De caza, el relato sobre la selva misionera

por Horacio Quiroga,
escritor uruguayo (1878-1937)
        "Una vez tuve en mi vida mucho más miedo que las otras. Hasta Juancito lo sintió, transparente a pesar de su inexpresión de indio. Ninguno dijo nada esa noche, pero tampoco ninguno dejó un momento de fumar.
        Cazábamos desde esa mañana en el Palometa, Juancito, un peón y yo. El monte, sin duda, había sido batido con poca anterioridad, pues la caza faltaba y los machetazos abundaban; apenas si de ocho a diez nos destrozamos las piernas en el caraguatá tras de un coatí. A las once llegaron los perros. Descansaron un rato y se internaron de nuevo. Como no podíamos hacer nada, nos quedamos sentados. Pasaron tres horas. Entonces, a las dos más o menos, nos llegó el grito de alerta de un perro. Dejamos de hablar, prestando oído. Siguió otro grito, y en seguida, los ladridos de rastro caliente. Me volví a Juancito, interrogándole con los ojos. Sacudió la cabeza sin mirarme. 
        La corrida parecía acercarse, pero oblicuando al oeste. Cesaron un rato; y ya habíamos perdido toda esperanza, cuando de pronto los sentimos cerca, creciendo en dirección nuestra. Nos levantamos de golpe, tendiéndonos en guerrilla, parapetados tras de un árbol, precaución más que necesaria, tratándose de una posible y terrible piara, todo en uno.
        Los ladridos eran momento a momento más claros. Fuera lo que fuera, el animal venía derecho a estrellarse contra nosotros.
        He cazado algunas veces; sin embargo, el winchester me temblaba en las manos con ese ataque precipitado en línea recta, sin poder ver más allá de diez metros. Por otra parte, jamás ha observado un horizonte cerrado de malezas, con más fijeza y angustia que en esa ocasión. 
        La corrida estaba ya encima nuestro, cuando de pronto el ladrido cesó bruscamente, como cortado de golpe por la mitad. Los veinte segundos subsiguientes fueron fuertes; pero el animal no apareció y el perro no ladró más. Nos miramos asombrados. Tal vez hubiera perdido el rastro; mas, por lo menos, debía estar ya ni lado nuestro, con las llamadas agudos de Juancito
        Al rato sonó otro ladrido, esta vez a nuestra izquierda. 
-No es Black – murmuré mirándolo sorprendido-. Y el ladrido se cortó de golpe, exactamente con el anterior.
        La cosa era un poco fuerte ya, y de golpe nos estremecimos todos a la misma idea. Esa madrugada, de viaje, Juancito nos había enterado de los tigres siniestros del Palometa (era la primera vez que yo cazaba en él). Apenas uno de ellos siente los perros, se agazapa sigilosamente tras un tronco, en su propio rastro o en el de un anta, gama o aguará, si le es posible. Al pasar el perro corriendo, de una manotada le quita de golpe vida y ladrido. En seguida va al otro, y así con todos. De modo que al anochecer el cazador se encuentra sin perros en un monte de tigres sicólogos. Lo demás es cuestión de tiempo. 
        Lo que había pasado con nuestros perros era demasiado parecido a aquello para que no se nos apretara un poco la garganta. Juancito los llamó, con uno de esos aullidos largos de los cazadores de monte. Escuchamos atentos. Al sur esta vez, pero lejos, un perro respondió. Ladró de nuevo al rato, aproximándose visiblemente. Nuestra conciencia angustiada estaba ahora toda entera en ese ladrido para que no se cortara. Y otra vez el grito tronchado de golpe.¡Tres perros muertos! Nos quedaba aun otro; pero a ese no le vimos nunca más.

        Ya eran las cuatro; el monte comenzaba a obscurecerse. Emprendimos el mudo regreso a nuestro campamento, una toldería abandonada, sobre el estero del Palometa. Anselmo, que fue a dar agua a los caballos, nos dijo que en la orilla, a veinte metros de nosotros, había una cierva muerta.
        Nos acostamos alrededor de la fogata, precaución que afirmaban la noche fresca y los cuatro perros muertos. Juancito quedó de guardia. 
        A las dos me desperté. La noche estaba oscura y nublada. El monte altísimo, al lado nuestro, reforzaba la obscuridad con su masa negra. Me incorporé en un codo y miré a todos lados. Anselmo dormía. Juancito continuaba sentado al lado del fuego, alimentándolo despacio. Miré otra vez el monte rumoroso y me dormí.
        A la media hora me desperté de golpe; había sentido un rugido lejano, sordo y prolongado. Me senté en la cama y miré a Anselmo; estaba despierto, mirándome a su vez. Me volví a Juancito.
-¿Toro?- le pregunté, en una duda tan legítima como atormentadora.
        Tigre.
        Nos levantamos y nos sentamos al lado del fuego. Los mujidos se reanudaron. ¿Qué íbamos a decir? Desde ese instante no dejamos un momento de fumar, apretando el cigarro entre los dedos con sobrada fuerza. Durante media hora, tal vez, los mujidos cesaron. Y empezaron de nuevo, mucho más cerca, a intervalos rítmicos. En la espera angustiosa de cada grito del animal, el monte nos parecía desierto en un vasto silencio; no oíamos nada, con el corazón en suspenso, hasta que nos llegaba la pesadilla sonora de ese mujido obstinado rastreando a ras del suelo. 
        Tras una nueva suspensión, tan terrible como lo contrario, recomenzaron en dirección distinta, precipitados esta vez. 
-Está sobre nuestro rastro- dijo Juancito-. Bajamos la cabeza, y no nos miramos hasta que fue de día. Durante una hora los mujidos continuaron, a intervalos fijos, dolorosos, ahogados, sin que una vez se interrumpiera esa monotonía terrible de angustia errante. Parecía desorientado, no sé cómo y aseguro que fue cruel esa noche que pasamos al lado del fuego sin hablar una palabra, envenenándonos con el cigarro, sin dejar de oír el mujido del tigre que nos había muerto todos los perros y estaba sobre nuestro rastro. 
        Una hora antes de amanecer cesaron y no los oímos más. Cuando fue de día nos levantamos; Juancito y Anselmo tenían la cara terrosa, cruzada de pequeñas arrugas. Yo debía estar lo mismo. Llevamos al riacho a los pobres caballos, en un continuo desasosiego toda la noche, vimos la cierva muerta, pero ahora despedazada y comida.
        Durante la hora en que no le oímos , el tigre se había acercado, en silencio, por el rastro caliente, nos había observado sin cesar, contándonos uno a uno, a quince metros de nosotros. Esa indecisión –característica de todos modos en el tigre- nos salvó, pero comió la cierva. Cuando pensamos que una hora seguida nos había acechado en silencio, nos sonreímos mirándonos; ya era de día por lo menos".
Horacio Quiroga
Publicado por la Revista argentina Caras y Caretas, fundada por José S. Álvarez, Buenos Aires, 31 de marzo de 1906, Año IX, Número 39. Director Carlos Correa Luna. Compartido por la Hemeroteca Digital de la Biblioteca Nacional de España.
Fuente: Del sitio de la Hemeroteca Digital de la Biblioteca Nacional de España.
http://hemerotecadigital.bne.es/issue.vm?id=0004216260&page=53&search=quiroga+horacio&lang=es

