El tiempo del fin es el tiempo sin sitio

Dice Thomas Merton en un texto escrito en la Abadía de Getsemaní, año 1965.

“Hoy día, el deber primero y quizá único del filósofo
es defender al hombre contra sí mismo:
defender al hombre contra esa extraordinaria tentación
hacia la inhumanidad
a que tantos seres humanos han cedido
casi sin darse cuenta de ello”.
Gabriel Marcel

Vivimos en el tiempo en que no hay sitio, que es el tiempo del fin. El tiempo en que todos están obsesionados por la falta de tiempo, la falta de espacio, el ahorrar tiempo, conquistar el espacio, proyectar al tiempo y al espacio la angustia que les  que les producen las furias tecnológicas del tamaño, el volumen, la cantidad, la velocidad, el número, el precio, la fuerza y la aceleración.

La clara bendición, “creced y multiplicaos”, de repente se ha vuelto una hemorragia de terror. Estamos numerados por miles de millones, acumulados juntos, ordenados, enumerados, llevados de acá para allá, sometidos a impuestos, formados militarmente, armados, tratados hasta dejarnos insensibles, aturdidos por la información, drogados por la diversión, con náuseas por la carrera humana y por nosotros mismos, asqueados de la vida.

Al acercarse el fin, no hay sitio para la Naturaleza. Las ciudades, con su acumulación, la borran de la faz de la tierra.

Al acercarse el fin, no hay sitio para la calma. No hay sitio para la soledad. No hay sitio para el pensamiento. No hay sitio para la atención, para la conciencia de nuestra situación.

En el tiempo del fin definitivo, no hay sitio para el hombre.

El tiempo del fin es el tiempo de los demonios que ocupan el corazón (pretendiendo ser dioses), de modo que el mismo hombre no encuentra sitio para sí mismos en sí mismo. No encuentra espacio en que descansar en su propio corazón, no porque esté lleno, sino porque está vacío. Pero si supiera que el mismo vacío, cuando sobre él vuela el Espíritu de Dios, es un abismo de creatividad… Pero no lo puede creer. No hay sitio para la creencia.

No hay sitio para él en las multitudes agolpadas de la sociedad tecnológica, la sociedad del fin, en que se acumula junto a todos aquellos para quienes no ha sitio, lanzados y tirados en peso a un remolino de formas vacías, espectros humanos, revolviéndose sin meta a través de sus ciudades, todos ellos deseando no haber nacido.

En el tiempo del fin ya no hay sitio para el deseo de seguir viviendo. El tiempo del fin es el tiempo en que los hombres claman a las montañas pidiéndoles angustiadamente que caigan sobre ellos, porque no quieren existir.

¿Por qué? Porque son parte de una proliferación de la vida que no está del todo viva, que está programada para la muerte. Una vida que no ha sido elegida, y difícilmente puede ser aceptada, ya que no tiene sitio para la esperanza. Pero tiene que seguir fingiendo que conserva esperanza. La acosa el demonio del vacío. Y de ese vacío inexpresable salen los ejércitos, los proyectiles, las bombas, los campos de concentración, los motines raciales, los crímenes racistas y todos los demás crímenes de la sociedad masiva.

¿Es esto pesimismo? ¿Es esto el pecado imperdonable de reconocer lo que todos sienten realmente? ¿Es pesimismo diagnosticar el cáncer como tal? ¿O habría que seguir fingiendo que todo mejora de día en día, porque el tiempo del fin es también –al menos para algunos- el tiempo de gran prosperidad? Como dice el Apocalipsis 18, 3, “Los reyes de la tierra han fornicado con ella y los comerciantes de la tierra se han enriquecido con el poder de su lujo”.

A este mundo, a esta posada enloquecida, en que ya no hay sitio en absoluto para Dios, ha llegado Cristo sin ser invitado. Pero como Cristo no pude estar en su casa ahí porque está fuera de lugar en ella, su lugar es con los que no tienen sitio. Su lugar es con los que no son parte integrante, los rechazados por el poder por ser considerados como débiles, los desacreditados, aquellos a quienes se les niega el rango de personas, los torturados, los exterminados. Con aquellos para quienes no hay sitio, Cristo está presente en este mundo. Está misteriosamente presente en aquellos para quienes o parece haber más que el mundo en su peor aspecto. Para ellos no hay escapatoria ni aun en su imaginación. No pueden identificarse con la estructura de poder de una humanidad agolpada, que trata de salir afuera, adonde no haya Dios, ni mundo, ni hombre, ni identidad, ni peso, ni mismidad, nada sino la máquina brillante, autodirigida, perfectamente obediente e infinitamente cara.

