El hombre que hace peces


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REVISTA HECHO EN BUENOS AIRES – Septiembre 2011
CRÓNICA: UN PROYECTO EJEMPLAR DE ACUICULTURA CONTROLADA

El hombre que hace peces
Por Adriana Sylvia Narvaja
Para “Algo Especial Protagonista del Presente”
Especial para Babel Books Inc.


A sólo 50 kilómetros del Obelisco, un hombre se dedica a producir peces mediante el control de los parámetros del agua. Tiene la única escuela de la Argentina que forma a productores para un emprendimiento rentable, innovador y sustentable. PATRICIA SERRANO fue hasta el pueblo bonaerense de San Vicente y cuenta la historia del hombre que eligió dedicarse a un sueño. 

La calle de tierra dura avanza con pozos un kilómetro hacia el campo, desde la ruta. A los costados la imagen es la mismísima llanura pampeana de los pueblos bonaerense en invierno. Pasto amarillo y reseco, viento y frío, cielo gris aplastante, rollos de pastura y a lo lejos un poco de ganado. Después de caminar 12 cuadras se llega a la Granja Agua Dulce. El camino empieza en la Ruta 6 y la calle Almirante Brown, en las afueras de San Vicente.
Allí, en los primeros campos luego del cemento del Conurbano, miles de peces saltan en el agua. Eduardo Catania, hombre que sabe lo que quiere, camina por el borde de una pileta repleta del pez tilapia. Cuando asuma su rostro a la pileta circular, los peces se juntan y lo miran. Eduardo explica que tiene su forma de comunicarse con él, por ejemplo, cambiando el color de la piel, saltando o asomándose todos juntos para mirarlo a los ojos. Me acerco para ver cómo reaccionan conmigo: se asustan, chocan entre sí y desaparecen en el fondo del agua. 

Milagro en tierras bonaerenses 

La Granja Agua Dulce son nueve hectáreas de campo donde no hay una sola vaca. Sólo peces que crecen y se reproducen en cualquier época del año gracias a los cuidados de este Poseidón de las piletas que puede manejar a su antojo la temperatura del agua. Eso es lo que hace Eduardo: modificar los parámetros naturales del agua para criar peces que de otra forma no sobrevivirían en clima bonaerense. Se llama acuicultura controlada, y aunque en otros países es la más usada, en Argentina él es un innovador, un autodidacta: el hombre del que todos quieren aprender. 
La historia de amor con los peces comienza cuando era un niño: se divertía pescando morenitas (pez chiquito y transparente) de las zanjas de su barrio y guardarlas en frascos con agujeros para que respiren. La madre atentaba contra eso y todos los frascos acababan en la basura. Eduardo perdió cientos de morenitas, pero se hizo grande, vivió sólo y comenzó a multiplicar peces en una pileta de lona en su garaje. 
Ahora tiene 57 años y a pocos metros, mientras tomamos café, lleva a cabo su proyecto más ambicioso: pasar de la producción familiar (20 toneladas de peces al año) a la producción industrial (36 toneladas en el primer año, o sea, 100 kilos de peces por día). No es algo simple. Traslada miles de peces a piletas inventadas por él, que le permitirán duplicar o triplicar la producción y, a la vez, generar un sistema de aprovechamiento completo del agua con el cultivo de plantas asociado a los peces. 
Parece difícil de comprender. La acuicultura controlada todavía es algo lejano de la vida cotidiana: no llega a las pescaderías y de ahí a su mesa. Los peces que cría Catania se venden a la comunidad china y a la judía, a cruceros y restaurantes. Si crece el número de productores, crecerá el consumo, bajará el costo de producción y bajará el costo de venta. Catania asegura que es una fòrmula infalible. Posible. Pero falta. 

Pececitos de colores 

Comencemos por el principio. Después del fracaso con las morenitas, Eduardo se dedicó a la madera. A los 20 era dueño de una fábrica de muebles en Avellaneda, le iba bien, ganaba plata. Su pasión por los peces estaba oculta en el garaje. Un día se dio cuenta que los peces ya no cabían y sacó el auto a la calle para destinar el espacio únicamente a piletas de lona. Ese día tomó la decisión que marcaría toda su vida: cedió la fábrica a su padre y empezó el negocio de venta de peces de colores. 
Época de oro para vender pececitos naranjas, vendía 2.500 por día en el sur del Conurbano. El negocio iba bien pero tenía una falla: los peces pasaban de la pecera familiar al desagüe. Se morían, los padres compraban otros, que se volvían a morir y así seguía el círculo. Hasta que un día no compraban más. 
“Pasaba que nadie estaba preparado para tener peces, ni los veterinarios que los vendían ni las personas que los compraban. Se morían por desconocimiento”, cuenta Catania. Fue ahí cuando se dio cuenta que lo esencial era aprender y enseñar. Y decidió dejar de vender pececitos de colores y dedicarse a producción para consumo humano. 

