El relato continúa; nosotros, por razones de espacio, no podemos consignar todo el contenido aquí. En la historia hay discusiones, enemistades, traiciones y asesinatos entre los mismos conquistadores, ataques de pueblos originarios, y muchas historias concomitantes con la ocupación del territorio por parte de los españoles. Para investigar y seguir investigando...
Lo mejor: la historia de amor de Lucía Miranda, y el milagro de la Maldonada, que los mismos españoles condenaron y no pudieron asesinar. Imperdible!
La historia de Lucía Miranda
"Partido Sebastián Gaboto para España con mucho sentimiento de los que quedaban, por ser un hombre afable, de gran valor y prudencia, muy experto y práctico en la cosmografía, como de él se cuenta, luego el capitán don Nuño procuró conservar la paz que tenía con los naturales circunvecinos. En especial con los indios timbús, gente de buena masa y voluntad, con cuyos dos principales caciques siempre la conservó.
Y ellos acudiendo a buena correspondencia, de ordinario proveían a los españoles de comida, que como gente labradora nunca les faltaba. Estos dos caciques eran hermanos, el uno llamado Mangoré y el otro Siripó, mancebos ambos como de 30 a 40 años, valientes y expertos en la guerra, y así de todos muy temidos y respetados, y en particular el Mangoré, el cual en esta ocasión se aficionó de una mujer española que estaba en la fortaleza, llamada Lucía de Miranda, casada con un Sebastián Hurtado, natural de Ecija.
A esta señora hacía este cacique muchos regalos y socorría de comida, y ella, de agradecida, le hacía amoroso tratamiento, con que vino el bárbaro a aficionársele tanto y con tan desordenado amor, que intentó de hurtarla por los medios a él posibles. Y convidando a su marido a que se fuese a entretener a su pueblo y a recibir de él buen hospedaje y amistad, con buenas razones se negó y, visto por aquella vía no podía salir con su intento y la compostura, honestidad de la mujer y recato del marido, vino a perder la paciencia con grande indignación y mortal pasión, con la que ordenó con los españoles debajo de amistad una alevosía y traición, pareciéndole que por este medio sucedería el negocio de manera que la pobre señora viniese a su poder.
Para cuyo efecto persuadió al otro cacique, su hermano, que no les convenía dar la obediencia al español tan de repente porque con estar en sus tierras eran tan señores y resolutos en sus cosas que en pocos días le supeditarían todo como las muestras lo decían, y si con tiempo no se prevenía este inconveniente, después, cuando quisiesen, no lo podrían hacer, con que quedarían sujetos a perpetua servidumbre. Para cuyo efecto su parecer era que el español fuese destruido y muerto y asolado el fuerte, no perdonando la ocasión cuando el tiempo lo ofreciese.
A lo cual el hermano respondió que cómo era posible tratar él cosa semejante contra los españoles, habiendo profesado siempre su amistad y siendo tan aficionado a Lucía, que él, de su parte, no tenía intento ninguno de hacerlo porque, a más de no haber recibido del español ningún agravio, antes todo buen tratamiento y amistad, no hallaba causa para tomar las armas contra él.
A lo cual el Mangoré replicó con indignación que así convenía se hiciese por el bien común y porque era gusto suyo, a que, como buen hermano, debía condescender. De tal suerte supo persuadir al hermano que vino a condescender con él, dejando el negocio tratado entre sí para tiempo más oportuno, el cual no mucho después se lo ofreció la fortuna conforme a su deseo.
Y fue que, habiendo necesidad de comida en el fuerte, despachó el capitán don Nuño cuarenta soldados en un bergantín en compañía del capitán Ruy García, para que fuesen por aquellas islas a buscar comida, llevando por orden se volviesen con toda brevedad con todo lo que pudiesen recoger. Salido, pues, el bergantín, tuvo el Mangoré por buena esta ocasión y también por haber salido con los demás Sebastián Hurtado, marido de Lucía.
Y así luego se juntaron por orden de sus caciques más de cuatro mil indios, los cuales se pusieron de emboscada en un sauzal, que estaba media legua del fuerte a la orilla del río, para con más facilidad conseguir su intento y fuese más fácil la entrada en la fortaleza. Salió el Mangoré con 30 mancebos muy robustos cargados de comida, pescado, carne, miel, manteca y maíz, con lo cual se fue al fuerte, donde con muestras de amistad lo repartió, dando la mayor parte al capitán y oficiales, y lo restante a los soldados, de que fue muy bien recibido y agasajado de todos, aposentándole dentro del fuerte aquella noche".
