Para que no me olvides

por Marcela Serrano 
        “Mi abuela me enseñó a leer.
        Mi abuela me enseñó los libros y me traspasó su amor hacia ellos. No tuve elección, fue su herencia. Mi abuela me dijo que con los libros yo nunca estaría sola. 
        Me enseñó a cuidar de mis ojos adueñándose de ellos como el lugar más preciado, el más nítido. Me explicó que si alguna vez fallasen los oídos, no sería tan grave, poco me perdería, todo lo que valía escuchar se había escrito y lo rescataría con mis ojos. Me dijo que si alguna vez fallase la voz, no sería el fin. Recibiría el sonido exterior sin devolverlo y nadie lo echaría en falta, menos yo. Estaban las palabras para ser ejecutadas: por mis oídos las que ya estaban concebidas, por mis manos las que quisiera inventar. Al final, sin mencionar siquiera otras carencias como el olfato o el gusto, mi abuela me dijo que ignorara la sordera y la mudez si llegasen a acometerme, que la única falta total era la ceguera.
        Que cuidara mis ojos. Sólo con ellos podría leer. Sólo ellos me salvarían de mi soledad.

        No fue mucho el tiempo que me llevó comprender mi enfermedad. Era afásica. 
        Un día viene una palabra, luego se va. A veces no recuerdo el uso de ellas, las malditas. Recuerdo recordándolas, y a poco parten. Entonces llegan otras y estas otras vuelven a partir. No es la palabra en sí el vacío, es la fonética de ellas. Palpo cada sonido en el fondo de la mente. Pero es tenue, muy tenue este fondo que se niega a surgir. 
        De ver en vez llegan las palabras a mí, o el recuerdo de ellas. Puedo decirlas en silencio, en este silencio nuevo y mío, dulce y agresor. 

        Lo peor es que el doctor insistió en lo intacto de mi capacidad de comprensión. Lo comprendo todo, a pesar de mí estoy completamente lúcida. También insiste en la razón desconocida de esta trombosis, derrame o cómo se llame. Que no pueden impedir un próximo ataque si no saben a qué se debió. Que estará siempre la amenaza de un siguiente. Estará. 
        Mi temor es convertirme a la larga en un vegetal. Aún pienso, aún conformo pensamientos, porque vengo con el vuelo de haberlo hecho durante tantos años. Pero en la medida en que no ocupe el lenguaje, ¿podré generar nuevos pensamientos?
        Todos en torno a mí se preguntan cómo será la afasia. Es una enfermedad equívoca, como si hubiese desaparecido el lenguaje interno junto con el externo y no es así. Sucede que el mundo interno se queda sin comunicación. Como si eso fuera poco. Ellos se preguntan cómo será. 
        Una cárcel. Esa es la única respuesta.
        Una cárcel en blanco.
        Me han herido en el centro. Y yo que creía que el centro era el corazón. 
        He inventado un nuevo lenguaje: mis ojos.
        Los ojos no me servían sino para mirar. Hoy todo lo digo con los ojos y lo que ayer comprendía con la mente y el pensamiento, hoy lo hago con mis ojos. El desconcierto, la pena, la fatiga, el desamor, el furor se convierten en miradas que distanciándose de otras miradas las destacan y me enseñan lo que debo aprender. Los ojos subrayan todo acontecer y los libros son ahora el blanco, y el blanco lo envuelve todo, menos los ojos. Con ellos veo el peligro y los desechos, siempre atentos. Ellos generan el pensar que ya no tendrá pensamientos y lo que mis ojos me reparen no existe, no detengo en nada que no detecten mis propios ojos, no deben desviarse mis ojos, carezco de todo otro lenguaje, el único es el que ven y miran mis ojos. 
        Son ellos mi nuevo lenguaje. Desde hoy, mis ojos hablarán por mí. 
        Y es con esos ojos que contaré esta historia”. 

Marcela Serrano, escritora chilena
“Para que no me olvides”
Premio de Novela Santiago de Chile 1994
Editorial Oveja Negra
Primera edición septiembre de 1993 
Imágenes pictóricas del muro de Pierre Ragonneau en facebook. 

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