Desde el corazón hacia las tablas

Cosas para hacer y pensar. 

Buscamos dar algo de nosotros mismos, y no hay quien no busque en este mundo dejar algo para que otros nos tengan en su corazón. Maneras hay muchas, veamos cómo se unen las herramientas que mejor conocemos: la educación, el teatro y la familia. 

Dicen que este mundo tiene cosas buenas, y hay quien dice que tiene algunas malas. Puede ser. Bueno y malo es propio de lo que el ser humano ha vivido desde el comienzo de los tiempos. Lo bueno y lo malo lo vamos a encontrar siempre, y la mejor forma de enfrentarlo, es buscar lo sabio. “Ah, ¡pero ser sabio es difícil!” dirán muchos. Puede ser. Pero ninguno de nosotros aspiramos a ser sabios como Buda, o como Mahoma, o el mismo Jesús. No aspiramos a tanto.

Para nosotros, gente común, ser sabio es simplemente, entre otras cosas, aprovechar lo bueno para transformar lo malo. Algo de sabiduría hay cuando elegimos las cosas que nos hacen bien, y usamos ese bien para ayudarnos a transmutar lo malo. ¿Difícil? No en el tema que encararemos hoy. 

La educación hace agua
Ya en una nota pasada hablamos de la importancia de usar revistas para que los chiquitos tomen contacto con los textos. Desde aquí, esperamos que lo hayan puesto en práctica. Continuaremos ahora con esta serie de notas que pretende unir a la familia con la escuela, y al aprendizaje con todas las herramientas que ayuden a lograrlo.

En esta oportunidad, volvemos a la idea de la cual partimos en la nota anterior, y es que evidentemente no hay que no vea (salvo los funcionarios) que la educación hace agua por todos lados. Ya dijimos también que se le atribuye la culpa a muchos, y la colaboración a bien pocos. Nosotros, “Algo Especial Protagonista del Presente”, seguimos dando ideas para quebrar las eternas barreras del “no se puede” y convertirlas en “sí se puede y depende de nosotros”. 

Como profesora particular de Lengua, además de periodista de la República Argentina, me toca en suerte (en gran suerte) tener contacto con alumnos buenísimos, pero que no leen ninguno de los libros que se les piden en la escuela. Si es un cuento, bueno, hasta por ahí nomás. Si es una novela, no la leerán, ni siquiera con una orden judicial. Se limitarán a “bajar” resúmenes de Internet de dudosa calidad, y evitarán al libro como si fuera un perro rabioso. La frase “los libros no muerden” no significa nada para ellos. 

Hijos de la tecnología, donde todo ya viene planeado para ser digerido, donde todo se “personaliza” de tal manera que busco lo que quiero y cómo lo quiero y a la hora que quiero, nada de lo humano (que esté en la web) les es ajeno. Y uno intenta, por su bien, que lean algo para que les quede en la mente, ya que no hemos encontrado a alguno que le quede de la web algo fijado en el cerebelo. “Todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar” parecen cantar, como el poeta, todas las páginas y todos los sitios y todos los videojuegos y todas las canciones que tiene Youtube y todo aquello que se desvive por ser simplemente, “mirado”. Pero fijo, como concepto, no queda nada. 

Y ni que hablar cuando hay que empezar a preguntarle, como hacemos todas las profesoras de Lengua, de qué trata un cuento o cuáles son los personajes o por qué un personaje hace lo que hace. Nos miran con esa cara de asombro, como si les preguntáramos si tienen hora y cuál es la hora en Neptuno en este momento. ¿Para qué alguien en su sano juicio quisiera saber eso? Bueno, esa cara. 

Y uno sufre pensando en lo que se pierden, en cada minuto valioso que uno le dedicó a la lectura, en el sabor de las palabras que leímos, en cómo un libro nos cambió la vida. Y no sólo los de autoayuda. Todos, hasta el más aburrido. Y uno sufre porque piensa que se perderán, a fuerza de abrir enlaces en la web, a fuerza de recibir fotos en Facebook con afiches que más o menos dicen todos los mismos, lo que uno vivió. 

Se perderán lo que se siente leyendo “Juan Salvador Gaviota” cuando es adolescente, de lo que se piensa leyendo el “Demian” del maestro Herman Hesse, de las aventuras que se viven viajando con Sandokán en su barco que quedaba en medio de la más feroz de las tormentas, de cuando uno iba leyendo los hermosos poemas de Machado en el subte y, ¡pucha!, llegábamos a la estación en la que nos teníamos que bajar y por ahí hasta la noche no podíamos volver a retomar la lectura. Ni que hablar de las novelas de Corin Tellado, ni el suspenso y emoción de volver de comprar una de las historias de Ágatha Christie, ni el eterno “Mujercitas” que leímos tantas, tantas veces. Y lo que lloramos con “Corazón”, de Edmundo D’Amicis. Todo eso, sin hablar de lo que le debemos al señor Khalil Gibrán. Le debemos el alma. 

La fórmula de la juventud 
Por eso, desde la escuela, hay mucho por hacer. Desde las clases particulares, también. Pero mucho más desde la familia, especialmente desde los abuelos, que tienen un poco más de tiempo en esta “vida loca” que no sólo canta Ricky Martin, sino que la vivimos todos. Entonces, hoy, como propuesta, además de la lectura de revistas que recomendamos la vez pasada, esta vez le toca al teatro. 

