Leyenda de Fra Primitivo y el pozo

Por José María Pemán,
escritor español (1897-1981)
        Este es un milagro que debió olvidarse en el libro de las "Fioretti" (el autor se refiere a las “Florecillas” de San Francisco). Lo encontré en unas páginas sueltas de un viejo libro miniado. Estaba escrito en vitela de pergamino, con letras de purpurina, y con mucha candidez y gracia. En la orla había hojas de acanto, racimos de uvas y angelitos que tocaban violines y guitarras de oro.
        Fra Primitivo era de los primeros franciscanos. Había conocido, siendo novicio, al Pobrecillo de Asís, y había besado sus huellas por los caminos de Toscana. También había bebido las palabras de leche y miel de fra Columbano y fra León, y había reído de las travesuras de fra Junípero, con esa risa de simplicidad que suena en el cielo a música de ángeles.
        Y cumpliendo el mandato del padre, fra Primitivo acostumbraba a salir a mendigar por el campo, y pasaba el día entero yendo por las granjas y huertas con una esportilla en la mano. Cuando le daban un mendrugo besaba la mano limosnera y alababa al Señor. Cuando recibía una repulsa hacía lo mismo, porque sabía la ciencia de la resignación.
        Por las tardes, cuando ya el sol se ponía detrás de las colinas llenas de olivos, fra Primitivo, cansado de la faena del día, solía volver al convento por un camino duro y penoso, por ser cuesta arriba. En un descanso, donde la cuesta formaba como una mesetilla, había un pozo de agua riquísima y fresca, rodeado de acacias y terebintos. Allí, fra Primitivo, que llegaba torturado por la sed, metía la mano y bebía agua en su palma, encogida en forma de copa, alabando, mientras tanto, al Señor por el regalo de tan limpia y bella criatura como es el agua.
        Pero un día en que traía la lengua más seca que nunca, pensó que sería grato al Señor si le ofreciese aquella sed que tanto le mortificaba. Aquel día, pues, metió la mano en el agua para sentir su frescura, y luego, apretando el paso, siguió hacia el convento sin probar una gota.
        Y Dios le premió. Porque al levantar fra Primitivo la cabeza al cielo, según tenía por costumbre, vio que sobre el azul obscuro del atardecer había aparecido un lucero claro y gracioso. Fra Primitivo, que era docto en la interpretación de los signos naturales, cosa que había aprendido por intuición de amor, comprendió en seguida que aquello no era visión corporal sino espiritual, y que significaba que el Señor había tomado en cuenta su mortificación y la había apuntado en su cuenta.
        Sonrió, pues, y, bendiciendo a Dios, siguió hacia el convento por la vereda orlada de rosales silvestres. Animado por aquella muestra del agrado del Señor, fra Primitivo hizo lo mismo el día siguiente, y al otro, y al otro. Pasaba, metía la mano en el agua y seguía sin beber. Y cada día veía aparecer en el cielo un lucero nuevo, con lo que comprendía que Dios llevaba la cuenta de sus merecimientos, y le preparaba con ellos una corona.
        Y así llegó un día en que, siendo ya viejo fra Primitivo, dispusieron los Superiores que le acompañase un novicio en su tarea de mendigar, a fin de que le imitase en todo, se aleccionase con su ejemplo y se fuese instruyendo en la ciencia de la humildad. Salió, pues fra Primitivo, acompañado del hermanito, y juntos anduvieron todo el día, recogiendo en la esportilla panes, tortas y legumbres.
        El día había sido de pleno estío y muy calmoso y despejado. El hermanito Sol quemaba de lo lindo, y los hábitos pardos pesaban como esas vestiduras de latón que idearon algunos para ponérselas en el Vaticano a las estatuas demasiado primaverales.
        Al atardecer iban, pues, los dos frailecitos por la vereda de los rosales hacia el convento. Andaban sudosos y jadeantes; pero, a pesar de todo, entretenían la marcha en dulces coloquios de cosas del espíritu.
Hijo mío—decía fra Primitivo-, alabemos al Señor en sus criaturas. El sol, la luz, el agua, son dádivas del amor, y con amor debemos gozarlas.
