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Al encuentro con los wichis en el Chaco Salteño


Diario de viaje de  Italo Nonna, Tartagal, 1967
Relato de la toma de fotos que se exponen
hasta el 19 de junio de 2013  en Teatro Don Bosco,
nota de "Algo Especial ",
"Un trabajo fotográfico que no termina".
En la región natural conocida como CHACO SALTEÑO, al norte del Trópico de Capricornio, con temperaturas extremas que pueden rondar los 50 grados, escaso régimen de lluvias que se incrementan en verano aislando gran parte de la zona, a unos 250 metros sobre el nivel del mar, se extiende una inmensa planicie cubierta por una intrincada vegetación casi desprovista de pastos, donde se encuentra quebracho colorado y blanco, algarrobo blanco y negro, quina, palo santo, brea y palo borrado entre otras especies.
En cuanto a la fauna: jabalí, puma, escasos yaguaretés –especie en extinción-, zorros, osos hormigueros, iguanas y excepcionalmente yacarés, además de conejos, vizcachas, quirquinchos, aves de rapiña, bandadas de loros, pájaros carpinteros, “chuñas” –un ave zancuda- y otras. Entre los oficios, las tan ponzoñosas como la yarará, de la cruz, cascabel, coral y la enorme boa “lampalagua”.
Las turbias aguas del río Pilcomayo, que limita nuestro país con Bolivia y con Paraguay, como tienen abundancia de peces entre sábalo, dorado, surubí, patí, pacú y bagre incluidas rayas de río y las temibles palometas.
A partir del pequeño poblado de Hito 1, en la intersección del Pilcomayo con el paralelo 22, continuo a la aldea boliviana de D’ORBIGNY, en un tramo de unos 50 kilómetros, río abajo, se suceden varios grupos de etnias originarias: wichis, tobas, chorotes, chulupíes y chaguancos asentados en La Puntana, Monte Carmelo, Santa María, Santa Victoria Este y La Merced, además de otras comunidades ya en la provincia de Formosa.
Numerosas organizaciones privadas, religiosas, fundaciones e inclusive colegios vienen aportando en forma transitoria o permanente su acción solidaria en procura de aliviar la precariedad de las condiciones de vida de los aborígenes y de sus legítimos derechos de integración, desde siempre postergados y despojados de su auténticas tierras.
Transcurría el año 1967 cuando en carácter de fotógrafo y ocasional camarógrafo para el Noticiero “El Reporter Esso “ que entonces se emitía por Canal 11, integro, con cuatro damas, una de esas misiones que cumpliría el “Grupo de Voluntarias de Protección Al Aborigen” de una larga trayectoria en tareas comunitarias con grupos aborígenes del norte y sur del país. En este caso, entre los meses de mayo y junio de aquel año y durante unos treinta días en total, el programa se desarrollaría en la costa salteña del río  Pilcomayo, a unos 500 kilómetros al norte de la capital provincial. Se consigue reunir una importante cantidad de donativos entre alimentos, ropa, medicamentos, juguetes, golosinas, útiles escolares, herramientas, pintura y hasta un equipo de cirugía menor donado por el Ejército, que también proveyó abundante cantidad de raciones de alimentos enlatados. La iniciativa recibe amplia difusión periodística y apoyo oficial.
 La FUERZA AEREA ARGENTINA dispone un camión para trasladar desde Buenos Aires parte de los donativos y el resto es transportado, junto con los integrantes del Grupo, en un avión carguero C-47 también de Fuera Aérea, que partiendo desde la Base de EL PALOMAR arriba a la ciudad de Tartagal, en Salta. Allí, recepción oficial, continuando el viaje en la caja de un camión de Gendarmería que se suma al de la Fuera Aérea llegado desde Buenos Aires.
En una ajetreada travesía nocturna quedan atrás la zona petrolífera de CAMPO DURÁN  Campamento Vespucio hasta que el polvoriento camino se convierte en estrecha huella en medio de la espesura. Al asomar el sol, como a través de una visión retrospectiva y con la sensación de haber arribado a algún remoto rincón de otro continente, surgen las figuras sumisas, como resignadas, de los wichis esperándonos como nos esperan desde siempre, ensimismados en su soledad y en su silencio en medio de un halo de misterio. Su presencia parece provenir de otros tiempos y sus miradas reflejan la tristeza de su postergación.
Mientras las mujeres, que casi no hablan español, se mantiene alejadas, los hombres se aceran curiosos, nos observan y cuchichean entre sí, todos cubiertos con los harapos a que ha quedado reducida la ropa que alguien les alcanzara alguna vez. En la época de nuestro viaje, esta distante zona era de muy difícil acceso y al no haber allí más que pequeños poblados ni producción o actividades que lo justificaran, sólo en contadas ocasiones se aventuraba alguien hasta el lugar, inmerso en un profundo silencio interrumpido a veces por el canto de las aves o por algún ventarrón que levantaba densas nubes de polvo. No existían puentes sobre el río, que se podía cruzar hasta territorio boliviano –despoblado en ese sector – caminando a través de las aguas cuyo nivel, en otoño, llegaba hasta la cintura.