Y se multiplicarán tilapias y truchas

      Lo raro en los tres espacios donde hay piletas con miles de peces en la Granja Agua Dulce es la ausencia de olor. Uno espera entrar en un lugar cerrado con peces amontonados en el agua y sentir olor a pez. Pero sólo siente la humedad y el calor del agua a 30ºC, la temperatura justa para que el pez crezca entre 200 y 300 gramos por mes. 
La primera parte que recorremos es una suerte de carpa blanca y negra, y llena de luz. Adentro las piletas cuadradas se suceden una a la otra y forman un círculo de crecimiento. En la primera están los peces pequeños y en la última, los que ya están para comercializar. Otra característica, los peces se venden vivos, Catania se encarga de transportarlos hasta el comprador en un camión adecuado para llegar agua y peces. 
En uno de esos viajes se accidentó. Fue en 2002 ó 2003, no recuerda; viajaba de Misiones a Buenos Aires en un camión semi-adaptado para el transporte de peces vivos que iba a vender a la comunidad china. Para que el agua circule dentro del tanque colocó dos bombas nafteras en la parte superior. Debían cargar combustible a las combas durante el viaje subiéndose al tanque. En una de esas cargas su compañero resbaló, él intentó agarrarlo, cayó y se rompió las dos piernas. 
Estuvo un año sin poder trabajar. “Hasta ese momento era mi actividad. Me di cuenta de que mi familia no estaba preparada para seguir adelante si yo tenía un accidente”, explica. Su familia son tres mujeres: la esposa, la hija y la nieta. Él y su mujer, Graciela, se conocieron por los peces. El suegro admiraba el trabajo en la Granja y así fue fácil enamorarla. Su hija Nancy lleva la administración y creció con pececitos saltando a su alrededor. Y su nieta Rocío, de 11 años, lo primero que hace cuando llega del colegio es visitar a los peces; sabe alimentarlos y estar atenta a que todo esté bien. 
El año que estuvo sin trabajar estas tres mujeres se encargaron de aprender los oficios que antes sólo hacia el hombre. Mientras tanto, la comunidad china a la que vendía peces se hizo cargo de todos los gastos de la Granja. Tenían una amistad e hicieron honor a la relación comercial que mantienen. 
La segunda pileta es un círculo grandísimo de agua y tilapias, el pez que Jesús multiplicó junto a los panes.     La tilapia es un pez africano del Río Nilo con la sorprendente característica de reproducirse rápido y sin problemas. Eduardo lo eligió después de trabajar 15 años con truchas y probar lo que nadie creía posible: que la trucha es un pez que puede criarse en cualquier época del año en Buenos Aires. Que cualquier organismo puede producirse si se sabe manejar el agua.
El último sector de la Granja tiene 6 piletas con sistema de oxigenación y circulación del agua inventados por él, donde puede producir en cada uno 12 kilos diarios de pez: 72 por día. Es su proyecto más grande y todo está ideado en su cabeza, en forma teórica, que ahora debe probar en la práctica y llegar en dos años a 1,5 toneladas por día. Los sistemas de Catania incluyen radiadores solares y el control de los parámetros del agua (temperatura, oxígeno, dióxido, amoníaco).
En este nuevo sistema también llevará a la práctica la producción de plantas con el agua que desechan los peces, así todo se utiliza. El agua con excremento pasa por un biodigestor que separa las proteínas (que vuelven a los peces) y los nitritos y nitratos que necesitan las plantas para crecer. Por cada kilo de pescado se producen producir 7 kilos de plantas sobre el agua, en una pileta ubicada al lado de la de los peces. 

Enseñar a pescar 

Eduardo habla con esa seguridad que da la experiencia, pero también con esas excusas que impone la educación formar a quienes aprenden solos, como si no los necesitaran. Eduardo es un hombre canoso y fuerte que un día se dio cuenta que sus alumnos en la UBA estaban ahí por él, y decidió cambiar las aulas con pupitres por un café de enfrente a la Facultad de Veterinaria, donde daba clases pero no se llevaba los laureles. En esa Facultad der profe de Acuicultura, pero su nombre no figura por falta de certificados. Después de la experiencia del café, donde enseñó en un año a 20 alumnos, alquiló un lugar y siguió dando clases en Buenos Aires. 
“Pero me di cuenta que descuidaba la razón por la que enseñaba”. Que eran los peces. Entonces abrió una Escuela del Productor Acuícola, única en el país, que funciona los sábados en la Granja de San Vicente y donde él es el profesor de todas las materias, desde química y física hasta producción y gestión. 
En la Escuela el alumno aprende cómo hacer un emprendimiento acuícola en el marco de un proyecto para crear una ruta de la producción de peces. “Sería armar un recorrido productivo, compuesto por alumnos, y que nosotros les podamos proveer los peces y el alimento para que ellos hagan engorde”. El proyecto ya comenzó a funcionar en La Plata como una cooperativa de alumnos. Y es que Eduardo ve en la acuicultura una forma de ganarse la vida y que puede desarrollarse en el terreno propio, comenzando con una inversión de entre 5 mil ó 10 mil pesos.
El 45% del consumo mundial de pescado proviene a la producción acuícola. En Argentina no es una técnica demasiado desarrollada. Pero según Eduardo Catania crecerá en la media en que se formen más productores. 
Al irme por la misma calle por la que llegué, pienso en los beneficios de este tipo de producción, que son muchos, desde la calidad de alimento, la seguridad del pescado consumido hasta la importancia ambiental. Y en Catania, el hombre que hace y multiplica peces. 

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