Cuando Jesús nos habla directamente a nosotros

No es preciso, alma cristiana, saber mucho para agradarme mucho; basta que me ames con fervor. Háblame, pues, aquí sencillamente, como hablarías a tu madre o a tu hermano.
¿Necesitas pedirme un favor para alguien, una súplica cualquiera? Dime su nombre, bien sea el de tus padres, bien el de tus hermanos y amigos; dime enseguida qué quisieras que hiciese actualmente por ellos.   Pide mucho, no vaciles en pedir; me gustan los corazones generosos, que llegan a olvidarse en cierto modo de sí mismos, para atender a las necesidades ajenas. Háblame así, con sencillez, con llaneza, de los pobres a quienes quisieras consolar, de los enfermos a quienes ves padecer, de los extraviados que anhelas volver al buen camino, de los amigos ausentes que quisieras ver otra vez a tu lado. Dime por todos una palabra de amigo, palabra entrañable y fervorosa. Recuérdame que he prometido escuchar toda súplica que salga del corazón; ¿y no ha de salir del corazón el ruego que me dirijas por aquellos que tu corazón especialmente ama?.
¿Y para ti, no necesitas alguna gracia?. Hazme, si quieres, una lista de tus necesidades, y ven, léela en mi presencia.
Dime francamente que sientes soberbia, amor a la sensualidad y el regalo, que eres tal vez egoísta, inconstante, negligente...; y pídeme luego que venga en ayuda de los esfuerzos, pocos o muchos, que haces para sacudir de encima de ti tales miserias.
No te avergüences, ¡pobre alma! ¡hay en el cielo tantos justos, tantos Santos de primer orden, que tuvieron esos mismos defectos! Pero rogaron con humildad... y poco a poco se vieron libres de ellos.
Ni menos vaciles en pedirme bienes espirituales y corporales: salud,  memoria, éxito feliz en tus trabajos, negocios o estudios; todo eso puedo darte, y  lo doy, y deseo que me lo pidas en cuanto no se oponga, antes favorezca y ayude a tu santificación. Hoy por hoy, ¿qué necesitas? ¿qué puedo hacer por tu bien? ¡Si supieras los deseos que tengo de favorecerte!.
¿Traes ahora mismo entre manos algún proyecto? Cuéntamelo todo minuciosamente. ¿Qué te preocupa? ¿Qué piensas? ¿Qué deseas? ¿Qué quieres que haga por tu hermano, por tu hermana, por tu amigo,  por tu superior? ¿Qué desearías hacer por ellos?
Si tienes padres, pide por ellos; los ruegos de un hijo no pueden ser desechados por el que dio en la tierra constantes ejemplos de filial cariño. Si tienes un esposo que amarga tu vida, dirígeme por él tus oraciones, que yo haré de tu hogar un templo de amor y de consuelo, y derramaré a manos llenas sobre tu esposo y sobre tus hijos, si los tienes, las gracias y auxilios que necesiten para ser felices en el tiempo y en la eternidad.
¿Y por mí? ¿No sientes deseos de mi gloria? ¿No quieres poder hacer algún bien a tus prójimos, a tus amigos, a quienes amas mucho, y que viven quizá olvidados de mí?
Dime qué cosa llama hoy particularmente tu atención, qué anhelas más vivamente, y con qué medios cuentas para conseguirlo. Dime si sale mal tu empresa, y yo te diré las causas del mal éxito. ¿No quisieras que me interese algo en tu favor? Hijo mío, soy dueño de los corazones, y dulcemente los llevo, sin perjuicio de su libertad, adonde me place.
¿Sientes acaso tristeza o mal humor? Cuéntame, cuéntame, alma desconsolada, tus tristezas con todos sus pormenores. ¿Quién te hirió? ¿Quién te ha despreciado? Acércate a mi corazón, que tiene bálsamo eficaz para curar todas las heridas del tuyo. Dame cuenta de todo, y acabarás en breve por decirme que, a semejanza de mí, todo lo perdonas, todo lo olvidas, y en pago recibirás mi consoladora bendición.
¿Temes por ventura? ¿Sientes en tu alma aquellas vagas melancolías, que no por ser infundadas dejan de ser desgarradoras?. Échate en brazos de mi Providencia. Contigo estoy; aquí, a tu lado me tienes; todo lo veo, todo lo oigo, ni un momento te desamparo.
¿Sientes el desvío por parte de personas que antes te quisieron bien, y ahora olvidadas se alejan de ti, sin que les hayas dado el menor motivo? Ruega por ellas, y yo las devolveré a tu lado, si no han de ser obstáculo a tu santificación.
¿Y no tienes tal vez alegría alguna que comunicarme? ¿Por qué no me haces partícipe de ella a fuer de buen amigo?
Cuéntame lo que desde ayer, desde la  última visita que me hiciste, ha consolado y hecho sonreír tu corazón. Quizás has tenido agradables sorpresas, quizás has visto disipados negros recelos, quizás has recibido faustas noticias, alguna carta o muestra de cariño; has vencido alguna dificultad, o salido de algún lance apurado. Obra mía es todo esto, y yo te lo he proporcionado; ¿Por qué no has de manifestarme por ello tu gratitud, y decirme sencillamente como hijo de su padre: “¡Gracias, Padre mío, gracias!”. El agradecimiento trae consigo nuevos beneficios, porque al bienhechor le gusta verse correspondido.
¿Tampoco tienes promesa alguna que hacerme? Leo, ya lo sabes, en el fondo de tu corazón. A los hombres se los engaña fácilmente, a Dios no; háblame, pues, con sinceridad. ¿ Tienes firme resolución de no exponerte ya más a aquella ocasión de pecado? ¿De privarte de aquel objeto que te dañó? ¿De no leer más de aquel libro que exaltó tu imaginación? ¿De no tratar más a aquella persona que turbó la paz de tu alma?
¿Volverás a ser dulce, amable y condescendiente con aquella otra a quien, por haberte fallado, han mirado hasta hoy como enemiga?
Ahora bien, hijo mío: vuelve a tus ocupaciones habituales, al taller, a la familia, al estudio...; pero no olvides los quince minutos de grata conversación que hemos tenido aquí los dos, en la soledad del santuario. Guarda en cuanto puedas silencio, modestia, recogimiento, resignación, caridad con el prójimo. Ama a mi Madre, que lo es también tuya, la Virgen Santísima, y vuelve otra vez mañana con el corazón más amoroso, más entregado a mi servicio. En mi corazón encontrarás cada día nuevo amor, nuevos beneficios, nuevos consuelos.

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