Estamos en Santa María, con una población de unos 300 wichis y alrededor de 100 criollos. Un modesto puesto de Gendarmería, cuyos integrantes se multiplican tanto en tareas propias como comunitarias; la Comisaría; una precaria Unidad Sanitaria a cargo de un enfermero; la Escuela, a cargo de los maestros Santiago Sulca y Mario Gallardo ejerciendo su abnegada vocación en  medio de las mayores limitaciones y contando con la asistencia de niños wichis, en su mayoría descalzos; una pequeña Capilla reconstruida e inaugurada durante nuestra permanencia allí, y por último, dos modestos almacenes como de Ramos Generales, de los “turcos” José Zurati y Sam Alem, donde se abastecen tanto criollos como aborígenes, aunque éstos últimos, sin posibilidades laborales estables y con los escasos recursos que obtienen por algunas “changas” o por la venta de pescado en suelo boliviano, sólo compran yerba, azúcar –toman mate dulce-, tabaco, que fumarán en sus “cachimbas” (una especie de boquilla); algo de harina y a veces alcohol etílico para beber, que se les vende suelto, racionado a criterio del comerciante.
En Santa María, tanto el personal de Gendarmería como los wichis utilizan el agua que obtienen del río, contando en el primer caso con un filtro cerámico que la purifica. Entre los wichis, son las mujeres las encargadas de recoger el agua en vasijas de tierra cocida que trasladan desde el río sobre sus cabezas, pero no tienen ningún medio de filtrado, lo que los expone a contraer enfermedades, entre las que son frecuentes entre ellos: tuberculosis, mal de Chagas, sífilis, hepatitis, bocio, bronconeumonías, desnutrición, parasitosis, anemia, además de un alto índice de mortalidad infantil .
Desde 1957 se cumplen en la zona vuelos quincenales con un avión bimotor sanitario provisto de equipo de cirugía menor y uno o dos médicos, vuelo que arriba durante nuestra estadía piloteado por Raúl Félix Villagra con quien sobrevolamos el río para registrar algunas imágenes. Unos dos años más tarde ese mismo avión, también al comando de Villagra, se estrella en las serranías de Tartagal, perdiendo la vida tanto el piloto como el Dr. Jorge Raúl Coisman, de esforzada acción humanitaria en esa zona.
Los wichis, fundamentalmente cazadores, recolectores y pescadores,  siguen practicando el trueque y, al no estar documentados, sólo tienen una idea aproximada de sus edades e inclusive adoptan nombres ya sean de elementos naturales o hasta de próceres. En general parcos en expresarse pero amigables, llevan una vida primitiva manteniendo en gran medida su cultura, sus tradiciones –entre ellas el culto a la luna llena en un ritual con cánticos lastimeros- y la autoridad del cacique a la vez que persisten los curanderos aunque no ya los brujos. Construyen muy precarias viviendas con ramas de un arbusto, el “ancoche”, tanto en los laterales como en el techo, en este caso recubierto por una capa de tierra.
Obtiene fuego mediante un “yesquero”, que consiste en el extremo disecado de la cola de un quirquincho con fibras secas en su interior, sobre las que caerán chispas producidas al frotar dos trozos de piedra.
Siguen hablando su lengua originaria; entierran a sus muertos cerca de sus viviendas y la mayoría de ellos (los wichis) se inclinó por la religión anglicana, instalada en la región desde 1914 en misiones permanentes.
Los hombres wichis se encargan de procurar los alimentos, cuya base la constituye la pesca durante la mayor parte del año, salvo en el verano cuando disminuye la abundancia de peces al aumentar el caudal y la corriente del río. El pescado lo cocinan sin ningún condimento, a la “can-cana”, en una especie de asador hecho con ramas en cruz. Acostumbran comer sentados en el suelo y rodeados de sus numerosos perros. Complementan su alimentación con la caza de pequeños mamíferos y aves, y el cultivo de maíz y zapallo.
Siguen utilizando arcos y flechas con aguda punta de madera dura. Cuando consiguen algunas pieles o cueros de víboras, que también logran capturar vivas, las canjean o venden a acopiadores quienes a su vez envían los ejemplares venenosos al Instituto Malbrán de Buenos Aires, a cambio de suero antiofídico.
Tallan toscas máscaras y cucharones de madera de “yuchán” (palo borrado). No poseen armas y sólo utilizan alguna cuchilla para tallar, para hacer sus arcos y flechas y para preparar el pescado. Suelen internarse en el monte en procura de panales de miel silvestre. Colaboran en tares de interés común como el mantenimiento de la pista de aterrizaje  de la cancha de fútbol, ya que son buenos jugadores e integran un equipo que compite con otro compuesto por gendarmes y criollos.