Excelente documental sobre la vida del gran escritor Horacio Quiroga, dirigido por  Marcelo Dacher, interpretado por Ricardo Poitevin y ganador de un Martín Fierro otorgado a los Documentales , que puede verse en Youtube. 

https://www.youtube.com/watch?v=hQ1MiXylnbA
Dice sobre el documental el sitio FM América en una nota del 27 de abril de 2014.  Se estrenó el documental “Horacio Quiroga, el desterrado”.
"El pasado sábado se presentó en el Salón Auditorium del ITEC, el documental “Horacio Quiroga, el desterrado”, que cuenta con la dirección de Marcelo Dacher, el guion de Nicolás Capaccio y el papel protagónico de Ricardo Poitevin.
Horacio Quiroga, es un documental que aborda parte de la vida de este escritor rioplatense, con diversas miradas sobre su vida y sobre su obra literaria desarrollada durante su estadía en nuestra Provincia.
Marcelo Dacher comentó: “tuve el privilegio de dirigir  este proyecto, fue un gran desafío, que implicó  esfuerzo conjunto de un gran equipo.  Cada uno desde su lugar, ha aportado su talento para que esta obra se convierta en el primer documental sobre Quiroga, realizado íntegramente por misioneros. En la obra se combinan partes que son recreadas a través de la ficción, y otras que son descriptas a través de las voces de destacados entrevistados que nos permitieron ahondar más, en las entrañas del personaje”.
Hay que aclarar que los 50 minutos de documental fueron el fruto de casi un año de trabajo por parte de toda la producción que dirige Marcelo Horacio Dacher, MHD Producciones.
En este trabajo, se relatan aspectos inéditos de la vida del escritor y sus primeros contactos con nuestra provincia. Se destaca la participación de la Profesora Olga Zamboni (escritora y miembro de la Academia Argentina de Letras); la escritora Rosita Escalada Salvo; Nicolás Capaccio (el guionista del documental, docente y escritor); la Psicóloga Norma Varela de Pfeiffer (quien opina sobre Quiroga desde su punto de vista profesional); Libertad Kanner (quien es hija del sindicalista Marcos Kanner, que fue amigo personal de Quiroga, y recuerda haber participado en una cena con el escritor uruguayo); Néstor Ríos (investigador de Quiroga en San Ignacio); José Luis Corach (Guía de las Ruinas de San Ignacio); Magdalena Silva; Rodolfo Betzel; Macarena DacherLucca Gatti; y Ricardo Poitevin (quien interpreta a Horacio Quiroga).
Fuente: Del sitio Fm América de Misiones. 
http://fmamerica.com.ar/locales/631-se-estren%C3%B3-el-documental-%E2%80%9Choracio-quiroga,-el-desterrado%E2%80%9D.html
Biografía de Horacio Quiroga
Horacio Silvestre Quiroga Forteza (Salto, Uruguay, 31 de diciembre de 1878 – Buenos Aires, Argentina, 19 de diciembre de 1937) fue un cuentista, y poeta uruguayo. Fue el maestro del cuento latinoamericano, de prosa vívida, naturalista y modernista.1​ Sus relatos a menudo retratan a la naturaleza bajo rasgos temibles y horrorosos, como enemiga del ser humano. Fue comparado con el estadounidense Edgar Allan Poe.
La vida de Quiroga, marcada por la tragedia, los accidentes y los suicidios, culminó por decisión propia, cuando bebió un vaso de cianuro en el Hospital de Clínicas de la ciudad de Buenos Aires a los 58 años de edad.
Fuente: Del sitio Wikipedia - Horacio Quiroga
https://es.wikipedia.org/wiki/Horacio_Quiroga

La imagen de portada del afiche de "Horacio Quiroga, El Desterrado", pertenece a la publicación de Fm Amèrica.

La foto de Horacio Quiroga pertenece a la publicaciòn de Wikipedia

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