Faetón, hijo de Apolo

Mito griego
        Apolo, el dios del Sol, a medida que fue creciendo, se convirtió en uno de los dioses más poderosos del Olimpo.
A veces descendía a la Tierra para visitar a su esposa Climena. Tenían un hijo llamado Faetón y siete hijas, las jóvenes Helíadas.
Faetón era un adolescente de maravillosa belleza. También sus hermanas eran hermosas, con sus cabellos dorados y rostros rosados como la aurora.
Durante su juventud, Faetón pasó gran parte del tiempo ejercitándose en los juegos atléticos y en pugnas gimnásticas. Era vigoroso y ágil, y siempre obtenía fácilmente la victoria sobre sus compañeros. Uno de ellos, envidioso, empezó a sentir contra él un gran rencor y un día le dijo con ironía:
Tú siempre te vanaglorias de ser el hijo de Apolo, pero ¿cómo puedes demostrar que es cierta esa afirmación? Y sin esa prueba, ¿por qué haría de creerte?
¡Te lo probaré y habrás de creerme!- respondió Faetón impetuosamente.
        Corrió a su casa ardiendo de indignación y dijo a su madre:
Un compañero me ha desafiado. Necesito demostrarle que soy el hijo de Apolo. ¡Así nadie volverá a burlarse de mí! 
Hijo mío –respondió Climena-, creo que lo mejor sería que pidieras ayuda a tu padre. Cuéntale lo ocurrido y él satisfará tu deseo.
        Faetón obedeció y se dirigió al palacio de su padre. Apolo estaba sentado en el centro de una gran sala. A su alrededor estaban las Horas. Las de la mañana tenían el cabello rubio pálido y ojos cerúleos; las de la tarde tenían reflejos leonados y aparecían cubiertas por mantos púrpuras y violetas; las de la noche estaban envueltas en ropajes azules y tenían el cabello oscuro.
El joven se presentó suplicante y su padre le preguntó:
¿Qué quieres, hijo?
- Padre, necesito pedirte una gracia. Sobre la Tierra mis amigos no creen que sea tu hijo ¡Concédeme poder probarles que eso es verdad!
        Apolo miró a su hijo como en una caricia.
Hijo predilecto de mi querida Climena –le respondió-, pídeme cuanto quieras y te juro por el Tártaro que no te lo negaré.
        Sin meditarlo, imprudentemente, Apolo había pronunciado el más terrible de los juramentos. El Tártaro era la región de la muerte, el reino subterráneo donde moraban las almas de los fallecidos. Jurar por el Tártaro era invocar el testimonio del potentísimo dios Plutón que gobernaba ese reino de tinieblas. Y era muy peligroso faltar a tal juramento.
        Al oír las palabras pronunciadas por su padre, Faetón comprendió que podía pedirle todo, y se atrevió a exponer el deseo que desde hacía tiempo le bullía en el alma:
- ¡Oh, Apolo, poderoso padre mío, permíteme guiar un día tu carro por el camino del cielo!
        El dios quedó desconcertado: no imaginaba una petición semejante, y su corazón tembló por el hijo temerario.
        Apolo consintió y Faetón subió al carro. Pero los caballos se dieron cuenta de que no eran guiados por su divino cochero: no era ciertamente el puño de hierro de Apolo el que llevaba las riendas, sino más bien el brazo inexperto de un jovencito falto del peso necesario. Los caballos se sintieron libres y se precipitaron fuera del camino. Ya se encabritaban y subían altísimo, amenazando incendiar las nubes y la bóveda celeste; ya descendían vertiginosamente hasta cerca de la Tierra y las llamas del Sol lo abrasaban todo.
        Los ríos quedaban secos, el mar se retiraba, montes y ciudades ardían, el fuego y las llamas llegaban a todas partes. Todo se perdía irremediablemente sobre la tierra desolada. Los hombres suplicaban a los dioses que dieran fin a ese horror.
        Mientras tanto, sobre el carro del Sol, Faetón continuaba su camino. El terror le cegaba y las fuerzas le faltaban. Las sombras lo invadieron y abandonó las riendas.
        Por fin se elevó hasta el cielo la voz de Cibeles, la diosa de la Tierra:
-¡Oh, sumo Júpiter, pon fin a tanto horror y destrucción, haz cesar tanta ruina y estrago!
        Júpiter estaba sobre la cumbre del Olimpo. Había asistido, temblando de ira, al loco caminar del carro del Sol. En sus manos brillaban los rayos, pero hasta entonces no había querido castigar al hijo de Apolo. Sin embargo, al escuchar la desesperada voz de su madre, no dudó un momento más: descargó sus rayos contra el pecho de Faetón.
        El joven fue lanzado fuera del carro y se precipitó al espacio, cayendo con vertiginosa rapidez.

"Antología Literaria - Lengua y Literatura Para Pensar" 
Editorial Kapelusz Norma, 
Año 2008. 

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