Los indios atacan a los españoles para llevarse a Lucía
"En la cual, reconociendo el traidor que todos dormían excepto los que estaban de posta en las puertas, aprovechándose de la ocasión, hicieron seña a los de la emboscada, los que con todo silencio llegaron al muro de la fortaleza y a un tiempo los de dentro y los de fuera cerraron con los guardas y pegaron fuego a la casa de munición. Con que en un momento se ganaron las puertas y a su salvo, matando los guardas y a los que encontraban que despavoridos salían de sus aposentos a la plaza de armas, sin poderse en ninguna manera incorporar unos con otros porque, como era tan grande la fuerza del enemigo, cuando despertaron, a unos por una parte, otros por otra, y a otros en las camas los degollaban y mataban sin ninguna resistencia.
Excepto de algunos pocos que valerosamente pelearon, en especial don Nuño de Lara, que salió a la plaza haciéndola con su rodela y espada por entre aquella gran turba de enemigos, hiriendo y matando muchos de ellos, acobardándolos de tal manera que no había ninguno que osase llegar a él, viendo que por sus manos eran muertos. Y visto por los caciques e indios valientes, haciéndose afuera, comenzaron a tirarle con dardos y lanzas con que le maltrataron de manera que todo su cuerpo estaba arpado y bañado en sangre.
Y en esta ocasión, el sargento mayor con una alabarda, cota y celada se fue a la puerta de la fortaleza, rompiendo por los escuadrones, entendiendo poderse señorear de ella, ganó hasta el umbral, donde hiriendo a muchos de los que la tenían ocupada, y él, asimismo, recibiendo muchos golpes de ellos aunque hizo gran destrozo matando muchos de los que le cercaban, de tal manera fue apretado de ellos tirándole gran número de flechería, que fue atravesado su cuerpo y así cayó muerto.
Y en esta misma ocasión el alférez Oviedo con algunos soldados de su compañía salieron bien armados y cerraron con gran fuerza de enemigos, que estaban en la casa de la munición por ver si la podían socorrer, y apretándoles con mucho valor, fueron mortalmente heridos y despedazados sin mostrar flaqueza hasta ser muertos, vendiendo sus vidas a costa de infinita gente bárbara que se las quitaron .
En este mismo tiempo el capitán don Nuño procuraba acudir a todas partes, herido por muchas y desangrado sin poder remediar nada. Con valeroso ánimo se metió en la mayor fuerza de enemigos, donde encontrando con el Mangoré, le dio una gran cuchillada y asegurándole con otros dos golpes, le derribó muerto en tierra.
Y continuando con grande esfuerzo y valor, fue matando otros muchos caciques e indios con que ya muy desangrado y cansado con las mismas heridas cayó en el suelo, donde los indios le acabaron de matar con gran contento de gozar de la buena suerte en que consistía el buen efecto de su intento.
Y así, con la muerte de este capitán, fue luego ganada la fuerza y toda ella destruida sin dejar hombre a vida, excepto cinco mujeres que allí había con la muy cara Lucía de Miranda, y algunos 3 ó 4 muchachos, que por serlo no los mataron y fueron presos y cautivos, y haciendo montón de todo el despojo para repartirlo entre toda la gente de guerra, aunque esto más se hace para aventajar a los valientes y para que los caciques y principales escojan y tomen para sí lo que mejor les parece.
Lo que hecho, visto por Siripó la muerte de su hermano y a la dama que tan cara le costaba, no dejó de derramar muchas lágrimas considerando el ardiente amor que la había tenido y el que en su pecho iba sintiendo tener a esta española. Y así de todos los despojos que aquí se ganaron no quiso, por su parte, tomar otra cosa que por su esclava a la que, por otra parte, era señora de los otros.
La cual, puesta en su poder, no podía disimular el sentimiento de su gran miseria con lágrimas de sus ojos y, aunque era bien tratada y servida de los criados de Siripó, no era eso parte para dejar de vivir con mucho desconsuelo por verse poseída de un bárbaro. El cual, viéndola tan afligida un día, por consolarla la habló con muestra de grande amor y la dijo: “De hoy más, Lucía, no te tengas por mi esclava sino por mi querida mujer y, como tal, puedes ser señora de todo cuanto tengo y hacer a tu voluntad de hoy para siempre, y junto con esto te doy lo más principal, que es el corazón.”
