Por Rigoberta Menchú.
Guatemala.– El mundo se enfrenta hoy a un dilema insoslayable: la supervivencia o la destrucción de la humanidad. Como nunca antes, los problemas ambientales y el agotamiento de los recursos naturales no renovables presionan el debate sobre las políticas de desarrollo del futuro.
Debemos buscar una respuesta coherente, ética y moral al desarrollo depredador que está acabando con nuestro planeta y con la posibilidad de reproducirnos en cuanto seres humanos.
En la globalización –sustentada en la libre competencia y el libre mercado– se busca el incremento de la productividad para ser más competitivos, es decir, para ganar la competencia fomentando el consumismo irracional, pero no para satisfacer las necesidades de las mayorías.
Este modelo de supuesto desarrollo debe cambiar. La pobreza y la degradación ambiental continuarán mientras no se abandone la irracionalidad en la forma de producir y distribuir la riqueza. Y esto sólo será posible si el desarrollo que hoy se pregona desde los centros de poder político y económico mundial sufre cambios profundos. El desarrollo sostenible debe ser, en esencia, un proceso de cambio justo y democrático, gradual y dinámico, en nuestra calidad de vida. El ser humano tiene que ser su eje fundamental y la comunidad debe generar dinámicas para la solución de los problemas comunes. Estamos hablando de crecimiento económico con justicia social. Las formas de producción y los hábitos de consumo deben procurar la recuperación del medio ambiente, conservando la armonía vital entre el ser humano y la naturaleza. El desarrollo sostenible debe basarse, además, en la diversidad histórica y cultural, en la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres y en la irrestricta participación ciudadana en el ejercicio de la democracia.
Las condiciones actuales del planeta nos exigen aceptar el reto de evitar su colapso y ganar la batalla por la vida. Es tiempo de dejar atrás las declaraciones de intención. El Norte debe asumir ese compromiso, en la misma proporción de los daños ambientales que ha causado. Esa es la batalla que todos debemos ganar.
*La autora es guatemalteca, Premio Nobel de La Paz.
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