Evangélicas (desconocidas e inéditas)

por Pedro B. Palacios
“Almafuerte”
poeta argentino (1854-1917)

  • "Ascender,  en el sentido social, es como trepar una montaña cada vez más lisa y pelada.
  • De lo que se hace y se piensa en medio de los demás, no se tiene a quien responder.
  • Entre la turbamulta, se piensa y se hace con el cerebro de todos y las manos de todos. 
  • La libertad de pensamiento y acción, es el peso más formidable que puede caer sobre las espaldas de un hombre.
  • Educar no es convencer: educar es vencer. 
  • El niño es a la manera del retazo de tela que está aguardando las tijeras y las agujas, para convertirse o en una pieza de abrigo o en una pieza de lujo: cada hombre debe tener su destino, como las chaquetas y las camisas, aunque pierda algo, para servir de algo. 
  • El buen juicio no debe estacionarse en el cerebro como una congestión: debe circular como la sangre de una persona sana, desde la coronilla hasta la punta de los pies, y determinar actos juiciosos, encadenados y sucesivos. 
  • Ante de enseñarse a leer, debe crearse en el sujeto la necesidad de la lectura, el hambre del libro; para proceder como la naturaleza, que primero crea  la necesidad de la función y después el órgano: en este caso, el órgano es el alfabeto. 
  • El que exige aplausos, acepta implícitamente los silbidos. 
  • Como sobre las manos de Lady Macbeth, la sangre de los errores cometidos por los consagrados, ni la borra toda el agua del Océano, ni la perfuman todas las resinas aromáticas de la Arabia. 
  • Los reconocidamente, los cínicamente malignos y amorales, no son nada más que hombres dados vuelta del revés como un calcetín: el vicio es el mal que sale a la superficie, y la virtud es lo vil precipitado hacia las entrañas. 
  • Aquel que viene por donde no debiera venir, no viene a lo que dice. 
  • Todo lo gigantesco implica una tiranía, y todo lo anormal un peligro; porque lo gigantesco significa mayor cantidad de fuerza, y lo anormal mayor cantidad de misterio.
  • Sé grande en miniatura; reposa sobre ti mismo.
  • No te hinches hasta la soberbia, que es una inflamación del santo amor de sí mismo; ni te reduzcas, tampoco hasta la humillación, que está más abajo, todavía, de la humildad, como la humildad está más abajo de la dignidad reposada, justa y sincera: no pierdas la entereza medio de tu ánimo que es la más eficaz.
  • No busques ni el primero ni el último puesto, sino el que te corresponda. Pero, si no quieren darte ese mismo, sal prontamente de la sala; porque en aquella casa no impera la justicia. 
  • Simplifica tus necesidades personales y centuplicarás tu acción humana: economiza vida para tus propósitos. 
  • Redúcete en lo posible, a lo primitivo, para que el monstruo de tu sensualidad no te entregue, atado de pies y manos, a los adversarios de tus ideales, cualesquiera que éstos sean. 
  • Hazte propietario del pedazo de tierra en que se apoya tu lecho, tu mesa y la cuna de tus hijos.
  • Pero, si la fatalidad se interpone entre este sano propósito y su realización, erígete señor de algo: impera, aunque más no sea, sobre tu propia insignificancia cerebral y sobre tu propio estómago hambriento. 
  • Un instante de pie sobre la propia miseria, vale toda una vida de hartura, arrastrada sobre las rodillas. 
  • Somos como el febriciente que no se tranquiliza en ninguna postura. Porque el Hombre es un ser inconcluso, un monumento en obra, un cogollo que avanza, uno de los momentos rapidísimos de una lentísima acción; sueña metido dentro de su cáscara como el feto de un ángel, con la suprema personalidad que ha de alcanzar en el fondo de los tiempos; es un ser relativo que tiene la neurosis de lo absoluto: padece la fiebre de su gestión, y de eso está enfermo!
  • Cada vez que materializamos un ensueño, de cualquier orden que sea, no sabemos qué hacer de él, por la sencilla razón de que no nos viene bien: aquella ilusión, al realizarse se ha convertido en una cruz tan pesada, que no la podríamos conducir ni dos pasos, sin jadear y postrarnos para siempre. 
