La guerra de los pomitos (primera parte)

por Adriana Sylvia Narvaja
        Doña Perica estaba sentada leyendo el diario, cómodamente instalada en su sillón preferido.
        Leyó la página de Política, leyó la de Espectáculos, leyó la de Deportes y cuando llegó a la sección Arte y Cultura, leyó con los ojos grandes de asombro:

CONOCIDA PINTORA EXPONDRÁ EN EL MUSEO EXTRAVAGANTE 
El sábado próximo se inaugurará la exposición de pinturas de la prestigiosa artista plástica Etelvina Piruletes, que ha regresado de un importante viaje donde presentó su colección en las mejores galerías de París y Estambul. 
La cita es a las 19, en el Museo de Arte Extravagante de nuestra ciudad, y están invitados los mejores exponentes de nuestra cultura, pintores, músicos, bailarines clásicos, y no faltarán políticos, diputados, senadores, embajadores de países vecinos y los empresarios más importantes de nuestro país…

        Doña Perica se puso de pie de un salto. “¡Una exposición de cuadros de Etelvina, mi amiga de toda la vida!”, exclamó revoleando el diario por el aire.
        “¡Ya mismo la llamo para felicitarla y de paso le pido algunas entraditas!” dijo entusiasmada. “¡Aunque hace algún tiempo que no nos vemos, no me las va a negar…” pensó. “Y de paso conversamos un poco… ¡bah, si podemos!” reflexionó, pensando en Jeremías.
        Jeremías es su nietito, la luz de sus ojos, su amoroso y pequeño “muñequito”. Pero Jeremías es bastante consentido y se porta bastante mal, sobre todo si lo llevan de paseo. “Y entre grandes y aburrido…¡quién sabe la de cosas que puede inventar!”, se lamentó Doña Perica.
        “Bueno, yo la llamo igual, le pido las entradas, y cualquier cosita veo, lo convenzo para que se porte bien. De paso aprende algo de cultura…” se ilusionó la pobre, mientras buscaba en su agenda el teléfono de la pintora.
        Marcó los números y esperó que la atendieran, pero no contestaba nadie.
        Y no contestaba nadie porque la pobre pintora no estaba para atender a nadie, más bien para llamar a los bomberos. Adivinen: le habían dejado al nietito, el “adorable”Ferdinando, o más cortito, como lo llamaban en la escuela los compañeros, Ferdi. “Nandito” para la mamá que lo adoraba, y “¡Ferdinando de los Ríos qué rompiste a Dirección!”, como lo llamaba la maestra, al menos dos veces por semana, pero por otras razones que son fáciles de imaginar…
        Cuando estaba sonando el teléfono, Etelvina corría a Ferdinando alrededor de los caballetes, chancleta en mano, amenazándolo con darle chirlos por haber desparramado el aguarrás y enchastrado la cocina con óleo azul y verde, “para hacer una pista de autos en el suelo”, como dijo. Razones para imaginar, dijimos nosotros…
        Lo que Etelvina no imaginaba era el sábado que iba a pasar, por más imaginación que pusiera en el asunto.
        Tampoco sabía que “Ferdinando El Adorable” era compañero de grado de Jeremías, y que ambos “se la tenían jurada”. Paso a explicar: cada uno quería ser el más inteligente, y más vivo que todos los demás. En el aula, cuando la maestra no los veía, se tiraban tizas, ganchitos, gomas de borrar, transportadores, sacapuntas. Se desafiaban continuamente, con las figuritas, con el fútbol, con las carreras de autitos…
        Pero vayamos al tema principal: ni Doña Perica ni Etelvina tenían con quién dejar a los “angelitos” para poder participar de la exposición de pintura. Y las dos decidieron llevarlos, encomendándose a Dios y a todos los santos.
        A las 19 horas 5 minutos del sábado, todavía estaba todo tranquilo. Doña Perica llevaba a Jeremías de la mano, con el pelo engominado y los pantalones recién planchados. Le había dicho: “Cuidadito con portarse mal, o te pongo en penitencia toda la semana…¡y lo cumplo!”.
        Etelvina, la gran pintora, con un vestido de gala y un gran sombrero con pluma comprado para la ocasión, también tenía al adorable nietecito bien agarrado de la mano, aunque en la casa, antes de salir, le juró que si se portaba mal lo agarraría de la oreja. ¡Y lo iba a cumplir!.
        Las puertas se abrieron, y los invitados comenzaron a llegar. Muy pronto todo el lugar se llenó de gente importantísima, y los mozos empezaron a servir jugo de naranja y sandwichitos de miga y canapés. Etelvina saludó a todo el mundo, mientras arrastraba a Ferdinando por entre los grandes, hasta que se encontraron con Doña Perica y Jeremías. Mientras las abuelas, se saludaban, los retoños se sacaban la lengua. La guerra estaba declarada…
        Al rato, la música se detuvo y comenzaron los discursos. Etelvina tenía que decir unas palabras de agradecimiento, y para eso tenía que subir al escenario, pero con Ferdinando no podía. Además, tenía que sostener los papeles del discurso, y no podía aferrarlo de la mano. Por eso lo soltó, y éste aprovechó para escaparse hacia atrás.
        Mientras tanto, Jeremías quedó libre, porque Doña Perica tenía que aplaudir, y no le quedó otro remedio que soltarlo. ¡Qué va a hacer!
        En ese momento, Ferdinando encontró en el fondo del salón un caballete y muchos pomos de pintura al óleo, además de pinceles, pincelitos y pincelotes que usan los artistas. Porque en el Museo también se dan clases, y muchos alumnos pintan allí.
        Ferdi agarró un pomito y, acercándose sigilosamente a Jeremías, le disparó pintura. Jere corrió a esconderse, pero pasó cerca de los pomos y embolsó unos cuantos, pertrechándose para la guerra. Además, agarró al vuelo un pincelote gordo así, lleno de pintura azul eléctrico.
        Eléctrico andaba Ferdi, persiguiéndolo y tirándole pintura a Jeremías. Éste optó por dejar de correr y esconderse detrás de una columna. Desde ahí empezó a tirar con rojo y amarillo por todas partes.
        ¿Y la gente? A esa altura, con la música y los aplausos, los discursos y los elogios, nadie vio nada, ni sospechaban la guerra de pomitos que se desarrollaba en el fondo.

