El sueño de Colón

por Waldo Frank
Este texto sobre el descubrimiento de América ha sido reflotado de la extinta revista Cuadernos Número 14, septiembre-octubre de 1955. Si bien es previsible que en el lector surja a priori una reacción al estilo de “qué-me-vienen-con-este-texto-fósil”, sugerimos no obstante   que igualmente se emprenda su lectura –al menos para ver (los lectores) si comparten (con los redactores) la misma impresión de llamativa vigencia que nos indujo a reeditarlo.
        Colón no descubrió América. Esto es lógicamente una cuestión obvia, puesto que América todavía no ha sido descubierta. Afírmase, hace tiempo, que Colón descubrió el Atlántico; pero tampoco esto es cierto, puesto que intrépidos noruegos, desde mediados del siglo XIV, y españoles y portugueses, desde comienzos del siglo XV, habían surcado el océano. (No muy lejos de mi casa de campo en Cape Cod, Massachusetts, en donde estoy escribiendo estas líneas, hay una torre –en el centro de la ciudad de Newport, Rhode Island- que quizá construyeron exploradores escandinavos hacia 1355). El verdadero descubrimiento de Colón fue de carácter diferente. Era el sueño de un Nuevo Mundo, distinto de la mesiánica Nueva Jerusalén de los hebreos, de los apocalípticos  Últimos Días de los helenos; del Paraíso de los cristianos; un Nuevo Mundo, con la particularidad de que tenía que ser construido, no por la magia o el milagro, sino por los hombres, que había de ser edificado por medio de la acción, de la acción humana.
        Colón tenía ideas definidas acerca de la geografía, basadas en la premisa radical de que el mundo era redondo. Era un experto navegante que sabía manejar el compás náutico, inventado hacía poco por los judíos españoles y portugueses. Comprendía la política y la fuerza de las leyes económicas, sin lo que jamás hubiese podido persuadir a la corte y a los poderosos frailes españoles de que apoyaran su expedición. En una palabra, era un hombre práctico. Y cuando, por fin, después de largos años de esfuerzos descorazonadores, pudo zarpar con sus frágiles carabelas hacia el oeste de Europa y África, demostró que era un hombre audaz y valeroso. Pero la audacia y la capacidad eran sólo dos de las dimensiones que atesoraba ese marinero italiano cuyos padres procedían de Cataluña. Su dimensión de profundidad era su conocimiento místico, basado en la lectura de los profetas hebreos, según los cuales el hombre debe expresar su relación con Dios en trabajos terrestres, y su creencia de que esta expresión terrestre crearía, realmente, y sería un Nuevo Mundo.
        La visión de Colón movió a la Reina Isabel a ayudarle. Esta transformación de un sueño en realidad, fue el verdadero descubrimiento de Colón. Y es esta visión y su transformación en un hecho lo que los americanos debe comprender y llevar a cabo antes de que América pueda ser descubierta. Sólo cuando los habitantes de nuestro hemisferio minoritario, mediante esa comprensión, descubran a Colón, será finalmente cierto que Colón –y nosotros, los americanos- descubrimos América.
        La historia corriente de Hispanoamérica sugiere que sus pueblos y sus naciones no tienen aún la conciencia que debieran tener de su destino, que no es otro que crear un Nuevo Mundo. Naturalmente, destino es carácter. Estar destinado a crear un nuevo mundo significa, por lo tanto, poseer un carácter cuyos elementos constituyan potencialmente ese mundo. Nadie que conozca la infinita y variada riqueza de energías de los pueblos hispanoamericanos puede dudar de que la creación de una nueva sociedad humana está en sus naturales posibilidades. Y nadie que conozca a fondo la actualidad hispanoamericana: su ineptitud política, sus fracasos económicos y sus imitaciones –serviles y grotescas- de los peores rasgos de la vida pública de los viejos mundos, del Norte y del Este, se atrevería a decir que Hispanoamérica ha empezado ya a expresar su carácter, a cumplir su destino.
        Las técnicas y las formas de un Nuevo Mundo han cambiado, claro está, desde los días de Colón, para quien eso significaba una sola República obediente al Rey de España y al Papa de Roma. Las flotas de navíos que ahora atraviesan el océano en unos días no difieren más de las lentas carabelas de 1492 que nuestros conceptos acerca de lo que debiera ser la sociedad humana difieren de las nociones medievales de Colón. Pero se trata de diferencias de técnica o de detalle. No necesitamos creer, como antes era de razón, que la sumisión ciega a un soberano sea la mejor técnica política para el orden. Ya no aceptamos hoy –como fue necesario en una cultura agraria- que unos pocos puedan ser libres únicamente mediante la esclavitud de los más. La verdad es todavía revelación. Pero nuestro amplio sentido de la infinita variedad de revelaciones de la realidad del hombre no nos permite creer más que la verdad esté confinada a una sola doctrina o forma social.
        Lo que ha de ser el Nuevo Mundo, en el cual el hombre puede sobrevivir y desarrollarse hasta alcanzar el más alto grado de conciencia de valores (mundo que hoy no existe), es una cuestión compleja e intrincada, a la que infinidad de hombres contribuirán a contestar en parte por inimaginables procedimientos. No podemos preconcebirlo, de igual modo que Colón no podía figurarse lo que encontraría cuando orientó sus barquichuelos hacia el dilatado y remoto horizonte Como él, no podemos hacer más que navegar milla tras milla, consultando los vientos y el sol. Pero como él, debemos empezar. Y del mismo modo que él sabía que sus “Indias” se encontraban al Oeste, más allá del ancho océano, y no atrás, hacia la Europa conocida, debemos nosotros saber que nuestra marcha conduce adelante, hacia regiones ignotas e inexploradas, no hacia atrás, hacia doctrinas y experimentos del pasado.