Las cuales razones afligieron sumamente a la triste cautiva y pocos días después se le acrecentó más el sentimiento con la ocasión que de nuevo se le ofreció, y fue que en este tiempo trajeron los indios corredores preso ante Siripó a Sebastián Hurtado. El cual, habiendo vuelto con los demás del bergantín al puerto de la fortaleza, saltando en tierra, la vio asolada y destruida con todos los cuerpos de los que allí se mataron y no hallando entre ellos el de su querida mujer y considerando el caso, se resolvió a entrarse entre aquellos bárbaros y quedarse cautivo con su mujer, estimando eso en más y aún dar la vida, que vivir ausente de ella.
Y sin dar a nadie parte de su determinación, se metió por aquella vega adentro, donde al otro día fue preso por los indios, los cuales, atadas las manos, lo presentaron a su cacique y principal de todos, el cual como le conoció, le mandó quitar de su presencia y ejecutarlo de muerte. La cual sentencia, oída por su triste mujer, con innumerables lágrimas rogó a su nuevo marido no se ejecutase, antes le suplicaba le otorgase la vida para que ambos se empleasen en su servicio y como verdaderos esclavos, de que siempre estarían muy agradecidos.
A lo que el Siripó condescendió por la grande instancia con que se lo pedía aquella a quien él tanto deseaba agradar, pero con un precepto muy riguroso, que fue que, so pena de su indignación y de costarles la vida, si por algún camino alcanzaba que se comunicaban, y que él daría a Hurtado otra mujer con quien viviese con mucho gusto y le sirviese, y junto con eso le haría él tan buen tratamiento como si fuera no esclavo sino verdadero vasallo y amigo.
Y los dos prometieron de cumplir lo que se les mandaba y así se abstuvieron por algún tiempo sin dar ninguna nota, mas como quiera que el amor no se puede ocultar ni guardar ley, olvidados de que el bárbaro les puso y perdido el temor, siempre que se les ofrecía ocasión no la perdían, teniendo siempre los ojos clavados el uno en el otro, como quienes tanto se amaban.
Y fue de manera que fueron notados de algunos de la casa y en especial de una india, mujer que había sido muy estimada de Siripó y repudiada por la española. La cual india, movida de rabiosos celos, le dijo al Siripó con gran denuedo: “Muy contento estás con tu nueva mujer mas ella no lo está de ti, porque estima más al de su nación y antiguo marido que a cuanto tienes y posees. Por cierto, pago muy bien merecido, pues dejaste a la que por naturaleza y amor estabas obligado y tomaste la extranjera y adúltera por mujer.”
El Siripó se alteró oyendo estas razones, y sin duda ninguna ejecutara su saña en los dos amantes, mas dejólo de hacer hasta certificarse de la verdad de lo que se le decía y, disimulando, andaba de allí adelante con cuidado por ver si podía cogerlos juntos o, como dicen, con el hurto en las manos. Al fin se le cumplió su deseo y, cogidos, con infernal rabia mandó hacer un gran fuego y quemar en él a la buena Lucía, y puesta en ejecución la sentencia, ella la aceptó con gran valor, sufriendo el incendio donde acabó su vida como verdadera cristiana, pidiendo a Nuestro Señor hubiese misericordia y perdonase sus grandes pecados.
Y al instante el bárbaro cruel mandó a saetear a Sebastián Hurtado, y así lo entregó a muchos mancebos, los cuales, atado de pies y manos, lo amarraron a un algarrobo y fue flechado de aquella bárbara gente hasta que acabó su vida. Arpado todo el cuerpo y puesto los ojos en el cielo, suplicaba a Nuestro Señor le perdonase sus pecados, de cuya misericordia es de creer están gozando de su santa gloria, marido y mujer. Todo lo cual sucedió año de 1532".