Las mujeres wichis, muy poco accesibles en el mutismo que las caracteriza, tienen a su cargo la confección de las toscas vasijas que secan al sol o en un pozo con brasas. Para ello no cuentan con tornos sino que utilizan el sistema de “chorizo” por el cual van superponiendo aros de barro de diámetros variables, adhiriéndolos entre sí con las manos hasta lograr la forma deseada. Las mujeres también elaboran el hilado que utilizarán tanto para la confección de sus tradicionales bolsas o “yicas” como para las redes de pesca –que arman con un sistema de tijera- y hamacas tipo “paraguayas”. Después de separar cuidadosamente fibras de “chaguar” golpeando hojas de ese arbusto con un palo sobre un tronco, las cuelgan a secar y luego, sentadas en el suelo, toman manojos de ellas para ir entrelazándolas al frotarlas sobre el muslo espolvoreado con cenizas.
Como acomtumbran a hacerlo los residentes de aquellas zonas, los wichis también mascan hojas de coca que proceden de Bolivia.
Niños y adolescentes wichis de ambos sexos suelen jugar desnudos con total naturalidad, internándose en las aguas del río, pero huirán para ocultase apenas aparezca un extraño.
La  única forma posible de comunicación en aquel entonces era a través de los equipos de radio de Gendarmería, cuyas unidades contaban con generadores eléctricos.
A título ilustrativo citaremos algunos términos del lenguaje de los wichis, exclusivamente fonético.
Río: tenóc
Pescado:  sikiús
Erro: sinój
Madre: lacó
Padre: oskiá
Sol: jualá
Luna: huéla
Tierra: jonát
Agua: inót 
Fuego: itáj
Casa: huéte
Mate: mochotá.
Finalmente, el desarrollo de las tareas previstas por aquel Grupo de Vontuntarias en el Chaco Salteño en 1967, en tan estrecho contacto con los wichis durante más de tres semanas, resultó una invalorable experiencia en cuanto a la apreciación de aspectos propios de una de nuestras etnias ancestrales, de su cultura y de las deplorables condiciones en que se desenvuelve su existencia, permitiéndonos tomar conciencia de las injustas circunstancias que los marginan y que hoy intentamos difundir a través de estas imágenes que al menos en parte, las documentan. El vuelo de regreso en otro avión de la Fuerza Aérea, a medida que nos acercaba de regreso a nuestro complejo y contradictorio mundo, tan distante del de los wichis, parecía acrecentar las reales dimensiones de todo lo que no debiera separarnos de ellos.
Italo Nonna, fotógrafo y camarógrafo, 1967, Buenos Aires, Argentina.
Enlace con la nota sobre la Exposición de las Fotografías de Italo Nonna en el Teatro Don Bosco "Un trabajafo fotográfico que no termina", "Algo Especial Protagonista del Presente", de Adriana Sylvia Narvaja. 
Fotos del álbum de Italo Nonna, proporcionadas por él para este Diario de Viaje
Foto 1: el fotógrafo y camarógrafo quilmeño Italo Nonna, en plena aventura en Tartagal, año 1967.
Foto 2 y Foto 3:  Bendición antes de la partida. "Escenas registradas en el depósito de Gendarmería Nacional en Puerto Nuevo momentos previos a la partida con destino a Tartagal de un camión de la Fuerza Aérez conducido por el Cabo Juan C. Saera
Foto 4: Este emprendimiento recibió amplia cobertura periodística. Aquí el grupo en pleno, con Italo Nonna, de traje y corbata, parado detrás del mostrador, junto al Grupo de Voluntarias en LS83 TV CANAL 9, el jueves 9 de marzo de 1967 en el programa "Mujeres Siglo XX". 
Foto 5: Aeródromo El Palomar. Partida del DC3 de la Fuerza Aérea, matrícula TC 15, a las 7.40 con destino a Tartagal (Salta) conduciendo a los integrantes del Grupo y material en donación.
Foto 6: Madre con su hijo - Integrantes de distintas tribus chorotes de los alrededores de Santa Victoria Este. 
Foto 7: Escuela de Santa María  Este, cerca de Tartagal. 
Foto 8 y 9: Matacos con su característica red de pesca (Santa María).
Foto 10: Integrantes de una tribu con miembros del grupo. 
Foto 11: Niños aborígenes recibiendo elementos de la donación, que incluía juguetes, ropa, calzado y golosinas.
Foto 12: Integrante de la tribu chorote de los alrededores de Santa Victoria Este. 
Foto 13: Avión de regreso, DC 3 de la Fuerza Aérea Argentina. 

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