Las tablas que siempre nos hablan, nos hablarán hoy más que nunca. El teatro, esa instancia de creación, ese momento que no se repetirá hasta la siguiente noche, es el motivo de esta nota. Pensarán cómo se relaciona un tema con otro, y prometo no defraudarlos. Iremos avanzando hacia el punto donde todo se une, teatro, escuela, familia.

Así como las revistas nos ayudan a quebrar los  obstáculos con la lectura, el teatro nos acercará a las tramas. Los mismos cuentos que nos han emocionado también a los chicos los emocionará. Blancanieves, los Enanitos, el Príncipe, la Bruja, la Manzana Envenada, Hansel y su hermana Gretel, La Bella, La Bestia y tantos más nos ayudarán en el camino. Y los abuelos, y también los padres, pondrán una pequeña cuota de buena voluntad y llevará a los chicos a verlos. El teatro infantil, así, cumplirá su misión.

Porque un chico que va al teatro con su familia, o con su padre, o con sus abuelos, jamás olvidará ese momento. Estará unido a su familia por un lazo invisible que se mantendrá siempre presente, pasen los años que pasen. Aunque sus abuelos ya no estén, él no lo olvidará. Será un momento en que los abuelos, y también los padres, podrán dar de sí lo mejor, tal cual lo dijimos en el primer párrafo. En la mente del pequeño, las buenas obras de teatro pervivirán por siempre. Será un corazón del niño unido al corazón de sus abuelos y sus padres.

Por otro lado, el teatro dará lo mejor de sí, como hace siempre. Hermosos vestidos, música increíble, tramas e intrigas, abrirán en la mente de los niños nuevos caminos hacia la comprensión del mundo, “nuevas rutas neuronales”, como aprendimos en Gimnasia Cerebral. Una mente que se expande ya nunca vuelve a ser la misma. Y la concentración facilita la comprensión y el estudio, más adelante. Sin ser cargosos o mortificantes (huya de esos pecados como del mismo Diablo, porque espantan a los niños más que una bruja) podemos establecer un diálogo, tan necesario, preguntándoles y escuchando con atención sus hermosos comentarios, a veces en media lengua, o sus “razonamientos” que nos harán enternecer. Y así, volveremos un poco a ser chicos nosotros también. Mejor fórmula de la juventud del alma como esa, no creo que las revistas de moda le den. 

Escucharlos, establecer un diálogo que cada día es más escaso y a la vez más necesario, enseñarle a “ponerle palabras a las cosas”, con preguntas simples como “¿Pero qué pasaba con la Bruja?”, “Yo no entendí lo de los Enanos…”, “La Bella, ¿por qué se escapó?” y todo así, siendo un poco niños y dejando que ellos nos expliquen “como grandes”, nos hará reír y amarlos y llenarlos de besos. Y si no, llámeme a mí que yo voy a abrazarlos por Ud.

Y llegó la edad de aprender
Cuando el camino está abierto en la mente de un chico, cuando te sabe contar sobre los personajes que vio y sobre la trama de la que trata la obra, llegamos justo las Profesoras de Lengua, a preguntar exactamente lo mismo. Claro, muchos dirán, “pero eso es en serio”. ¡Seguro que sí! Pero el error es pensar que el teatro no lo es. El error es separar la escuela, que sí es seria y necesita del apoyo de la familia para que el chico pueda progresar en ella, del teatro, que también es serio a su manera, aunque distinto. ¿Lo que une a la familia, a la educación y al teatro? Que las tres cosas están, o deben estar, hechas con el corazón. Si están hechas con el corazón, el chico progresará y crecerá, no sólo en edad, sino como ser humano.

Los griegos, los inventores del teatro, algo de esto sabían. Entendían que todos debían apoyar al teatro, que era un medio de educación, de unión de la sociedad, y de “terapia psicoanalítica” para quitar la angustia mediante la “catarsis”, como muy bien lo explicaba el señor Aristóteles. Los conflictos que se ven son nuestros conflictos; las tramas que se representan, son las vidas de muchos. Los personajes que viven, sufren, aman y luchan, somos también nosotros. Y es bueno que desde chiquitos los nenes aprendan a poner palabras, formas, colores y personajes a sus sentimientos. Esta es la verdadera educación sentimental, la que libera de la angustia, la que une a toda una platea en un mismo sentimiento, la que une a padres e hijos en un mismo diálogo frente a una situación que se comparte. 

Pero hay que empezar de chiquitos, y los abuelos, que tienen más tiempo, pueden hacer mucho en este sentido. “Disfrutar  y aprender” no son cosas diferentes. Deben hacerse la misma cosa. De nosotros depende. Ayudar a aprender, ayudar a concentrarse, ayudar a entender el mundo, nos abre la mente y todo ese beneficio redundará en una mejor educación.

Y si todos damos de nosotros mismos lo mejor, saldremos beneficiados todos, no lo duden. 

Por Adriana Sylvia Narvaja
De  “Algo Especial Protagonista del Presente”
Para Editorial Babel Books.

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2 comentarios:

  1. Increíble el mensaje y la forma de expresarlo!!!!!!

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  2. Muchas gracias, Suray!!!! Desde aquí, te enviamos un enorme abrazo y te esperamos siempre!

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