Óleo del pintor José Guerrini, docente nacido en Serodino (Provincia de Santa Fe) del sitio Nuestra Historia |
"Llegado Sebastián Gaboto a Castilla el año de 33, dio cuenta a Su Majestad de lo que había descubierto y visto en aquellas provincias: la buena disposición, calidad y temple de la tierra, la gran suma de naturales, con la noticia y muestras de oro y plata que traía. Y de tal manera supo ponderar este negocio, que algunos caballeros de caudal pretendieron esta conquista y gobernación. Un criado de la casa real, gentilhombre de boca del Emperador Nuestro Señor, don Pedro de Mendoza, deudo muy cercano de doña María de Mendoza, mujer del señor don Francisco de los Cobos,
tuvo negociación de que Su Majestad le hiciese merced de aquella gobernación con título de adelantado, haciendo asiento de la poblar y conquistar, pasando con su gente y armada en aquella tierra, con cargo de que, habiéndola poblado, se le haría merced con título de marqués de lo que así poblase. Con cuya fama y buena opinión se movieron en España diversas personas, ofreciéndosele al gobernador con cuanto tenían, de manera que no tenían a poca suerte los que a esta empresa eran admitidos, y así no hubo ciudad de donde no saliesen para esta jornada mucha gente y, entre ellos, algunos hombres nobles y de calidad.
Y juntos en Sevilla se embarcaron y salieron de la barra de San Lúcar en 14 navíos el año de 1535 a 24 de agosto y, navegando por su derrota con viento próspero, llegaron a las Canarias y, en la isla de Tenerife hizo el adelantado reseña de su gente, y halló que traía dos mil y doscientos hombres entre oficiales y soldados, de algunos de los cuales haré aquí mención para noticia de lo que adelante ha de suceder.
(...)
Quedó toda la gente tan disgustada con la muerte del maestre de campo Juan de Osorio, que muchos estaban determinados a quedarse en aquella costa, como lo hicieron. Y habiéndolo entendido el gobernador, mandó luego salir la armada de aquel puerto y, engolfándose en la mar, se vinieron a hallar en 28 grados sobre la laguna de Los Patos, donde, y más adelante, tocaron en unos bajíos que llaman Los Arrecifes de Don Pedro.
Y corriendo la costa, reconocieron el cabo de Santa María y fueron a tomar el cabo de la boca del Río de la Plata, por donde, entrados, subieron por él hasta dar en la playa de San Gabriel, donde hallaron a don Diego de Mendoza que estaba haciendo tablazón para bateles y barcos en que pasar el río para la parte del oeste, que es Buenos Aires.
Saludados los unos a los otros, supo don Diego la muerte del maestre de campo (Osorio), la cual sintió mucho y dijo públicamente: “¡Plegue a Dios que la falta de este hombre y su muerte no sean causa de la perdición de todos!”.
Y dando orden de pasar a aquella parte, fueron algunos a ver la disposición de la tierra, y el primero que saltó en ella fue Sancho del Campo, cuñado de don Pedro, el cual, vista la pureza de aquel temple y su calidad y frescura, dijo: “¡Qué buenos aires son los de este suelo!”, de donde se le ha quedado el nombre.
Y considerado bien el sitio y lugar por personas esperimentadas, y ser el más acomodado que por allí había para escala de aquella entrada, determinó luego don Pedro hacer allí asiento y mandó pasar toda la gente a aquella parte, así por parecerle estaría más segura de que no se le volviese al Brasil, como por la comodidad de poder algún día abrir camino y entrada para el Perú.
Nace Santa María de los Buenos Aires
Y dejando los navíos de más porte en aquel puerto con la guarda necesaria, se fue con lo restante al de Buenos Aires, metiendo los navíos pequeños en aquel riachuelo, del cual media legua arriba fundó una población que puso por nombre la ciudad de Santa María, en el año de 1536.
Donde hizo un fuerte de tapias de poco más de un solar en cuadro, donde se pudiese recoger la gente y poderse defender de los indios de guerra, que luego que sintieron a los españoles, vinieron a darles algunos rebatos por impedirles su población y no pudiéndolo estorbar, se retiraron sobre el riachuelo.
De donde salieron un día y mataron como diez españoles que estaban haciendo carbón y leña, y escapando algunos de ellos, vinieron a la ciudad dando aviso de lo que había sucedido, y tocando al arma, mandó don Pedro a su hermano don Diego que saliese a este castigo con la gente que le pareciese.
Don Diego sacó en campo trescientos soldados infantes y doce de a caballo: don Juan Manrique, Pedro Ramiro de Guzmán, Sancho del Campo y el capitán Luján. Y así todos juntos fueron caminando como tres leguas hasta una laguna donde halló algunos indios pescando y dando sobre ellos, mataron y prendieron más de 30, y entre ellos un hijo de un cacique de toda aquella gente.
Y venida la noche, se alojaron en la vega del río, de donde despachó don Diego algunos presos para que diesen aviso al cacique que se viniese a ver con él bajo de seguro, porque no pretendía con ellos otra cosa que tener amistad, que ésta era la voluntad del adelantado, su hermano.
