Cuando se necesita más de un puente para encontrar al otro

El pasado sábado 3 de mayo pudimos disfrutar de la obra “El Perchero” en uno de nuestros lugares preferidos, Teatro Polaridades. Dos grandes actores se “sacaron chispas” sobre el escenario: Alejandro Casagrande y Jorge Graffigna, con la dirección del gran maestro Florencio Amoroso. Una obra para reflexionar sobre la soledad y la incomunicación que van aislando a los seres humanos. Pero nunca está dicha la última palabra…
        En esta nota, que quiere ser un puente con el lector, podríamos estar hablando de un asta. Entonces, si fuera un asta, llevaría una bandera. Encabezaría una marcha, se abriría paso llevando un mensaje, podría ser enarbolada para que, una vez más, los hombres hablaran de Libertad. O de Paz. O de Amor. O de Justicia. Y aunque todas estas cosas siguieran faltando en este mundo, muchos hombres seguirían llevando esa bandera en ese asta. Incluso, morirían a sus pies. Llevaría una bandera.
Charlie, en la piel de Alejandro Casagrande 
        O podríamos hablar de un mástil, el palo de una embarcación. Dicen que desde el mástil se divisa mejor el horizonte, en buena hora. Podríamos ver desde el mástil cómo vamos llegando a destino, volviendo a casa. Como en los barcos de antaño, sostendría una vela, una blanca vela que se llena de viento y nos permitiría navegar.  Si fuera el mástil de un barco vikingo, su constructor tendría mucho cuidado en no ponerle más peso del que pudiera llevar, para repartir la carga y asegurar la viabilidad de la nave. Sería un mástil de una nave vikinga.
         Si nuestro elemento fuera un diapasón, sostendría las cuerdas de un violín sonoro, y como remate, tendría un clavijero. Qué hermosas melodías sostendría nuestro diapasón, y si fuera la vara que el violinista esgrime, sería el causante de tanta belleza. Si buscáramos un culpable, claro, que en la música no lo buscamos. Sería una parte de un violín, y sobre él viajarían las cuerdas. Y las notas irían detrás, siempre siguiendo fielmente al violín que les da vida.
Harry, en la actuación de Jorge Graffigna 
        Pero no. Estamos hablando de un perchero, un humilde perchero de un comedor que podría ser el suyo, o el mío. O el de Charlie y Harry, que viven juntos trabajando en una peluquería y viven su vida quizá ya sin sueños, y en el medio, el perchero. Y allí vive Charlie, representado por el gran actor y director Alejandro Casagrande, que es la “voz cantante”, el que al parecer “lleva los pantalones” en esta casa donde hay dos pares de los mismos, porque Harry, su pareja, representado por el gran actor Jorge Graffigna, también los lleva. Los lleva pero no le toca la mejor parte: es la pareja, quien sostiene, quien apoya, quien soporta.
        Hace ya 20 años conviven bajo el mismo techo, pero Charlie, hace mucho, estuvo casado y tiene una hija a la que no conoce, y a la que está a punto de conocer. Pero como si esta presión no fuera suficiente, enfrenta un cargo de “exhibicionismo” y  “obscenidad” gracias al cual es probable que pase algunos años en la cárcel. Agobiado, el peluquero Charlie, quien también fuera actor con ganas de más pero viajando siempre hacia menos, se siente solo y se siente mal. Y tiene un problema: no se calla nada.
        Frente a él, Harry, el pobre Harry, sufre y suspira, sostiene y soporta. Ofrece té, ofrece ginebra, ofrece chocolate. Se lamenta y se siente relegado, incomprendido, aunque la incomprensión se siente en ambas partes de esta “extraña pareja” que siente celos, que siente envidias, donde hay manejos, donde hay reproches. La llegada de Katty, la hija de Charly, complica las cosas y saca a relucir muchos dolores viejos.