        Y luego, preparándole con la doctrina para el ejemplo que en la práctica pensaba darle poco después, añadía:
—La mortificación es el disfrute de las cosas por el amor. El agua, criatura del Señor, la gozan los sentidos bebiéndola. Pero el espíritu la goza dejándola de beber por amor. La mortificación es gran cosa en cuanto es testimonio de amor; sin él nada valdría, porque el amor es antes que ninguna otra cosa. Nuestro Padre Francisco fué grato a Dios disciplinándose, pero todavía más cuando llevó a fra Silvestre, que se estaba muriendo, un racimo de uvas moscateles que se le habían antojado, y aun, antes de dárselo, lo bendijo para que fueran más sabrosas y dulces.
        Diciendo esto, habían llegado al pozo de las acacias y los tamarindos. El calor era sofocante y pesado. A pesar de ello, fra Primitivo se dirigió al pozo para meter la mano y seguir sin beber, según  su costumbre. Pero cuando ya iba a hacerlo, miró al hermanito novicio. Venía jadeante de calor. Los ojos se le habían encendido mirando el agua fresca y limpia. Entre dientes había pronunciado una sola palabra.
jUn pozo!
        Luego había mirado a fra Primitivo, cuyo ejemplo tenía ordenado seguir en todo momento.    Entonces fra Primitivo sintió mucha compasión del hermanito novicio. Y lo que la sed no pudo ningún día, lo pudo aquel día la compasión; con mucha serenidad, como si fuese su costumbre cotidiana, metió la mano en el agua y bebió en la palma plácidamente.
        En seguida el novicio bebió con avidez. Mientras le oía sorber golosamente el agua pura en la palma de la mano, fra Primitivo levantó, como siempre, los ojos al cielo. y vio que sobre el azul obscuro de la tarde, en vez de uno, habían aparecido aquel día dos luceros...
 Escultura de Francisco de Asís, por Fernando Ortiz (Málaga, 1738). Madera policromada Museo Nacional de Escultura, Valladolid. Escultura barroca española. Escuela andaluza.
Publicado en la Revista Oro de Ley, de Valencia, España, Año XI, Número 274, de agosto de 1926, compartida por la Biblioteca Nacional de España, Hemeroteca Digital.
http://hemerotecadigital.bne.es/pdf.raw?query=parent%3A0004512234+type%3Apress%2Fpage&name=Oro+de+ley.+15-8-1926
Biografía de José María Pemán
José María Pemán y Pemartín (Cádiz, 8 de mayo de 1897 – ibídem, 19 de julio de 1981) fue un escritor español, que cultivó todos los géneros literarios, destacando como periodista, dramaturgo y poeta, además de notable orador. Adscrito ideológicamente al monarquismo tradicional, fue uno de los principales apologistas de la Dictadura de Primo de Rivera y un ídolo intelectual de las derechas durante los años de la Segunda República. Entre otros reconocimientos, recibió el de Caballero de la Insigne Orden del Toisón de Oro.
Fuente: Del sitio Wikipedia - José María Pemán.
https://es.wikipedia.org/wiki/Jos%C3%A9_Mar%C3%ADa_Pem%C3%A1n
La escultura de Francisco de Asís, del artista Fernando Ortiz, pertenece a la publicación del sitio Urgente 24, del sábado 16 de marzo del 2013, que narra las vicisitudes del "Pobrecito de Asís", Francisco, su trabajo incansable y su muerte en 1226.
https://www.urgente24.com/211923-francisco-de-asis-inspiracion-del-papa-argentino
Las fotos de Asis pertenecen al sitio Directorio Franciscano, Santuarios Franciscanos, y hay un texto muy interesante escrito por Fernando Uribe, O.F.M., Por los caminos de Francisco de Asís. Notas para el itinerario por los lugares franciscanos. Oñate (Guipúzcoa), Ed. Franciscana Aránzazu, 1990
http://www.franciscanos.org/santuarios/uribe1.htm
La imagen de portada pertenece al sitio del National Geographic, Asís: La basílica de San Francisco (siglo XIII) se alza en la colina del Infierno, bajo la cual se asienta Asís, considerada «capital espiritual» de Umbría.
http://www.nationalgeographic.com.es/viajes/grandes-reportajes/region-de-umbria-2_9582/1

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