por Luis García Orihuela,
poeta valenciano (1959-)
Cuando voy a los museos
echo en falta la existencia
de uno en concreto:
El Museo del silencio.
Pienso deberían de construir uno
en cuyas salas se diesen
todos los silencios posibles,
pues el silencio no es uno,
es muchos.
En una sala dejaría expuestos
los silencios embarazosos,
esos que cuando llegan
nunca saber qué decir y prefieres callar.
Debería de haber otra
que contuviese en ella los silencios
de todos aquellos que hicieron voto
de nunca más volver a hablar.
En otra, y quizá sería idóneo
fuese la más grande, dejaría
el silencio sepulcral,
y como mudos testigos
los visitantes viesen
una tumba abierta
a la espera de un nuevo inquilino,
de una vida jubilada de su existencia.
No faltaría tampoco una sala
con un sillón de director
que llevase rotulado
el consabido “Silencio, se rueda”
y en otra sala contigua
no debería de faltar en ella
el silencio fantasmal
con una niebla cubriendo el suelo.
Mi preferida creo sería
sin lugar a dudas, la sala
de los silencios que matan,
muy emparentados
con las miradas que matan,
pero más oscuros y opacos.
En otra zona del museo dispondría
el silencio que junto a la calma
antecede a la tempestad de la batalla
a la guerra.
No muy lejos, en una sala convertida
en dojo, dispondría el silencio contemplativo
la meditación y el sosiego del alma
y el visitante debería dejar fuera
junto a la entrada, su calzado y temores.
Y en la última sala de todas
antes de salir del museo
obsequiaría al visitante
con el silencio del pecador
del que acude a confesarse.
Este poema pertenece al libro "Café y Copa en el Quesada", de Luis García Orihuela, editado en el año 2017.
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