Con esto venido otro día, acordó de pasar adelante hasta topar los indios y tomar más lengua de ellos. Y llegados a un desaguadero de la laguna, descubrieron de la otra parte más de 3 mil indios de guerra que, teniendo aviso de sus espías de cómo los españoles pasaban en su demanda, estaban todos muy alerta y en orden de guerra con mucha flechería, dardos, macanas y bolas arrojadizas, y tocando sus bocinas y cornetas, puestos en buen orden, esperaban a don Diego. El cual como los vido, dijo: “Señores, pasemos a la otra banda y rompamos estos bárbaros. Vaya la infantería delante haciendo frente y deles una rociada, porque los de a caballo podamos sin dificultad salir a escaramucear con ellos y a desbaratarlos”.
La tremenda batalla de españoles y naturales
Algunos capitanes dijeron que sería mejor aguardar a que ellos pasasen, como al parecer lo mostraban, y pues se hallaban en puesto aventajado sin el riesgo y dificultad que había en pasar aquel vado, al fin se vino a tomar el peor acuerdo, que fue pasar el desaguadero, donde estaban los enemigos.
Los cuales en este tiempo se estuvieron quedos, hasta que vieron que había pasado la mitad de nuestra gente de a pie y entonces, se vinieron repentinamente cerrados en media luna, y dando sobre los nuestros, hiriendo con tanta prisa que no les dieron lugar a disparar las ballestas y arcabuces.
Y visto por los capitanes y los de a caballo cuán mal les iba a los nuestros, dieron lugar a que pasase la caballería, y cuando llegó, ya era muerto don Bartolomé de Bracamonte. Y siguiendo, Perafán de Ribera que peleaba con espada y rodela metido en la fuerza de enemigos junto con Marmolejo, su alférez, los cuales mataban y herían a gran prisa hasta que, cansados y desangrados de las muchas heridas que tenían, cayeron muertos.
Don Diego con los de a caballo acometió en lo raso al enemigo, más hallóle tan fuerte que no le pudo romper porque también los caballos venían flacos del mar y temían el arrojarse a la pelea y así, revolviendo cada uno por su parte, hiriendo y matando lo que podían hasta que con las bolas fueron derribando algunos caballos.
Don Juan Manrique se metió en lo más espeso de su escuadrón y peleando valerosamente, cayó del caballo, y llegando don Diego a socorrerle, no lo pudo hacer tan presto que cuando llegó no le tuviesen ya cortada la cabeza, y al que se la cortó, el bravo de don Diego le atravesó la lanza por el cuerpo y a él le dieron un golpe muy fuerte en el pecho con una bola, de que luego cayó sin sentidos.
En este tiempo, Pedro Ramiro de Guzmán se arrojó primero al escuadrón de los indios por sacarle de este aprieto, y llegando donde estaba, le pidió la mano para subirle a las ancas de su caballo, el cual, aunque se exforzó lo que pudo, no tuvo fuerzas por estar tan desangrado, y cerrando los enemigos con Pedro Ramiro, le acosaron de tal suerte a chuzazos, que en el propio lugar que a don Diego le acabaron y fue muerto.
Luján y Sancho del Campo andaban algo afuera muy mal heridos, escaramuceando entre los indios, los cuales cerrando con la infantería y desbaratándola, entraron por el desaguadero, hiriendo y matando a una mano y a otra a los españoles, de tal suerte que hicieron cruel matanza en ellos y a seguir el alcance, no dejaran hombre a vida de todos.
Luján y otro caballero por disparar, sus caballos salieron sin poderlos sujetar ni detenerlos por estar muy heridos, los cuales llegando a la orilla de un río, que hoy llaman de Luján, ambos cayeron muertos, como después se vio, porque hallaron los huesos y uno de los caballos, vivo, de cuyo suceso se le quedó el nombre a este río. Algunos dicen fueron estos la causa de la muerte del maestre de campo con otros que en este desbarate murieron.
Sancho del Campo y Francisco Ruiz recogieron la gente, que por todos fueron 140 de a pie y cinco de a caballo, y como de estos venían muchos heridos y desangrados, aquella noche se fueron quedando, donde acabaron de hambre y sed, sin poderlos remediar y quedaron sólo de toda aquella tropa, ochenta personas".
