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Violencia en el noviazgo, el primer paso hacia la violencia mayor

por Marina Muñoz-Rivas, Pilar González-Lozano, Liria Fernández-González, 
Sandra Fernández Ramos, y colaboradores,
"Violencia en el noviazgo"
        "La violencia que tiene lugar en el contexto de las relaciones de pareja se ha configurado como uno de los problemas más importantes de nuestra sociedad, causando graves consecuencias a nivel psicológico, físico y social. Así, a lo largo de las últimas décadas, diversos organismos nacionales e internacionales han ido reconociendo la importancia de la violencia en la pareja como un problema social y de salud, convirtiéndose en un foco de interés creciente para investigadores y profesionales de diversos ámbitos (salud, educativo, judicial, etcétera).
        A comienzos de los años setenta comienza a conocerse la realidad oculta de la violencia en el contexto marital, e investigaciones posteriores evidenciaron que se trataba de un hecho muy frecuente en población general. A principios de los años ochenta se realizó el primer estudio epidemiológico de la violencia en el noviazgo (Makepeace, 1981), generando una oleada de estudios con adolescentes y jóvenes que pusieron de manifiesto que el inicio de la violencia en la pareja era anterior de lo que inicialmente se pensaba.
        En la actualidad sabemos que la violencia en las relaciones íntimas no aparece de forma inesperada en la edad adulta, sino que las agresiones dentro de la pareja suelen iniciarse durante la adolescencia, cuando se establecen las primeras relaciones de noviazgo. Este hecho, constatado por diferentes estudios, hace que el interés de este manual se centre precisamente en las primeras relaciones de pareja. Ya en el noviazgo la violencia no se presenta como un problema estático, sino que nos encontramos ante un fenómeno dinámico en el que las primeras experiencias pueden suponer el inicio un patrón relacional instaurado en la agresión, junto con el establecimiento de actitudes y creencias justificativas de la misma, responsables en su conjunto de las consecuencias fatales que conocemos.
La adolescencia y las relaciones de noviazgo
        La adolescencia es una etapa de tránsito entre la niñez y la adultez. En este período se abandona la etapa infantil y comienza un período complejo hacia la autonomía. En la adolescencia se producen numerosos y continuos cambios, no sólo físicos, sino también emocionales y conductuales, que acercan al adolescente hacia patrones de relación personales y sociales propios de la etapa adulta. Por ello, este momento evolutivo es de especial relevancia para el aprendizaje de recursos instrumentales y personales que ayuden a los adolescentes a manejar de forma adecuada el afrontamiento de las nuevas demandas inherentes a la edad, así como todas aquellas emociones, como el amor, la amistad y la sexualidad e intimidad, que se experimentan por primera vez y son vividas intensamente.
La adolescencia, etapa de cambios
        Debido a la complejidad de esta etapa evolutiva, es vivida de forma diferente por cada persona. Hay personas que alcanzan la adolescencia más prematuramente y otras que la alcanzan de forma más tardía que la media. Por ejemplo, algunos niños y niñas empiezan a desarrollarse físicamente a los 8 años, mientras que otros no comienzan hasta los 11. Por desarrollo físico entendemos el desarrollo puberal, también conocido como pubertad, es decir, cambios físicos y sexuales que se producen en el niño o niña debido a la actuación de las hormonas sexuales (estrógenos en niñas y testosterona en niños).
        Las diferencias entre personas pueden estar determinadas biológicamente, a la vez que influidas por la alimentación y la cultura en la que nace la persona y se desarrolla. También sabemos que, por norma general, las chicas suelen tener una adolescencia más prematura que los chicos y, consecuentemente, finalizan este período con anterioridad. Pero no sólo existen diferencias en el comienzo de la adolescencia entre las distintas personas, sino que también existen diferencias en su duración. Por ello, no podemos hablar de adolescencia como una etapa estándar que se repite en todos por igual, sino que debemos entenderla como una etapa de cambios físicos y psicológicos que suelen darse en mayor o menor medida en las personas de nuestra cultura tras el inicio de la pubertad.
La importancia del contexto social 
        Como se ha comentado, durante la adolescencia el contexto social es determinante para explicar aspectos del desarrollo, siendo el apoyo social recibido y percibido por el adolescente una fuente importante de experiencias y aprendizaje. Entendemos por apoyo social un conjunto de aportaciones de tipo emocional, material, informacional o de compañía que la persona percibe o recibe de distintos miembros de su red social (Musitu y Cava, 2003).
