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Adiós a las armas, un alegato por la paz

                                                                                                                    por Ernest Hemingway,

escritor y periodista americano (1899-1961)

“Vi al hombre. Era un teniente coronel. Advertí las estrellas en su manga cuando lo iluminaron. Tenía el cabello gris. Era bajo y grueso. El carabinero lo empujó detrás de la hilera de oficiales. Al pasar nosotros, vi a uno o dos que me miraban. Después, uno de ellos me señaló con el dedo y habló a un carabinero. Vi cómo el carabinero se adelantaba hacia mí. Se abrió paso entre los fugitivos y me sentí tomado por el cuello. 

-¿Qué quiere usted? -dije.

Le pegué en la cara. Vi su rostro bajo el sombrero, con los bigotes retorcidos y la sangre que corría por la mejilla. Otro se precipitó hacia nosotros.

-¿Qué es lo que quiere? -dije. 

No contestó. Esperaba el momento de atraparme. Me llevé el brazo al dorso para empuñar el revólver.

-¿No sabe que no tiene derecho a tocar a un oficial?

El otro oficial me tomó por detrás y por poco me desarticula el brazo torciéndomelo hacia arriba. Giré con él y el otro me tomó por el cuello. Le di puntapiés en las tibias y, con la rodilla, le golpeé la ingle. 

-Mátelo si se resiste -dijo alguien. 

-¿Qué significa todo esto?

        Probé de gritar, pero mi voz no se oía. Me encontré al borde de la carretera. 

-Mátelo si se resiste -dijo un oficial. Póngalo allá detrás.

-¿Quién es usted?

-Policía del ejército -dijo otro oficial.

-¿Por qué no me piden que venga en vez de hacerme detener por uno de estos bravucones?

No contestaron. No tenían por qué responderme. Formaban parte de la policía del ejército.

-Condúzcalo detrás, con los otros -dijo el primer oficial -¿Ve? Habla italiano con acento.

-Tú también, cerdo indecente -dije. 

Los dos que me habían detenido me empujaron al grupo que iba a ser interrogado. Miré al hombre al que los oficiales preguntaban. Era el teniente coronel bajo y grueso de los cabellos grises que habían sacado de la columna. Los jueces tenían todo el celo, la flema y la sangre fría de italianos que matan sin correr el riesgo de ser matados.

-¿Su brigada?

Respondió.

-¿Regimiento?

Respondió.

-¿Por qué no está usted con su regimiento?

Respondió.

-¿Es que no sabe que un oficial debe quedarse con sus hombres?

Lo sabía.

Esto fue todo. Otro oficial habló. 

-Ha sido usted y sus iguales los que han permitido a los bárbaros poner los pies sobre el sagrado territorio de la patria. 

-¿Qué dice usted? -preguntó el teniente coronel.

-Es a consecuencia de traiciones parecidas por lo que hemos perdido los frutos de la victoria.

-¿Ha tenido usted que retirarse alguna vez? -preguntó de nuevo el teniente coronel.

-No se debería haber obligado a Italia a retirarse.

¡Y nosotros estábamos allí, bajo la lluvia, para escuchar esto! Estábamos frente a los oficiales, y el prisionero estaba delante de ellos, ligeramente a un lado por deferencia a nosotros.

-Si usted me quiere fusilar  -dijo el teniente coronel- fusíleme en seguida, sin más interrogatorio. El interrogatorio es idiota. 

Hizo la señal de la cruz. Los oficiales se consultaron. Uno de ellos escribió algo en una hoja de papel.

-Abandono de tropas. Condenado a ser fusilado -dijo. 

Dos carabineros condujeron al teniente coronel a la orilla del río. Se alejó bajo la lluvia, viejo, abatido, con la cabeza descubierta, escoltado por dos carabineros. No vi como le fusilaban, pero oí las detonaciones. Ahora preguntaban a otro. Era igualmente un oficial al que habían encontrado separado de sus tropas. Ni siquiera le permitieron explicarse. Se puso a llorar cuando leyeron la sentencia escrita en el memorándum. Cuando lo fusilaron ya estaban interrogando a otro. Fingían estar muy absortos por los interrogatorios mientras fusilaban al que acababan de condenar. Esto hacía imposible ninguna intervención de su parte. Me pregunté si debía esperar mi turno para ser preguntado, o si sería mejor intentar algo en seguida. Evidentemente, me tomaban por un alemán con uniforme italiano. Veía cómo funcionaban sus cerebros, admitiendo que tuviesen cerebros que funcionasen. Eran jóvenes y trabajaban por el bienestar de la patria. Estaban volviendo a formar el Segundo Ejército por detrás del Tagliamento. Ejecutaban a todos los oficiales superiores que habían sido separados de sus tropas. También se ocupaban, someramente, de los agitadores alemanes con uniforme italiano. Llevaban cascos de acero. Algunos carabineros también los llevaban. Esperábamos bajo la lluvia y, los unos y los otros, éramos interrogados y fusilados. Hasta entonces habían fusilado a todos los interrogados. Los jueces tenían este desapego, esta devoción a la estricta justicia de los hombres que dispensan la muerte sin que ellos se expongan. Estaban apunto de interrogar a un coronel de infantería. Tres oficiales más habían aumentado nuestro grupo. ¿Dónde estaba su regimiento?

