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Dueño de las piedras azules

  Hace frío. Atravesando la bruma de la madrugada, recorro con paso lento, reverente, los metros que separan cada piedra de Stonehenge. Mis pies veneran este lugar sagrado tanto como yo lo venero, como mi cuerpo lo venera, como mis antepasados lo veneraron. Porque es nuestro lugar. Nuestro lugar de culto.
  Ahora en un rato, cuando salga el sol, iniciaremos nuestros ritos. No sacrificaremos animales, no. Eso se lo dejamos a tribus que tal vez no tengan el alma preparada para comprender. Nosotros sí comprendemos, hemos comprendido siempre, que es el alma lo importante, no los sacrificios de sangre. Es el alma que busca ser alimentada con la esencia del espíritu, y por eso añora viajar. Volver con los suyos a un remoto lugar de donde viene. También nosotros, generaciones y generaciones atrás, sacrificábamos seres vivos a los ídolos, a los tótems.  A sus pies habíamos ofrendado sangre a nuestros dioses. Pero un día el velo cayó de nuestros ojos, y pudimos ver. Ya nada  ofrendamos contra nadie, ya no volvimos a levantar el puñal. Sólo esperamos.
  Ese año de hace muchos años, el día del solsticio de verano llegó y alguien o algo sintió ese día como promisorio, como deparador de una gran fortuna o de una gran alegría, como un día que se llena de luz a pesar de la bruma.  Algo diferente a los días iguales que conocíamos. Cuando algo o alguien siente que eso acontece, un día cualquiera de la historia humana, una puerta se abre en el alma, algo sucede. Se conoce la verdad. ¿Y cuál es la verdad? Que nuestra alma viene del cielo y vuelve al cielo, que es su hogar. Y que mientras estamos aquí, somos peregrinos, como los pastores que llevan sus ovejas en busca de mejores pastos, mejores ríos, mejores soles. Así viaja el alma, en busca de mejores flores, y para no añorar, necesita de la luz que tan bien conoce, la luz de aquel remoto lugar, y que aquí se llama esperanza.
        Y por eso, cuando alguien o algo siente que un día es promisorio, que deparará grandes cosas, nace la esperanza que ilumina y calienta los corazones, y la esperanza es la que no muere, porque es el motor del alma. Ya los días no son iguales, ya el sufrimiento, el hambre, las enfermedades que padecemos, se ven de otra manera a la luz de la única luz que entra como un rayo en nuestros corazones. Esa es la luz que ilumina nuestra vida. La que no se apaga. Por eso, para celebrarla, nuestros padres y los padres de nuestros padres construyeron Stonehenge. Para que la luz del sol, al pasar por  dentro de los trilitones, nos recuerde esa luz, especialmente el día del solsticio de verano, que será hoy.
  ¿Demasiado esfuerzo mover las piedras? Nada de eso. No hay esfuerzo ni piedras gigantes que no puedan ser removidas por la esperanza. Yo lo siento así. Y mientras espero que lleguen los otros con sus cánticos y su música, pongo mis manos en estas piedras azules que son mías. Serán de mis hijos, y ellos sabrán sentir, como siento yo, las profundas vibraciones de estos megalitos.
  ¿Qué si somos celtas, que si somos druidas? ¿Y acaso qué importa? El espíritu viene primero, los nombres vienen después. Esta misma piedra blanca que tengo en mi mano, esta misma piedra blanca, mañana se llamará cuarzo. Hoy es un trozo de luna. Estas mismas piedras azules que conforman Stonehenge, mañana se llamarán quién sabe cómo. Y aún de la más importante, la piedra del Altar, que es de color verde, tampoco sé su nombre. No importa. Son la puerta que nos muestra el más allá, donde los muertos no están muertos y nos esperan, porque la muerte no existe. Y nos esperan como yo espero hoy aquí, con la espalda apoyada en las piedras azules y miro el firmamento. Ya la luna cayó por encima de la piedra recostada, así la llaman, y así la colocaron nuestros padres, para que se vaya la luna por allí, para que la luna descanse.
        Pronto saldrá el sol. El sol seguirá saliendo, y Stonehenge levantándose y levantándose hacia lo alto: por siempre, el alma no morirá.
  A lo lejos, el sonido de una flauta anuncia la llegada de los que tanto espero.
Pasión celta por los árboles 

Recordemos el mito de los árboles
Este mito tiene su mejor reflejo en “El combate de los árboles”, que es un poema atribuido al bardo galés Taliesín, en el que narra cómo Gwyddyon salvó la vida de un grupo de valientes bretones al transformarlos en árboles, sin impedirles que bajo esta forma pudieran pelear contra sus enemigos.
El mismo autor se refiere a otra práctica en este delicado verso: 
Cuando surgió la vida
mi creador me dio forma
con la savia de los árboles
y el sabroso jugo de los frutos…
Se sirvió de la malvarrosa de la colina,
de las flores de los árboles y los zarzales…
con las flores de la ortiga…
He sido marcado por Mat…
En mí hay huellas de Gywddyon,
de los sabios hijos de Math
y de lo eterno que hay en la Naturaleza.

El mito de los árboles adquiere solidez al convertirse en un motivo oral, en un poema fácil de repetir al poseer una cadencia y encerrar un mensaje.
Cada árbol tiene una historia oculta, legendaria que contar y solo la contara a quien comprenda que en su tronco, en sus raíces y en sus ramas late la vida de un ser majestuoso.
Foto de Stonenghe del Inicio:
http://www.english-heritage.org.uk/daysout/properties/stonehenge/
Foto de Stonenghe  del Reino de Irlanda.
http://irlandairlanda.wordpress.com/2008/03/02/origen-celta-stonehenge-santuario-de-los-druidas/
Símbolos de la cultura celta - elhistoriador.es.
Símbolo de la cultura celta - El Árbol de la Vida - milrespuestas.blogspot.com.
http://www.google.com.ar/imgres?imgurl=http://www.elhistoriador.es/imagenes/celtas%2520simbolos.gif&imgrefurl=http://www.elhistoriador.es/celtas.htm&h=250&w=266&sz=39&tbnid=Lb1EFFh_uDSI4M:&tbnh=90&tbnw=96&zoom=1&usg=__Xjl7BjTzN0Zj9CKjy_Bi5_Q3APo=&docid=GQJAfcMF-zBgSM&sa=X&ei=OHeSUcX3Oa-F0QHK0oGQBA&ved=0CDoQ9QEwBA&dur=2063

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