por Emilio Carrére
Bruja de las pupilas negras, que conoces la clave del Tarot egipcio, que guardas en tu espíritu, como una luz sagrada, la ciencia milenaria de los hierofantes faraónicos! Dime, bruja: ¿cuál es el naipe que me predice la Fortuna? Tú conoces los arcanos de la Clavícula de Salomón, el libro de los sacerdotes, que fue entregado a tus abuelos, los ambarinos gitanos de Oriente, como un precioso depósito, a través de los siglos.
Dime, Sibila: ¿cuál es el arcano que me predice la llegada resplandeciente de la Gloria? Estriga* de las pupilas de cisterna, que sabes leer en el libro de la ciencia antigua y de la moderna picardía, en el epítome de Juan Bolay, dime, hechicera: ¿cuál es la carta que, como una jovial diablesa, me predice la llegada del amor? Pitonisa y vestal o sabedora drusa de las faldas del Líbano sagrado: ¿cuál es la carta estremecedora que me precide la llegada de la Muerte?
*estriga: Copo o porción de lino que se pone de cada vez en la rueca para hilarlo.
Facsímil de la publicación de "La Esfera", de 1918 Dibujo de Merlo |
Tus ojos inmóviles tienen la inquietud de la Esfinge, mientras leen nuestro futuro en los prados celestes. ¿Qué luz interna tienen tus pupilas, que leen en el jardín de plata de las constelaciones? Ojos que ven lo que nadie ve, que conocen los amuletos contra la hechicería y entre las rayas de la mano ven el camino de la muerte; ojos zahoríes que ven a grandes distancias las ciudades fabulosas de la India, y que penetran en la tierra hasta los palacios de estalactitas de los gnomos y en el seno del lago donde la Sílfide Loreley canta su canción amorosa y dramática.
Tus ojos, que ven la ronda de los muertos, pueden decirme si hay alguna sobra tutelar junto a mi lecho, en las noches de luna, como cuando era niño. Tus manos de color de ámbar tiene joyas extrañas, suntuosas y antiguas, dignas de una emperatriz. ¿Acaso has heredado las piedras preciosas de la divina reina de Saba? Pareces una princesa soñada en un éxtasis de opio. De tus manos enjoyadas se desprende un aroma de acacias tempraneras.
Tus manos conocen el signo del conjuro, y a las mágicas figuras que trazan acuden los diablejos de la lujuria, de la avaricia y del delito, y tú, bruja, los envías contra las pobres almas humanas. Con tus bebedizos enciendes la antorcha de la locura y los rojos resplandores del crimen. ¿Quién fuiste tú en tus vidas remotas, divina Sibila del Sari? ¿Acaso Belkis, la que inspiró la Cantiga de las Cantigas y acarició las melenas doradas del rey sabio, en los jardines nevados de flor de azahar? ¿Fuiste la princesa de Judea que besó los cárdenos labios de Juan en unéxtasis de vampirismo? El Tiziano te soñó rubia y magnífica entre los ritmos de tus danzas lujuriosas, oh, Salomé rediviva, en cuyo corazón hierven todas las fiebres del pecado. Mesalina, Cleopatra o Lucrecia, la trágica musa del Renacimiento; acaso fuiste todas estas divinas y diabólicas heroínas, y en tu alma hay remembranzas confusas de sus pasiones, de sus monstruosidades y también de sus sacrificios.
¡Sibila del Sari! Por tus ojos, yo te conjuro a que me digas si Ella, la pálida, seca y desdentada ramera, ronda cerca de mi puerta. Tus ojos la ven, como los ojos dulces de los perros nocturnos, como los ojos hipnóticos de los gatos, que miran tan trágicamente en las alcobas mortuorias. Por tus manos cargadas de piedras preciosas, que conocen los signos de la abracadabra, dime si los dedos espectrales de Ella están devanando las madejas de mis horas en la rueca de sicomoro de Saturno. La hilandera de manos de marfil trabaja, trabaja… Los relojes invisibles dan una hora. Alguien pone el pie en el esquife negro que lleva a la isla de lo Desconocido.
Sibila: tú que ves lo que nadie ve, ¿sabes quién está llamando a mi puerta? ¿Es el amor, la fortuna o la gloria? Acaso es el Caballero de la Muerte. Cada hora que suena nos anuncia un suceso trascendelta en neustra vida. ¡Tan! ¡Tan! Dime, sibila, qué imprevisto toca en mi puerta, tú que ves lo que nadie ve, con tus bellos ojos que son como estrellas, como abismos, que leen en las constelaciones y ven entre las rayas de la mano el camino invisible de la muerte.
Fuente: Del sitio de la Hemeroteca Digital de la Biblioteca Nacional de España, Revista “La Esfera”, Madrid, 1914 del 31/8/1918, N°244. Emilio Carrére.
https://hemerotecadigital.bne.es/hd/es/viewer?id=6a773da2-7c06-4201-9740-dc32f46c4ab6&page=24
La obra pictórica digital de la portada pertenece a Diane Ozdamar.
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