  • Entonces profanamos cruelmente la hermosísima realidad aquella, con la misma diabólica vehemencia con que destrozan los niños el reloj de su padre y la túnica de blondas de su madre: la Humanidad de hoy es el niño terrible de la Humanidad de ayer. 
  • Porque los hombres tipo, los hombres humanos, son vidas en marcha, alas volando, que pasan de un desequilibrio a otro desequilibrio, sin equilibrarse jamás; y los idiotas son seres concluídos, rematados con un dobladillo, cortados en seca, que no quieren más ni se trasladan más. 
  • Mil veces hubiésemos logrado nuestra felicidad terminal, en cualquier sentido que la felicidad se tome, si nuestra suprema condición no consistiese en nuestra misma inestabilidad, nuestra perpetua actitud de caer, nuestra profunda ignorancia de lo que nos conviene, y ese insaciable descontento del otro ser futuro que llevamos en el seno, como una fecundación de Júpiter. 
  • El verdadero ser humano, el hombre completo, tiene alma de viajero; ansiedades de artífice; ceguedades de obrero y de inventor, que ya no ven lo mismo que hacen, en fuerza de pensarlos y hacerlo todos los días. Pero , nunca, jamás, el alma del burgués, de aquel burgués ideal, de aquel comerciante que plantó, cerró su tienda, se redujo a su pequeña renta y en incapaz de otras anhelaciones que las que aquella renta puede satisfacerle: el Hombre no es un punto final como los pequeños rentistas. 
  • Nuestra virtud, nuestra grande y esencial virtud, es, precisamente, esa terquedad exploradora de manos de ciego: nunca tendremos conciencia de haber alcanzado nada. 
  • Sabedlo bien: el hombre destruye, a lo largo de los siglos, muchas muchísimas cosas bellas, buenas, útiles y necesarias, no por espíritu de destrucción, sino porque no las vé ya. 
  • Tú repartirás justicia entre tu pueblo, sencillamente sentado a la sombra de una encina, como San Luis. Y tu pueblo –“que sueña prodigios y ansía verlos realizados” y “es harina viviente que anhela ser amasada”- alguna vez terminará por apellidar“el grande”y “el santo” a quien así le sugirió la verdadera grandeza y la verdadera santidad. 
  • El dolor para los débiles  suele ser una puerta que se cierra y para los fuertes una puerta que se abre.
  • A veces un gran destino está dormido y viene el dolor y le despierta". 
Pedro B. Palacios, "Almafuerte",
"Evangélicas"
Ediciones Selectas América
Buenos Aires, 
año 1921
La imagen de portada se titula "Miguel derrota al Demonio" y pertenece al artista plástico del siglo XIX Gustave Doré. Se encuentra en la Iglesia Saint Sulpice de Paris. Ilustración para el "Paraíso Perdido" de John Milton. "Construida en el siglo XVII, sobre cimientos del siglo XII, la iglesia de Saint-Sulpice es una de las más grandes de París. Vale la pena visitar esta iglesia situada en el centro del distrito 6, en Saint-Germain-des-Prés. En su interior se pueden admirar la nave, la capilla de la Virgen con una estatua de Jean-Baptiste Pigalle, la sacristía y el trabajo de la madera de estilo Louis XV, las pinturas murales de Eugène Delacroix y el gran órgano de Cavaillé-Coll. Otra curiosidad: el gnomon, forma simple de cuadrante solar utilizado para realizar diferentes trabajos de astronomía, cuyo hilo de bronce incrustado representa la linea “meridiana”. En el exterior, desde la place Saint-Sulpice, el paseante puede contemplar la preciosa fachada enmarcada por sus dos distintivas torres. La iglesia de Saint-Sulpice es uno de los sitios parisinos donde se sitúa la acción de la novela « Da Vinci Code » de Dan Brown, best-seller en 2003. Los 3 cuadros de Eugène Delacroix de la chapelle des Saints-Anges están accesibles al público, después de varios meses de restauración".
Fuente: Del sitio París, Web oficial de la oficina de Turismo y Congresos, Iglesia de Saint Sulpice.

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