por Pablo De Santis,
escritor argentino, especializado en literatura infantil (1963-)
-Ahora soy el Último Espía, pero antes era Canguro Embalsamado. Ése era mi nombre en clave. Recibía llamadas en medio de la noche y una voz me decía lo que tenía que hacer.
Atención, Canguro Embalsamado, en la segunda butaca de la cuarta fila del cine Odeón hay un hombre con un sombrero negro; él le entregará un sobre. Guárdelo hasta recibir nuestra información.
Y yo recibía y enviaba mensajes, y repetía frases sin sentido que eran, en realidad, contraseñas , y recorría la ciudad a la hora en que el sol se apaga. En los bares oscuros, frente a pocillos en las que se enfriaba un café que nadie tomaba, o en los bancos de piedra de las plazas, o en esquinas sin luz, había otros hombres como yo, también de impermeable, a la espera de señales y de órdenes.
-Atención, Canguro Embalsamado: en la estación del subterráneo hay un hombre que vende guías de la ciudad. Pregúntele por la Calle de la Luna, él le entregará un plano con un círculo rojo.
Buscaba y dejaba mensajes en los pliegues de mármol de las estatuas, en botellas que flotaban en la fuente de una plaza, en libros abandonados bajo la lluvia. A veces seguía a hombres que se apuraban para despistarme, o a mujeres que se detenían a ver vestidos o zapatos de oferta. Tenía que descubrir si trabajaban para el enemigo. Ya cumplida la misión, llegaba el pago. Nunca sabía qué iba a recibir: billetes tan nuevos que parecían falsificados, o un cheque a nombre del Señor Canguro Embalsamado, que luego me costaba mucho cobrar, o arrugados billetes extranjeros, de países de los que nunca había oído hablar.
Durante siete años trabajé como espía, sin ver a mi jefe, que me llamaba desde la Oficina Central, ni a mis camaradas. Pero me gustaba saber que eran muchos, que también usaban nombres en clave, que les tocaba, como a mí, esperar en la lluvia o el frío.
Pero con el tiempo, noté que había menos espías. En los bares oscuros ahora había parejas que se hablaban al oído y en los cines en continuado los espectadores, en vez de intercambiar mensajes peligrosos, prestaban atención a la película.
Cuando en la calle uno veía a alguien de impermeable, era porque llovía.
Una noche llamé a la Oficina Central y tardaron en atender.
-Aquí Oficina Central – dijo finalmente la voz de mi jefe.
-Hola, aquí Canguro Embalsamado. ¿Cómo anda todo por ahí? Hace mucho que no me llaman.
-Olvídese de esos nombres tontos. El mundo de los espías se está disolviendo. Grillo Silencioso se casó con Cebra Triste, Pez Espada puso una ferretería… Yo esperaba su llamado para irme de aquí.
El jefe tosió.
-¿Y qué será de la Oficina Central?
-Cierra. Ya no hay nadie que limpie. Los escritorios juntan polvo-. El jefe volvió a toser.
-Entonces, ¿no soy más Canguro Embalsamado?
Nunca me había gustado ese nombre, pero con el tiempo me había acostumbrado.
-No. Nada de Canguro Embalsamado. Desde ahora usted es…-. El jefe dijo el nombre como si se tratara de algo importante, que había pensado durante largo tiempo, pero yo sabía que era lo primero que se le pasaba por la cabeza- …el Último Espía.
Me sentí como un astronauta perdido en el espacio.
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