        No podríamos llegar a explicar ningún comportamiento adaptativo o no en población infanto-juvenil si no atendiéramos a un buen número de influencias sociales que sirven de referencia para el adolescente, marcan las experiencias de aprendizaje y son el fundamento del desarrollo, adaptado o no, de las futuras relaciones interpersonales del joven en la vida adulta. Por ello, es necesario resumir estas influencias, con el objeto de entender mejor la forma en la que se modulan estos comportamientos y actitudes frente a las relaciones con los demás en la adolescencia: el grupo de iguales, el contexto familiar y escolar y las relaciones de pareja.
        Con respecto al grupo de iguales, durante esta etapa éste adquiere un gran valor para los adolescentes, ya que comienzan a relacionarse de forma más madura con personas de su misma edad y de ambos sexos que no pertenecen a su familia. Algunos estudios sobre la relación del adolescente con su grupo de iguales han puesto de manifiesto que el grupo de amigos puede influir en el adolescente, tanto de forma positiva como negativa (por ejemplo, logros académicos, hábitos de vida saludables, conductas antisociales o consumo de drogas), y la influencia ejercida por éste no suele producirse a través de presiones coercitivas, sino que el adolescente tiende a rodearse de aquellos iguales a los que admira y con los que se siente identificado, especialmente entre los 15 y 18 años. En este sentido, es importante considerar que esta influencia no es permanente a lo largo de estas edades, puesto que, fruto del desarrollo evolutivo, el adolescente también desarrolla su capacidad de autonomía y carácter crítico para seleccionar a su compañía (Vargas- Trujillo y Barrera, 2002).
        El contexto de los iguales es determinante en el desarrollo del adolescente, puesto que es también el primero de los escenarios contextuales para el desarrollo de las relaciones de noviazgo e influye de forma determinante en la popularidad, competencia y aceptación social del adolescente en estas edades (Collins, Welsh y Furman, 2009; Furman, Low y Ho, 2009).
        Por su parte, el contexto familiar juega un papel determinante en el desarrollo del individuo durante la infancia y también en la adolescencia, a pesar de que, como se ha comentado, en esta etapa las relaciones de pareja y el grupo de amigos adquieren un valor muy relevante. Así, la familia es considerada como un agente universal de influencia en el desarrollo psicosocial de los hijos a través del proceso de socialización, entendiendo la socialización como un proceso en el que se da la transmisión de valores, creencias, normas, actitudes y formas de comportamiento adecuadas para la sociedad a la que se pertenece (Musitu, 2013).
        De la misma forma, la escuela es también un escenario social significativo en la vida de los adolescentes. De ahí la importancia de estudiar su relación, no sólo con respecto al desarrollo de competencias intelectuales, sino también en cuanto al desarrollo de actitudes y comportamientos de carácter interpersonal (Martínez-Ferrer, Murgui-Pérez, Musitu y Monreal, 2008).
        Finalmente, es imprescindible hacer referencia a las relaciones de pareja, que se convierten en uno de los principales recursos de apoyo social que contribuyen al bienestar psicosocial y al afrontamiento de situaciones estresantes en la adolescencia y juventud.  
        Específicamente, las relaciones de noviazgo se definen como aquellas que incluyen encuentros para la interacción social y actividades compartidas con una explícita o implícita intención de continuar la relación hasta que una de las dos partes la acaba o hasta que se establece alguna otra relación más comprometida (por ejemplo, cohabitación o matrimonio). Las primeras experiencias de noviazgo comienzan a darse en los inicios de la adolescencia, alrededor de los 13 años (Bethke y DeJoy, 1993; Connolly, Pepler, Craig y Taradash, 2000), pero es entre los 14 y los 16 años cuando éstas llevan implícitas mayores niveles de intimidad.
        En esta etapa evolutiva, estas relaciones se convierten en uno de los principales recursos de apoyo social que contribuyen al bienestar psicosocial y al afrontamiento de situaciones estresantes. Así, el establecimiento de relaciones íntimas juega un papel muy importante en el desarrollo socioemocional, ya que la intimidad, tanto a nivel emocional como sexual, tiene una gran influencia sobre la salud mental y física del ser humano.
        Así, Furman y Shaffer (2003) evidencian que las primeras relaciones de noviazgo son fundamentales para el aprendizaje de habilidades necesarias en la edad adulta. De hecho, el establecimiento de una relación de pareja interviene, según estos autores, en cinco aspectos fundamentales:

a) El desarrollo de la identidad. 
b) El desarrollo de la sexualidad
c) La transformación de las relaciones familiares
d) El desarrollo de las relaciones de intimidad con los iguales
e) Los logros académicos y profesionales.
        De la misma forma, es en estas primeras relaciones donde adolescentes y jóvenes comienzan a formar sus primeras ideas sobre qué esperar de una relación de pareja y cómo comportarse en la intimidad, empezando a construir sus propias representaciones sobre el papel de las mujeres y los hombres en la sociedad.
        Como se ha comentado, los adolescentes viven estas primeras experiencias amorosas con extrema intensidad, pero, sin embargo, incluso aquellas que son descritas como maravillosas desentrañan problemas que la propia pareja no reconoce, piensa que no van a volver a ocurrir o a los que no da importancia. Hablamos de insultos, insistencia verbal (incluso usando fuerza física) para forzar al otro a hacer algo que no desea, una bofetada durante una discusión acalorada, el intento desmedido de control sobre la pareja o los celos, muchas veces injustificados. Estos problemas pueden parecer en un principio comportamientos «normales» que alguna vez todos manifestamos (por ejemplo, «todos nos ponemos celosos con nuestras parejas» o «todos nos enfadamos más de la cuenta alguna vez»), que ocurren en un contexto de juego (por ejemplo, dar una bofetada bromeando), que son infrecuentes o muy «leves». Sin embargo, pueden suponer indicios de violencia en la relaciones de noviazgo y pueden conllevar consecuencias graves si no se detectan y corrigen a tiempo.
        Este hecho es especialmente relevante, puesto que la adolescencia es un momento evolutivo de transición de la infancia a la madurez en el que se producen numerosos cambios afectivos, corporales y de valores, convirtiéndose en un período de especial vulnerabilidad, y proclive al desarrollo de conductas desviadas.
        Por ello, el estudio detallado de la forma en la que la violencia se da en estas primeras relaciones, junto con el tipo de justificación que los más jóvenes dan a la misma cuando ésta se establece como algo habitual dentro de la relación, es uno de los primeros pasos para el conocimiento y para la elaboración de programas preventivos y de intervención específicos.
Detección y reconocimiento de una situación de riesgo
        En todas las relaciones de pareja existen momentos y puntos de fricción fruto de la convivencia y de la implicación emocional. Así, los conflictos (enfrentamiento o situación en que dos personas con intereses contrapuestos entran en confrontación) van a formar parte inevitable de la relación de pareja. Por ello, no deben verse como algo exclusivamente negativo, sino también como una forma de desarrollar las propias capacidades, es decir, el hecho de entrar en conflicto con la pareja puede ser una oportunidad para cambiar las cosas, para hacer que vayan a mejor. Todo dependerá del punto de vista con el que se interpreten esos problemas y de lo que se haga para solucionarlos. Hay que considerar que todas las parejas, en esencia, son iguales; pero lo que las diferencia es la capacidad de resolver y afrontar problemas y hacer que se lleven a cabo soluciones.
         No hay ninguna fórmula infalible que haga que los conflictos y problemas que surgen en las relaciones se resuelvan automáticamente. Como se va presentar en este apartado, un conflicto puede ser solucionado de muchas maneras, pero la violencia no es un recurso útil para conseguirlo, además de provocar peores consecuencias para la relación y para uno mismo.
¿Qué entendemos por violencia?
        Hablamos de violencia o maltrato cuando el patrón de comportamiento de una persona provoca daño físico o emocional en otra, es decir, cuando uno de los miembros de la pareja hace o dice algo al otro miembro para hacerle daño intencionadamente. No sólo llamamos violencia a conductas que causan dolor y señales físicas, sino también a aquellos comportamientos que causan efectos negativos en la autoestima del otro, como insultos, humillaciones o chantajes.
        La violencia entre ambos sexos puede ser unidireccional, es decir, un miembro de la pareja la ejerce sobre otro miembro de la pareja; o bidireccional/recíproca, es decir, la ejercen ambos miembros de la pareja a la vez. Esta violencia bidireccional puede ejercerse de la misma forma por ambas partes (por ejemplo, ambos insultan a la otra persona) o de forma distinta (un miembro agrede físicamente y el otro miembro insulta).
        Hay diversos tipos de violencia que pueden manifestarse de forma aislada, aunque es necesario considerar que, por lo general, se dan de forma conjunta:

a) Violencia física. Implica el uso intencionado de la fuerza contra otra persona de modo que provoque o pueda provocar lesiones físicas, daño o dolor (por ejemplo, golpes, quemaduras, empujones, pellizcos, mordeduras o tirones de pelo). En casos más extremos puede provocar sentimientos de humillación y miedo intenso que van destruyendo la autoestima de las personas.

b) Violencia psicológica. Se refiere a cualquier conducta dirigida a la desvalorización de la otra persona, por ejemplo ridiculización, insultos, amenazas verbales (de agresión, de abandono, de irse con otro/a), humillaciones y desprecios, ignorar al otro, destruir objetos personales a los que el otro tiene cierto apego o cariño, dar celos, controlar los movimientos de la pareja, no dejar hablar, ejercer el control económico o utilizar el pasado de la otra persona para herirla. Al igual que en el caso anterior, la violencia psicológica puede dañar la autoestima de las personas, con peores consecuencias incluso que el maltrato físico.

c) Violencia sexual. Se ejerce a través de presiones físicas o psicológicas, con el objetivo de imponer cualquier contacto sexual no deseado, y se lleva a cabo mediante coacción, intimidación o indefensión.
¿Por qué se mantiene una relación violenta?
        La violencia no es algo que se produzca de forma repentina, sino que sigue un proceso dinámico que se dibuja como un ciclo compuesto por distintas fases y que aumenta su intensidad de forma gradual. En el ciclo de la violencia se pueden identificar tres fases:

a) Fase de tensión. Esta fase se inicia por inconvenientes cotidianos ante los que uno de los dos miembros de la pareja reacciona de manera exagerada y responde mediante insultos, gestos de desprecio y enfado. Estos episodios, a pesar de que en un principio sean puntuales, terminan principalmente en violencia psicológica. La relación se vuelve más tensa.

b) Fase de explosión o agresión. La tensión acumulada en la fase anterior se descarga en forma de agresiones físicas, psicológicas y/o sexuales. Se produce una falta de control del problema y mayor gravedad de las lesiones, tanto a nivel físico como psicológico. Se trata de la fase más peligrosa para la persona que recibe la violencia, ya que no finaliza hasta que el agresor toma conciencia de la gravedad de los hechos.

c) Fase de reconciliación, arrepentimiento o «luna de miel». Cuando la fase anterior ha acabado debido a que el/la agresor/a ha tomado conciencia de lo ocurrido, cambia radicalmente su conducta, expresando una amabilidad extrema, amor y conductas cariñosas. Muestra su arrepentimiento, promete que nunca más ocurrirá de nuevo y trata de justificar y/o negar lo ocurrido. La persona agredida, ante esta muestra de amor, perdona a su pareja, creyendo todo lo que ésta promete y, de esta forma, vuelve a activarse de nuevo el ciclo de la violencia.