        En estas breves líneas no hay suficiente espacio para particularizar el viaje que debemos emprender. Sin embargo, lo  hay para subrayar cuán escasa evidencia se encuentra hoy en los pueblos hispanoamericanos de que el problema de un verdadero Nuevo mundo es afrontado con la imaginación, la originalidad y la profundidad que se desprenden del  carácter potencial de sus pueblos, con la pasión y el fervor que el presente deber de los pueblos exige.
        Hispanoamérica abunda en excelentes poetas, brillantes artistas, ingeniosos escritores, atrevidos arquitectos y agudos críticos de las culturas pasadas y presentes. No es pobre en estudiantes de ciencias sociales, en filósofos, pensadores y humanistas de todas las escuelas. Tiene capaces hombres de industria y comercio, valioso de defensores del trabajador  y del campesino. La Medicina y el Derecho florecen en sus capitales. Pero ¿dónde están los integrantes de todos estos conocimientos, los forjadores que los transforman en acción, sin lo cual Hispanoamérica tiene que seguir siendo lo que es hoy día: un caos cultural, político y económico?
        Comprendo –y lo he dicho varias veces- por qué el caos de Hispanoamérica tuvo que durar varias generaciones. No pudo dar origen rápidamente a una nueva integración cultural por varias razones: su extensión, la herencia de separación entre sus partes, la dislocadora fuerza de los Estados Unidos y, sobre todo, la infinita complejidad y riqueza de sus componentes étnicos, de su geografía, de su pasado. Este mundo potencial, cuyas raíces se encuentran en las grandes culturas indígenas, en África, en la Europa cristiana –todo aún dinámico- es el más joven de todos los mundos posibles, precisamente a causa de su inmensa y compleja potencialidad. A esta hora temprana, no pido resultados. Lo que busco es el afán de los comienzos.
        Bolívar, San Martín, Hidalgo, no pudieron crear una América Hispana, de igual modo que Colón no pudo descubrir América. Ayudaron grandemente  a revelar los fundamentos, pero sin pasar de allí. Lo mismo es cierto de sus sucesores: hombres como Sarmiento, Juárez, González Prada, Lázaro Cárdenas... En el mundo torrencial de la revolución industrial, los hijos de la América precolombina, de África y de los reinos hispánicos, tuvieron que asimilarse a sí mismos –y sus selvas y desiertos, pampas y cordilleras- antes de que pudieran hablar su propio lenguaje. En términos de sus enormes complejidades, han llegado rápidamente al umbral de este comienzo. Ahora debe empezar de una manera intensa la tarea de creación.
        La manera de llevar a cabo esta labor, la juventud hispanoamericana debe encontrarla en sí misma. No será, desde luego, por ninguno de los viejos procedimientos, todos inadecuados, todos en decadencia y en descomposición. El estudio de esos medios ayudará a iluminar el nuevo curso. Pero ese curso no será un capitalismo con sus métodos parlamentarios, anticuados en todas partes, excepto en Inglaterra que los inventó; ni una brutal dictadura militar, ni tampoco la igualmente brutal dictadura del Estado policíaco comunista.
Esta nota fue publicada en el número 3 de la "REVISTA MUTANTIA- Zona de lucidez implacable", dirigida por Miguel Grinberg, noviembre/diciembre del año 1980. 
Biografía de Waldo Frank 
Waldo David Frank (Long Branch, Nueva Jersey, 25 de agosto de 1889 - 9 de enero de 1967), novelista, hispanista e hispanoamericanista estadounidense.
De una próspera familia judía, fue un niño inteligente y muy precoz. Completó estudios en Lausana (Suiza) y se licenció en la Universidad de Yale en 1911. Su primera novela, "The Unwelcome Man" (1917), fue influida por el psicoanálisis y el Trascendentalismo norteamericano de Emerson y Walt Whitman. En 1914 fue editor asociado de la importante revista "The Seven Arts"  y a partir de 1925 contribuyó regularmente al "New Yorker" bajo el pseudónimo "Search-light". Ese mismo año fue nombrado editor de "The New Republic". Durante los años veinte estudió el misticismo y las religiones orientales y junto con sus amigos G. I. Gurdjieff, Hart Crane y Gorham Munson leyeron a P. D. Ouspensky; después se interesó por la política e Hispanoamérica, hacia donde se desplazó a dar conferencias, y entre nosotros es conocido sobre todo por sus trabajos sobre la realidad cultural y social de España (Virgin Spain, 1926) e Hispanoamérica (América Hispana). Presidió el Primer Congreso de Escritores Americanos el 26 de abril y 27 de abril de 1935 y fue designado primer presidente de la Liga de Escritores Americanos.
Fuente: Biografía de Waldo Frank - Del sitio Wikipedia.
http://es.wikipedia.org/wiki/Waldo_Frank
Foto del autor Waldo Frank - Del sitio NNDB
http://www.nndb.com/people/233/000130840/

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