El hambre no se hace esperar
"Sabido por don Pedro el suceso y desbarate con la muerte de su hermano y de los demás que fueron en su compañía, recibió tan grande sentimiento, que estuvo a pique de perder la vida y más con un acaecimiento y desastre de haber hallado muerto en su cama al capitán Medrano de cuatro o cinco puñaladas, sin que se pudiese saber quién lo hubiese hecho, aunque se hicieron grandes diligencias, prendiendo muchos parientes y amigos de Juan de Osorio.
Con los cuales sucesos y hambre que sobrevino estaba la gente muy triste y desconsolada, llegando a tanto extremo la falta de comida que había, que solo se daba ración de seis onzas de harina, y esa podrida y mal pesada, que lo uno y lo otro causó tan gran pestilencia que, corrompidos, morían muchos de ellos, para cuyo remedio determinó don Pedro enviar al capitán Gonzalo de Mendoza con una nao a la costa del Brasil en busca de alguna comida.
Y salido al efecto, hizo su jornada y por otra parte despachó 200 hombres con Juan de Ayolas a que descubriesen lo que había el río arriba, nombrándole por su teniente general. El cual salió en dos bergantines y una barca llevando en su compañía al capitán Alvarado y a otros caballeros con orden de que, dentro de cuarenta días, le viniesen a dar cuenta de lo que descubriesen, para que, conforme su relación, ordenase lo más conveniente, y pasados algunos días, estuvo don Pedro cuidadoso de saber lo sucedido.
Cumplido ya el término de los cuarenta días y otros más, lo cual le causó notable pena y más viendo que cada día iba creciendo más la pestilencia, hambre y necesidad, con que determinó huirse al Brasil llevándose consigo la mitad de la gente que allí tenía a proveerse de bastimentos y con ellos volver a proseguir su conquista (aunque, a la verdad, su intento no era éste sino de irse a Castilla y dejar la tierra), para lo cual con gran prisa hizo aparejar los navíos que había de llevar.
Y embarcada la gente necesaria para el viaje, aquella misma noche llegó Juan de Ayolas antes de él partirse, haciendo grande salva de artillería con gran júbilo por haber hallado cantidad de comida y muchos indios amigos que dejaba de paz, llamados timbús y cararas, en el puerto de Corpus Cristi, adonde dejó al capitán Alvarado con cien soldados en su compañía.
Con este socorro y la buena nueva que de la tierra tuvo, mudó de parecer don Pedro y determinó ir en persona a verla, llevando en su compañía la mayor parte de su gente con algunos caballeros, dejando por su lugarteniente en Buenos Aires al capitán Francisco Ruiz, y en su compañía a don Nuño de Silva, y por capitán de los navíos a Simón Jacques de Ramua.
Tardó don Pedro en el viaje muchos días por causa de la gran flaqueza de la gente, no pudiendo arribar de la gran flaqueza y hambre pasada y la que de presente tenían, con todo determinó de hacer allí asiento.
Vista la buena comodidad del sitio, mandó hacer una casa para su morada, recibiendo gran consuelo en la comunicación y amistad de los naturales, de quienes se informó de lo que había en la tierra y como a la parte del sud-oeste había ciertos indios vestidos que tenían muchas ovejas de la tierra, y que contrataban con otras naciones muy ricas de plata y oro, y que habían de pasar por ciertos pueblos de indios que viven bajo de tierra, que llaman comechingones, que son los de las cuevas, que hoy día están repartidos a los vecinos de la ciudad de Córdoba.
Con esta relación se ofrecieron dos soldados a don Pedro de Mendoza de ir a ver y descubrir aquella tierra y traer razón de ella, el cual, deseando satisfacerse, condescendió con su petición. Y salidos al efecto, nunca más volvieron ni se supo que se hicieron, aunque algunos han dicho que, atravesando la tierra y cortando la cordillera general, salieron al Perú y se fueron a Castilla.
En este tiempo padecían en Buenos Aires cruel hambre porque, faltándoles totalmente la ración, comían sapos, culebras y las carnes podridas que hallaban en los campos, de tal manera que los excrementos de los unos comían los otros, viniendo a tanto extremo de hambre como en el tiempo que Tito y Vespasiano tuvieron cercada a Jerusalén: comieron carne humana. Así sucedió a esta miserable gente porque los vivos se sustentaban de la carne de los que morían y aun de los ahorcados por justicia , sin dejarles más de los huesos. Y tal vez hubo que un hermano sacó las asaduras y entrañas a otro que estaba muerto para sustentarse con ellas".