        Pero lo bueno termina pronto, y cuando volvió el silencio, se escuchó un rugiente: “¡Ahora vas a ver!”, y el pincelote gordo voló en dirección a Ferdinando, pero el dio en la frente a un señor muy serio con anteojos, Embajador de quién sabe qué país…
        Ofendido, el señor se limpió la mancha azul con su pañuelo, y se dirigió al Embajador del país de enfrente, para pedirle explicaciones, con el pincelote en la mano. “¡Ésta es una verdadera afrenta a nuestro país!”, dijo el señor de la frente azul eléctrico, mientras amenazaba al Embajador con el pincelote.
       Pero como Jeremías no le había acertado a Ferdi con el pincel, le tiró con amarillo ocre, que le pegó al Embajador de Enfrente en la corbata. Creyendo que el embajador azul lo había atacado, el amarillo comenzó a gritar “¡Ésta también es una ofensa, y una provocación!”, y arrebatándole el pincelote al otro, le pintó las solapas con dos rayas azules, que pusieron al embajador hecho una furia, pero no azul sino rojo de cólera. (Continúa en "La Guerra de los Pomitos" segunda parte)
La imagen de portada pertenece al sitio Pinterest, y se llama Arte Pop
La imagen de las manchas de colores con ojitos, del sitio Pequeocio
La imagen del Museo es del Museo de Arte Contemporáneo de Palencia, España

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