por Gabriel Guerrero
del libro “Relatos Cotidianos”,
Editorial Dunken,
año 2018
En la esquina de Estomba y Moreno, justo debajo del viejo edificio de Rentas, se encuentra el museo de los objetos imposibles.
Algunos dicen que dichas calles en realidad son paralelas y que tal esquina no existe.
El lugar posee infinitas puertas, todas ellas están cerradas. Acaso la única forma posible de ingreso sea precisamente, por ningún lado.
Se cuenta que entre los múltiples tesoros que alberga se encuentra la espada del perdón, una lámpara que emite sombras, una escultura de agua.
También existe un papiro con la representación de un triángulo formado por tres rectas superpuestas, la suma de sus ángulos interiores es exactamente cero.
Sobre una de las paredes se encuentra colgado el reloj infinito, está dotado de una precisión tal que puede marcar la diferencia entre cualquier intervalo de tiempo, por pequeño que sea.
Quien se detenga a observarlo, quedará suspendido en el tiempo entre un segundo y otro, mirando cómo el reloj avanza un número que se aproxima pero jamás llega al próximo.
Los tahúres del barrio aseguran que en un cofre se halla una moneda esférica, que impide que la suerte se decida.
Junto al cofre descansa el célebre disco de Odín, que consta solamente de un lado. A su lado, una máquina para realizar tatuajes invisibles.
He conseguido obtener uno de sus preciosos objetos, quizás robado, a cambio de un precio módico.
Se trata del vehículo para ir a ninguna parte. Algunos racionalistas aseveran que es un simple sillón, pero yo no les creo.
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