        “No sé cómo haré para reconocer a mi hija” dice Charly, preocupado, mientras que a la vez se pregunta “¿Qué pensará Katty de todo esto, de nosotros dos?”. Y a la vez que dicen “nosotros”, en otros momentos se nombran como “nosotras”. Harry reacciona frente a esta invasión que constituye la llegada de Katty: “¿Te pensás que no me doy cuenta de que me querés sacar de encima? ¡Te avergonzás de presentarme a tu hija!”. Reproches en palabras que duelen como dardos, recuerdos que se arrojan como flechas. “Lo único que ves es lo más oscuro, lo más negro” acusa Charly. Harry replica: “Yo nunca voy a saber dónde estoy parado con vos”. Y le reprocha, como pareja, como hombre o como mujer, "que no tiene consideración hacia los demás".
        Pero Charly no puede vivir sin Harry, y viceversa. Claro que  la posibilidad de la cárcel asusta y pone sobre la mesa tanto la relación como a sus integrantes, dos mundos que después de 20 años no logran establecer el puente que los una, y necesitan más de un puente para entenderse, o al menos necesitarían dos, uno de ida, otro de vuelta. Pero no tienen tanto, son sólo seres humanos que buscan comprensión y la piden a gritos, pero no siempre la obtienen, porque para obtenerla hay que darla. Y el dolor de la vida hay veces que es tan grande, que no tenemos demasiado espacio  para tender  un nuevo puente.  El puente que nos salvaría la vida.
Saludo final de dos grandes actores 
       Claro que esa incomprensión no es nueva, sobrevuela a la pareja desde mucho antes. Algo tienen que ver esas mujeres que se nombran pero no aparecen, en esa hija que nunca termina de llegar. Porque seguramente esta incomprensión empieza antes, en esas madres que necesitan todo ahora que son mayores, y que hay que ver cuánto dieron de sí cuando estos muchachos, que ahora son grandes, eran el pequeño Charlie y el pequeño Harry, y seguramente se sentían tan desamparados y tan incomprendidos como ahora. Y ahora sus madres ancianas son mujeres desvalidas que necesitan el amor y la comprensión de estos hijos, comprensión y la tolerancia por la diferencia que ellas quizá no dieron en su momento.
        Comprensión de  estos hombres que ahora se tratan de “loca” o de “puta” y a la vez se acusan de “monstruo” y de “demonio personificado”, y que quizá   hayan sido  un "demonio" o un "monstruo"  para esas madres, por no cumplir con las expectativas que ellas volcaron sobre ellos, olvidándose de que al fin, ellos no vinieron al mundo a cumplir expectativas, sino a vivir y ser felices. Y hoy ellos repiten esos mismos reproches, son las mismas voces de ellas las que reclaman, humillan, discriminan. El final dirá si ellos pueden recuperar su voz verdadera.
        En esta obra espléndida, que pertenece al autor Peter Glass,  Alejandro Casagrande y Jorge Graffigna dan de sí lo mejor. En su presentación, la puesta contó con la dirección del gran maestro del teatro Florencio Amoroso, quien nos dejó no hace mucho tiempo. Pero la obra sigue tan bien dirigida como si él estuviera, que irse los directores de teatro no se van nunca. Y con la musicalización de Mónica Dargains y la iluminación de Carlos Battaglia, “El Perchero” nos emociona y nos hace pensar sobre lo difícil de la relación de las personas, cualquiera sea el género que vistan o elijan.
        “Yo lo único que te pido es un poco de comprensión” pide Harry. Sobre el final, que no contaremos, veremos cómo concluye esta historia y si los encuentran esta comprensión.  Y digamos, en favor del perchero, que tiene de bueno algo que quizá ayude  a esa relación. Un perchero sostiene un piloto o un sobretodo, que nos protege del frío. Sostiene un bastón, que nos mantiene de pie. Sostiene un paraguas, que al fin nos protege de la lluvia y nos puede cuidar a los dos. Sostiene elementos que pueden ayudar a dos integrantes de una pareja para obtener  abrigo y  sostén para los dos. Eso es el cariño. No es poco.
        Quizá, sin palabras, se pueda tender algún puente de cariño, para que además se pueda conseguir que el perchero nos de una mano, y que sea asta, que sea mástil, que sea diapasón.
Los actores Jorge Graffigna (a la izquierda) y Alejandro Casagrande (a la derecha) con la conductora
del programa "Algo Especial Protagonista del Presente" 
Las fotos son de la periodista Adriana Sylvia Narvaja, conductora del programa de radio.

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