Video de las autoras Mara Carrión y Carla Di Lorenzo sobre "La Maldonada", con la Profesora Carolina Elwart, la voz en off de Diego Amed y dibujos de Pablo Sumarán. Felicitaciones!
La terrible historia de la Maldonada
"Finalmente murió casi toda la gente, donde sucedió que una mujer española, no pudiendo sobrellevar tan grande necesidad, fue constreñida a salirse del real e irse a los indios para poder sustentar la vida.
Y tomando la costa arriba, llegó cerca de la Punta Gorda en el monte grande y por ser ya tarde, busco donde albergarse y, topando con una cueva que hacía la barranca de la misma costa, entró por ella y repentinamente topó una fiera leona que estaba en doloroso parto, la cual vista por la afligida mujer quedó desmayada y volviendo en sí, se tendió a sus pies con humildad.
La leona, que vio la presa, acometió a hacerla pedazos y usando de su real naturaleza, se apiadó de ella y desechando la ferocidad y furia con que la había acometido, con muestras halagüeñas llegó hacia a la que hacía poco caso de su vida, con lo que cobrando algún aliento, le ayudó en el parto en que actualmente estaba y parió dos leoncillos.
En cuya compañía estuvo algunos días sustentada de la leona con la carne que de los animales traía, con que quedó bien agradecida del hospedaje por el oficio de comadre que usó. Y acaeció que un día, corriendo los indios aquella costa, toparon con ella una mañana al tiempo que salía a la playa a satisfacer la sed con el agua del río donde la cogieron y llevaron a su pueblo, y tomóla uno de ellos por mujer. De cuyo suceso y de lo demás que pasó, adelante haré relación.
Y llegado que fue Salazar a Buenos Aires, como vio que era ido a España y que el teniente que había dejado, malquisto con los soldados por ser de condición áspera y muy riguroso, tanto que por una lechuga cortó a uno las orejas y a otro afrentó por un rábano, tratando a los demás con la misma crueldad, con que todos estaban con gran desconsuelo.
Y también por haber sobrevenido al pueblo una furiosa plaga de tigres, onzas y leones que los comían y mataban en saliendo del fuerte, que los hacían pedazos de tal manera, que para salir unos a sus necesidades era necesario que saliese número de gente para resguardo de los que salían a ellas.
En este tiempo sucedió una cosa admirable que por serlo la diré y fue que, habiendo salido a correr la tierra un caudillo en aquellos pueblos comarcanos, halló en uno de ellos y trajo en su poder aquella mujer de que hice mención arriba, que por la hambre se fue a poder de los indios, la cual, como Francisco Ruiz la vido, condenó a que fuese echada a las fieras para que la despedazasen y comiesen.
Y puesto en ejecución su mandato, cogieron a la pobre mujer y atada muy bien en un árbol, la dejaron una legua fuera del pueblo donde, acudiendo aquella noche a la presa número de fieras, entre ellas vino la leona a quien esta mujer había ayudado en su parto, la cual, conocida por ella, la defendió de las demás fieras que allí estaban y la querían despedazar.
Y quedándose en su compañía, la guardó aquella noche y otro día y noche siguiente, hasta que al tercero fueron allá unos soldados por orden de su capitán a ver el efecto que había surtido de dejar allí aquella mujer y, hallándola viva y la leona a sus pies con sus dos leoncillos, la cual sin acometerles se apartó algún tanto dando lugar a que llegasen, lo cual hicieron, quedando admirados del instinto y humanidad de aquella fiera.
Y desatada por los soldados, la llevaron consigo, quedando la leona dando muy fieros bramidos, mostrando sentimiento y soledad de su bienhechora, y por otra parte, su real instinto y gratitud y más humanidad que los hombres. Y de esta manera quedó libre la que ofrecieron a la muerte, echándola a las fieras.
La cual mujer yo la conocí y la llamaban la Maldonada, que más bien se le podía llamar la Biendonada: quien por este suceso se ha de ver no haber merecido el castigo a que la ofrecieron, pues la necesidad había sido causa y constreñídola a que desamparase la compañía y se metiese entre aquellos bárbaros. Algunos atribuyeron esta sentencia tan rigurosa al capitán Alvarado y no a Francisco Ruiz, mas cualquiera que haya sido, el caso sucedió como queda referido".
