por Ernesto Sábato,
escritor argentino (1911-2011)
“No es pues descabellado ni utópico sostener que aun dentro de esta misma civilización en crisis pueden irse forjando los instrumentos que permitan reemplazarla por una sociedad mejor. Desde luego, en los países democráticos; y siempre que algunos jactanciosos miopes no desencadenen la hecatombe nuclear. La nueva escuela debería ser el microcosmos en que el niño se prepararse para una auténtica comunidad, la que supere esa antítesis en que hasta hoy nos debatimos: o un individualismo que ignora a la sociedad o un comunismo que ignora al hombre. De este postulado básico surge una serie de principios que deben regir la nueva educación, principios que clarividentes pensadores vienen proponiendo desde el siglo pasado y que intrépidos pedagogos han llevado adelante contra todos los obstáculos. ¿Cuáles principios?Una escuela que favorezca el equilibrio entre la iniciativa individual y el trabajo en equipo, que condene ese feroz individualismo que parece ser la preparación para el sombrío Leviatán de Hobbes. El trabajo comunitario favorece el desarrollo de la persona sobre los instintos egoístas, despliega el esencial principio del diálogo, permite la confrontación de hipótesis y teorías, promueve la solidaridad para el bien común. El ideal de persona, así enseñado y practicado en la nueva escuela, supone el rechazo de toda maquinaria social organizada con esclavos o ciberántropos; y no sólo es compatible con el desarrollo técnico, sino que por eso mismo es más necesaria, si es que hemos de salvarnos de la total alienación que lleva este mundo a la catástrofe.
Así como hay un egoísmo individual, existe un egoísmo de los pueblos, que con frecuencia se confunde con el patriotismo. Y así como el individuo puede acceder a la suprema categoría de persona venciendo a sus insaciables apetitos, los países pueden alcanzar esa categoría de nación que implica y respeta la categoría de humanidad; no de una humanidad en abstracto, como postulaba cierto género de humanismo racionalista, sino la constituida por la coexistencia de naciones de diferente color, credo y condición; no la abstracta identidad, sino su dialéctica integración, del mismo modo que los instrumentos forman una orquesta precisamente porque son distintos. Y es en la escuela donde debe prepararse al niño para esa difícil pero no imposible doctrina, enseñando a ver no sólo nuestras virtudes sino nuestros defectos, y a advertir no únicamente las precariedades de los otros pueblos sino también sus grandezas. Por los mismos motivos debe enseñarse a valorar y a preservar las diversidades dentro del país, como son en la Argentina las culturas guaraní, quechua, aymará y hasta los humildes restos de la gran Araucania. La escuela y hasta la Universidad deben atender a las necesidades físicas y espirituales de cada una de las regiones, pues el hombre que se pretende rescatar en esta deshumanización que en nuestro tiempo ha provocado la ciencia generalizadora, es el hombre concreto, el de carne y hueso, que no vive en un universo matemático sino en un rincón del mundo con sus atributos, su cielo, sus vientos, sus canciones, sus costumbres; el rincón en que ha nacido, amado y sufrido, en que se han amasado sus ilusiones y destinos.
En fin, habrá que reintegrar la ciencia y la sabiduría, lo que implica una humanización de la técnica, una valoración ética de sus adquisiciones y una condena de la profanación de la naturaleza, que ahora culmina en la sombría posibilidad de fabricar monstruos o genios mediante la ingeniería genética. Parafraseando a Clemenceau habría que decir: “La science est une chose trop grave por la confier à des scientifiques”. (“La ciencia es una cosa demasiado importante para dejársela a los científicos”).
Habría que encontrar, en suma, la síntesis de las tres clases de saber que señaló Max Scheler: ni ese puro saber de salvación que en la India permite la muerte por hambre de millones de niños al lado de santones que meditan; ni ese puro saber culto que en la China posibilitó la existencia de refinados mandarines entre inmensas masas de desheredados; ni este saber técnico de Occidente que nos ha conducido a los más insoportables extremos de angustia y enajenación.
Ésa es la síntesis de cultura que debería dar la escuela de nuestro tiempo. O el mundo se derrumbará en sangrientos y calcinados escombros.”
Ernesto Sábato,
"Apologías y Rechazos",
Edición Especial para La Nación,
primera edición año 1979.
Grupo Editorial Planeta SAIC,
edición del año 2006
"Empatía" de Kyuim Shim |
La obra de Sábato, que ha sido prestigiada con numerosos premios internacionales y difundida en múltiples traducciones, incluye además multitud de ensayos, como Hombres y engranajes (1951), El escritor y sus fantasmas (1963), El otro rostro del peronismo (1956), Tango: discusión y clave (1963), La cultura en la encrucijada nacional (1973), Tres aproximaciones a la literatura de nuestro tiempo (1974), Apologías y rechazos (1979), Antes del fin (1998), La resistencia (2000) y España en los diarios de mi vejez (2004). El narrador y ensayista argentino se dedicó además a la pintura, otra de sus pasiones; en sus últimos años se vio aquejado de un grave problema de visión.
Fuente: Del sitio Biografías y Vidas.
https://www.biografiasyvidas.com/biografia/s/sabato.htm
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