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La rosa niña

por Rubén Darío,
poeta nicaragüense (1867-1916)
Cristal, oro y rosa. Alba en Palestina.
Salen los tres reyes de adorar al Rey,
flor de infancia llena de una luz divina
que humaniza y dora la mula y el buey.
Baltasar medita, mirando la estrella
que guía en la altura. Gaspar sueña en
la visión sagrada. Melchor ve en aquella
visión, la llegada de un mágico bien.

Las cabalgaduras sacuden los cuellos
cubiertos de sedas y metales. Frío
matinal refresca belfos de camellos
húmedos de gracia, de azur y rocío.

Las meditaciones de la barba sabia
van acompasando los plumajes flavos*,
los ágiles trotes de potros de Arabia
y las risas blancas de negros esclavos.

¿De dónde vinieron a la Epifanía?
¿De Persia? ¿De Egipto? ¿De la India? Es en vano 
cavilar. Vinieron de la Luz, del Día,
del Amor. Inútil pensar, Tertuliano.

El fin anunciaban de un gran cautiverio
y el advenimiento de un raro tesoro.
Traían un símbolo de triple misterio
portando el incienso, la mirra y el oro.

En las cercanías de Belén se para
el cortejo. ¿A causa? A causa de que
una dulce niña de belleza rara
surge ante los magos, toda ensueño y fe.

- ¡Oh, Reyes! -les dice-. Yo soy una niña
que oyó a los vecinos pastores cantar,
y desde la próxima florida campiña
miró vuestro regio cortejo pasar.

Yo sé que ha nacido Jesús Nazareno,
que el mundo está lleno de gozo por Él,
y que es tan rosado, tan lindo y tan bueno,
que hace al sol más sol, y a la miel más miel.

Aún no llega el día...¿Dónde está el establo?
Prestadme la estrella para ir a Belén.
No tengáis cuidado que la apague el diablo,
con mis ojos puros la cuidaré bien.

Los magos quedaron silenciosos. Bella
de toda belleza, a Belén tornó
la estrella; y la niña llevada por ella,
al establo, cuna de Jesús, entró.
Pero cuando estuvo junto a aquel infante,
en cuyas pupilas miró a Dios arder,
se quedó pasmada, pálido el semblante,
porque no tenía nada que ofrecer.

La Madre miraba su niño-lucero;
las dos bestias buenas daban su calor;
sonreía el santo viejo carpintero;
y la niña estaba temblando de amor. 

Allí había oro en cajas reales,
perfumes en frascos de hechura oriental,
inciensos en copas de finos metales,
y quesos y flores, y miel de panal.

Se puso rosada, rosada, rosada...
ante la mirada del niño Jesús.
(Felizmente que era su madrina un hada,
de Anatole France o el doctor Mardrús).

¡Qué dar a ese niño, qué dar sino ella!
¿Qué dar a ese tierno, divino Señor?
Le hubiera ofrecido la mágica estrella,
la de Baltasar, Gaspar y Melchor...
Más a los influjos del hada amorosa,
que supo el secreto de aquel corazón,
se fue convirtiendo poco a poco en rosa,
en rosa más bella que las de Sarón.

La metamorfosis fue santa aquel día
(la sombra lejana de Ovidio aplaudía),
pues la dulce niña ofreció al Señor,
que le agradecía y le sonreía,
en la melodía de la Epifanía,
su cuerpo hecho pétalos y su alma hecha olor. 

*flavos: de color amarillo rojizo. 

La imagen de portada pertenece al sitio Almas Estelares Cósmicas

2 comentarios:

  1. La imagen de portada pertenece a Mario Dugay. http://www.marioduguay.com/

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    1. Gracias por el dato, Nicasio. Cuando no encontramos el autor, siempre ponemos el dato del lugar que nos proporcionó la obra. Tratamos de respetar siempre a los autores, tanto como nos gusta a nosotros que respeten nuestro trabajo. Y gracias a Dios, creemos que nos va bien! Tu dato es muy importante, gracias nuevamente!

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