“Argentina. Historia del Descubrimiento y Conquista
del Río de la Plata de Ruy Díaz de Guzmán”
Silvia Tieffemberg (edición crítica, prólogo y notas)
Editorial de la Facultad de Filosofía y Letras de la
Universidad de Buenos Aires
Cátedra: Literatura Latinoamericana I (B)
Buenos Aires,
Año 2012
La obra completa a la que hacemos referencia puede consultarse en el PDF cuyo enlace transcribimos a continuación:
De la anotadora y crítica Silvia Tieffemberg
Profesora, licenciada y doctora en Letras por la Universidad de Buenos Aires. Fue profesora regular en la Facultad de Letras de la Pontificia Universidad Católica de Chile y actualmente se desempeña como profesora adjunta a cargo de la cátedra Literatura Latinoamericana I (B) de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, y como investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas. Se especializa en textos coloniales del área andina y rioplatense. Ha publicado "Argentina y conquista del Río de la Plata" de Martín del Barco Centenera. Edición, prólogo y notas (1989); "El viaje a Nicaragua e Intermezzo Tropical de Rubén Darío", Prólogo, edición y notas (2003), "Literatura Latinoamericana Colonial. Hacia las totalidades contradictorias" (2010) y "El Romance de Luis de Miranda" (2012).
Biografía de Ruy Díaz de Guzmán
Ruy Díaz de Guzmán, o bien como Ruy Díaz de Guzmán e Irala o por grafía antigua, Rui Diaz de Guzmán (Asunción del Paraguay, ca. 1559 – ib., 17 de junio de 1629) fue un conquistador, burócrata colonial y cronista criollo asunceno que se convirtió en el primer escritor nacido en la gobernación del Río de la Plata y del Paraguay; además, se le considera el primer mestizo de ascendencia hispano-guaraní en registrar la historia de la región del Plata.
Por mandato del adelantado Juan Torres de Vera y Aragón en 1593, fue el segundo fundador de la ciudad de Santiago de Jerez del Igurey —o el actual río Ivinhema, en el sudeste del presente estado brasileño de Mato Grosso del Sur— aguas arriba de los saltos del Guayrá, y se convertiría en su teniente de gobernador en el año 1596.
Ruy Díaz de Guzmán había nacido entre los años 1558 y 1560 en la ciudad de Asunción, capital de la tenencia de gobierno homónima y de la gobernación del Río de la Plata y del Paraguay que formaba parte del gran Virreinato del Perú, perteneciente a su vez al Imperio español. Eran sus padres Alonso Riquelme de Guzmán y Úrsula de Irala, una hija mestiza del gobernador Domingo Martínez de Irala y de Leonor, una de sus concubinas indígenas, de origen guaraní o bien xaraye o jarayé. Estaba emparentado con el adelantado y viajero Álvar Núñez Cabeza de Vaca, a quien menciona elogiosamente en su obra. Siendo poco más que un niño, acompañó a Ruy Díaz de Melgarejo en la fundación de Villa Rica del Espíritu Santo, en 1570 y desde la adolescencia se dedicó a las armas. Ruy Díaz de Guzmán fallecería el 17 de junio de 1629, mientras ejercía el cargo de alcalde de primer voto en el Cabildo de Asunción. Se había casado con Juana de Oviedo, y tuvo numerosa descendencia.
Fuente: Del sitio Wikipedia - Ruy Díaz de Guzmán.
https://es.wikipedia.org/wiki/Ruy_D%C3%ADaz_de_Guzm%C3%A1n
Las imágenes de Lucía Miranda pertenecen al sitio Nuestra Historia.
http://puertogaboto.blogspot.com/2007/01/iglesia-nuestra-seora-de-lujan.html
El video de "La Maldonada", que recomendamos, se encuentra en el sitio de Youtube.
https://www.youtube.com/watch?v=ZPPzi7BIWv8
La imagen de la puma con sus dos cachorros pertenecen al sitio Palermo Mío.
https://www.palermomio.com.ar/la-leyenda-del-arroyo-maldonado/
Las imágenes de Lucía Miranda pertenecen al sitio Nuestra Historia.
http://puertogaboto.blogspot.com/2007/01/iglesia-nuestra-seora-de-lujan.html
El video de "La Maldonada", que recomendamos, se encuentra en el sitio de Youtube.
https://www.youtube.com/watch?v=ZPPzi7BIWv8
La imagen de la puma con sus dos cachorros pertenecen al sitio Palermo Mío.
https://www.palermomio.com.ar/la-leyenda-del-arroyo-maldonado/
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