista Digital. 
https://hdnh.es/el-asesinato-de-la-emperatriz-sisi/

Los videos son de Youtube

  • "Documental Sissí Emperatriz.
https://www.youtube.com/watch?v=trmFpA4MEmA

  •  "Standford Viennese Ball 2013 - Opening Committe Waltz"
https://www.youtube.com/watch?v=tRTVoN95miM
La imagen de portada pertenece al cuadro Elizabeth de Baviera, del pintor Franz Xaver Winterhalter.
Los cuadros de Sissí, tanto el retrato como la Coronación, pertenecen al sitio Wikipedia, Isabel de B aviera.
https://es.wikipedia.org/wiki/Isabel_de_Baviera

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