Por eso, los que están con Cristo están marcados de modo diverso. Están designados, rodeados por una gran luz, reciben el mensaje de La Gran Alegría y creen en él con alegría. Son el resto, el pueblo que no cuenta, y por consiguiente, los elegidos, los pobres. Y obedecen a la luz. No se les pidió otra cosa.

Porque saben que van a ver, no un profeta, no un espíritu, sino la Gloria del Señor, y por la cual todos los hombre serán liberados del poder que hay en el mundo, el poder que trata de destruir el mundo porque el mundo es creación y, al hacerlo así, saquea y agota los recursos de una fértil tierra dada por Dios.

Tal es la tentación demoníaca del llamado “fin”. Pues el fin no es el final y el castigo, ajuste de cuentas y cierre de libros. Es el comienzo  final, el nacimiento definitivo hacia una nueva creación. No es el último estertor de las posibilidades agotadas, sino el primer saber de todo lo que están más allá y se concebirá como efectivo.

Pero ¿podemos creerlo?

Thomas Merton, monje trapense, De su libro “Incursiones en lo Indecible”, Desde la Abadía de Getsemaní, año 1965

Esto es “Algo Especial” hoy más que nunca “Protagonista del Presente”.


Thomas Merton

Nacimiento: 31 de enero de 1915
Prades, Francia
Fallecimiento: 10 de diciembre de 1968
Bangkok, Tailandia
Ocupación: Monje trapense, escritor y poeta.

Thomas Merton (Prades, Francia, 1915 - Bangkok, 1968), monje trapense, poeta y pensador estadounidense. Está considerado como uno de los escritores sobre espiritualidad más influyentes del siglo XX.

Biografía
Nació en Prades, Francia. Su padre era originario de Nueva Zelanda y su madre originaria de Estados Unidos. Su madre falleció cuando él era niño. La infancia de Merton fue inestable en cuanto a su residencia, pues vivió en Francia, en las Bermudas, en Estados Unidos y en Inglaterra. En Inglaterra, estudió en la Universidad de Cambridge. Terminó sus estudios en la Universidad de Columbia, Estados Unidos. Por último, realizó su tesis de doctorado con el título de "La naturaleza y el arte en William Blake". Influido por los autores de sus libros e impulsado por una llamada interior a unirse con Dios, se convirtió al catolicismo en el año 1938.

Ejerció docencia en Inglés en la Universidad de San Buenaventura y trabajó en un centro católico del barrio de Harlem en Nueva York. En 1941, ingresó la abadía trapense de Nuestra Señora de Getsemaní en Kentucky. Se ordenó sacerdote en 1949 y adoptó el nombre de padre Luis.

“La montaña de los siete círculos”  (1948), su autobiografía, es su obra más famosa, traducida a veintiocho lenguas. También escribió “Las aguas de Siloé” (1949) y “El signo de Jonás” (1953), dos volúmenes sobre la vida de los trapenses; “Semillas de contemplación” (1949) y “La vida silenciosa” (1957), libros de meditación, así como varios libros de poesía, “Figuras para un Apocalipsis” (1947), “Las lágrimas de los leones ciegos” (1949) y “Las islas extranjeras” (1957).

Durante sus 27 años en Getsemaní, Merton se convirtió en un escritor contemplativo y poeta, y se abrió al diálogo con otras religiones, apoyando causas como el pacifismo y los movimientos antiracistas. En 1959 conoció al sacerdote y poeta nicaragüense Ernesto Cardenal al arribar éste al monasterio. Después del regreso de Cardenal a Nicaragua, Merton sostuvo con él una activa correspondencia epistolar hasta su muerte, la relación que se dio entre ellos, fue de padre espiritual y devoto. Entre los años de 1963 y 1967 sostuvo una fluida correspondencia con el escritor rumano Ştefan Baciu. En 1964 escribió el manifiesto "Mensaje a los Poetas" como adhesión al Movimiento Nueva Solidaridad creado por el poeta argentino Miguel Grinberg, quien posteriormente tradujo al castellano sus libros El hombre nuevo, Pan en el desierto, Místicos y maestros Zen, Diario de un ermitaño, Ascenso a la verdad y Cartas a los escritores. Merton murió en un accidente en 1968 mientras asistía a una conferencia entre cristianos y budistas en Bangkok. Se encuentra sepultado en el monasterio de Getsemaní.

Merton y Robert Lowell, otro converso al catolicismo, han sido considerados en su tiempo como los dos poetas jóvenes más importantes de los Estados Unidos. Por otra parte, sus diarios y sus cartas, que por expreso deseo de Merton no se publicaron hasta 25 años después de su muerte, revelan la intensidad de su compromiso con el movimiento por los derechos civiles, la justicia social y el diálogo interreligioso. Desde 1972, el Thomas Merton Center de Pittsburg concede el Thomas Merton Award, un premio a las iniciativas por la paz.

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