Miré a los carabineros. Examinaban a los recién llegados. Los otros miraban al coronel. Me agache, empujé a dos hombres, y con la cabeza baja, me lancé hacia el río, choqué contra el ribazo y caí al agua con un gran ¡plaf!. El agua estaba muy fría. Aguanté sumergido todo el tiempo que pude. Me di cuenta de que la corriente me hacía dar vueltas y me quedé bajo el agua hasta el momento en que creí que no sería capaz de volver a subir. Así que llegué a la superficie, respiré hondamente y me sumergí de nuevo. Me resultaba fácil permanecer bajo el agua con mis vestidos y mis botas. Cuando volví a subir por segunda vez vi un trozo de madera delante de mí. Lo tomé y me agarré con una mano. Resguardé la cabeza detrás, sin tan sólo mirar por encima. No tenía ganas de mirar hacia la orilla. Habían tirado cuando huí y también la primera vez que salí a la superficie. Había oído las detonaciones en el momento en que iba a sacar la cabeza fuera del agua. Ahora ya no tiraban. El tablón daba vueltas en la corriente y yo le así con una mano. Miré a la orilla. Parecía correr mucho. Había muchas maderas en la corriente. El agua estaba muy fría. Rocé las cañas de una isla. Agarrado con las dos manos al tablón, me dejé llevar. La orilla ya no se veía.”

El escritor en 1939
Biografía de Ernest Hemingway 

Ernest Miller Hemingway (Oak Park, Illinois; 21 de julio de 1899-Ketchum, Idaho; 2 de julio de 1961) fue un escritor y periodista estadounidense, uno de los principales novelistas y cuentistas del siglo XX.

Su estilo sobrio tuvo una gran influencia sobre la ficción del siglo XX, mientras que su vida de aventuras y su imagen pública dejó huellas en las generaciones posteriores. Hemingway escribió la mayor parte de su obra entre mediados de la década de 1920 y mediados de la década de 1950. Ganó el Premio Pulitzer en 1953 por El viejo y el mar y al año siguiente el Premio Nobel de Literatura por su obra completa. Publicó siete novelas, seis recopilaciones de cuentos y dos ensayos. Póstumamente se publicaron tres novelas, cuatro libros de cuentos y tres ensayos. Muchos de estos son considerados clásicos de la literatura de Estados Unidos.

Hemingway se crió en Oak Park, Illinois. Después de cursar la escuela secundaria, trabajó durante unos meses como periodista del Kansas City Star, antes de irse al frente italiano, donde se alistó como conductor de ambulancias durante la Primera Guerra Mundial y en donde conoció a Henry Serrano Villard, de quien se hizo amigo. En 1918, fue gravemente herido y regresó a casa. Sus experiencias en la guerra sirvieron de base para su novela Adiós a las armas. En 1921 se casó con Hadley Richardson, la primera de sus cuatro esposas. La pareja se mudó a París, donde trabajó como corresponsal extranjero y asimiló la influencia de los escritores y artistas modernistas de la comunidad de expatriados, la «generación perdida» de la década de 1920. La primera novela de Hemingway, Fiesta, fue publicada en 1926.

Tras su divorcio con Hadley Richardson en 1927, Hemingway se casó con Pauline Pfeiffer. La pareja se divorció después de que Hemingway regresara de la Guerra Civil Española, donde había sido periodista, y después de que escribiera Por quién doblan las campanas. Con su tercera esposa, Martha Gellhorn, se casó en 1940. Se separaron cuando conoció a Mary Welsh en Londres, durante la Segunda Guerra Mundial. Estuvo presente en el desembarco de Normandía y la Liberación de París.

Poco después de la publicación de El viejo y el mar en 1952, Hemingway se fue de safari a África, donde estuvo a punto de morir en dos accidentes aéreos sucesivos que lo dejaron con dolores y problemas de salud gran parte del resto de su vida. Hemingway tuvo residencia permanente en Cayo Hueso, Florida, en la década de 1930, y en Cuba, en las décadas de 1940 y 1950. En 1959 compró una casa en Ketchum, Idaho, donde se suicidó el 2 de julio de 1961 a los 61 años.

Fuente: Del sitio Wikipedia - Ernst Hemingway.

https://es.wikipedia.org/wiki/Ernest_Hemingway

Vean al estupenda película "Adiós a las armas"  

Filmada en 1932, con Gary Cooper y Helen Hayes en los papeles principales del teniente Fréderick Henry y la enfermera Catherine Barkley. El director es Frank Borzage, y basó su película en el famoso libro de Ernest Hemingway, "Adiós a las armas", un alegato en favor de la paz. La película, en blanco y negro, muestra los horrores de la Primera Guerra Mundial, al norte de Italia, que estaba enfrentada con Austria

Dice Wikipedia:

"Narra una historia de amor entre el soldado joven e idealista llamado Frederick Henry con la enfermera Catherine Barkley en la Italia de la Primera Guerra Mundial.

La novela es en su mayor parte autobiográfica. Ernest Hemingway realmente fue conductor de ambulancias voluntario en el ejército italiano, fue herido en las piernas y conoció a una enfermera con la que vivió una historia similar de amor. Esto le permitió usar sus recuerdos para crear un relato bélico crudo y realista."

Afiche de la película de 1932
https://www.youtube.com/watch?v=aSCB7aW5Y4E

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