        A medida que avanza el ciclo de violencia las fases varían según sus características y el tiempo en que trascurren. A medida que pasa el tiempo, la acumulación de tensión se inicia más rápidamente, la fase explosiva comprende agresiones más violentas y con consecuencias más graves, y la «luna de miel» cada vez se hace más corta, llegando incluso a desaparecer. Además, se produce lo que se conoce como escalada de la violencia, que determina el incremento de la gravedad de las agresiones con el paso del tiempo.
        Considerando todo lo anterior, es importante detectar y reconocer si existe una situación de riesgo en cada pareja, para tener oportunidad de aprender nuevos recursos de afrontamiento de los conflictos y mejorar así la calidad de las relaciones íntimas tanto presentes como futuras.
Preguntas de detección y reconocimiento de la violencia en la relación
— ¿Me he comportado alguna vez así con mi pareja? — ¿Mi pareja se ha comportado así conmigo? — ¿Considero alguna de estas acciones normal/adecuada/positiva? — ¿Creo que estos comportamientos son comunes en las parejas?:
• Criticar la forma en que va vestido/a, sus opiniones o su forma de hablar.
• Intentar saber y/o controlar lo que hace, dónde va o con quién y exigir explicaciones.
• No respetar su opinión e intentar imponer siempre la propia.
• Utilizar lo que sabe de su vida para hacerle reproches o chantajes.
• Buscar estrategias para convencerlo/a de que tenga relaciones sexuales, aunque no le apetezca, cuando uno/a quiera.
• Abofetearlo/a, tirarle algún objeto o empujarlo/a.
• Mostrarse agresivo/a, gritar y chillar para conseguir lo que uno/a quiere.
• Amenazar a la pareja cuando no hace lo que uno/a quiere o cuando dice que quiere acabar con la relación.
• Sentir que, haga lo que haga, uno/a nunca es lo suficientemente bueno para la pareja, sentirse inferior.
• No pedir o no aceptar disculpas.
• Prometer un cambio de conducta que nunca va a cumplirse.
Actitudes que justifican la violencia
        Los estudios realizados con jóvenes inmersos en relaciones de pareja violentas señalan que aquellos que consideran y creen que la violencia está justificada y puede permitirse en algunas ocasiones, son los que más agresiones físicas y verbales provocan a sus parejas y reciben de éstas. Es decir, si en nuestro sistema de creencias está la idea de que agredir a la pareja en una determinada situación puede ser un comportamiento lícito y permitido, es muy posible que en algún caso nuestro comportamiento vaya en esta dirección.
        Las creencias que mantenemos sobre lo que es una relación de pareja y sobre el mundo en general quedan expresadas en nuestra cotidianidad por pensamientos a los que, al aparecer en nuestra mente de forma tan clara y precisa, les otorgamos la verdad y nos parece que no pueden ser rebatidos. Aquellos jóvenes que son agresivos mantienen determinadas actitudes y pensamientos que les hacen responder de esta forma y les hace percibir su agresión como la única y verdadera forma posible de reaccionar.
        En la tabla 6.4 quedan recogidos aquellos pensamientos y afirmaciones más comunes que justifican el uso de la violencia en las relaciones íntimas en el noviazgo. Puesto que aquellos que justifican la violencia de un modo general y, en particular, dentro de la dinámica de pareja, son más tendentes a comportarse de forma agresiva con las personas que les rodean, es necesario ser consciente de las mismas y saber reconocerlas si existen en cada uno de nosotros y en los demás, para así poder modificarlas y aproximarlas a actitudes más flexibles y más ajustadas a la realidad.
        Para trabajar en este aspecto, lo principal es rechazar el uso de la violencia como forma de resolver problemas o como un medio para imponer más poder o control dentro de la pareja. La actitud de rechazo de la violencia, además de unir a los dos miembros de la pareja, también protege a cada uno por separado, ya que así podrá ser capaz de reconocer las primeras señales, como, por ejemplo, la verbalización de las ideas señaladas con anterioridad, y poner soluciones cuando todavía no se hayan evidenciado comportamientos claros de agresión.
Las agresiones sutiles en el principio de la relación
        Cuando la relación empieza, lo normal es pensar que no va a haber problemas, que todo será amor, compañía, felicidad y disfrute. La realidad, en ocasiones, es muy distinta. Realmente, las discusiones son algo normal en cualquier relación íntima. Los problemas surgen y debemos afrontarlos de la mejor manera posible, sin que afecten a la relación o incluso mejor aún si ésta puede fortalecerse al conseguir resolver de manera saludable y positiva cualquier situación.
        Como hemos visto, en ocasiones hay algo más que esas discusiones normales o problemas propios de la relación. Se trata de las agresiones, faltas de respeto, insultos, vejaciones o un control inapropiado (ropa, horario, compañía) que aparecen de una forma muy sutil al principio, pero que, si no reaccionamos en su momento, pueden ir agravándose con el tiempo. Son pequeñas agresiones que significan mucho. Por ejemplo, cuando tu pareja no te devuelve las llamadas o que no te dirige la palabra cuando estáis en grupo, esparce falsos rumores sobre ti, te grita o insulta, no ayuda ni colabora en las cosas que son importantes para ti o para los dos, te da la espalda en un momento difícil o incluso rompe cosas que te importan mucho.
        La aparición de las primeras agresiones sutiles, que apenas se notan, en el inicio de la relación, es un indicador clave de que esta situación puede agravarse con el paso del tiempo".
Marina Muñoz-Rivas, Pilar González-Lozano, 
Liria Fernández-González, 
Sandra Fernández Ramos, y colaboradores,
"Violencia en el noviazgo",
Editorial Pirámide,
Sección Psicología,
España,
abril 2015.
Relación de autores 
  • Dra. Marina Muñoz-Rivas, Profesora titular de Universidad. Departamento de Psicología Biológica y de la Salud. Facultad de Psicología. Universidad Autónoma de Madrid.
  • Dra. Pilar González-Lozano,  Centro de Apoyo a las Familias N.° 1 del Ayuntamiento de Madrid.
  • Dra. Liria Fernández-González, Departamento de Psicología Biológica y de la Salud. Facultad de Psicología. Universidad Autónoma de Madrid.
  • Sandra Fernández Ramos, Psicóloga clínica. Departamento de Psicología Biológica y de la Salud. Facultad de Psicología. Universidad Autónoma de Madrid.
Colaboradores
  • Rubén García Sánchez, María Laguna Pérez, María Teresa Rivas Sáez, Julia Tejero Soletto, Esther Torralba González.

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