El pájaro de fuego (leyenda rusa)

       Hace siglos, en un país lejano, reinaba un poderoso zar. Entre sus súbditos se contaba un joven arquero que poseía un corcel de guerra, un corcel de ancho pecho, ojos de fuego, cascos de hierro. Hoy no se ven esos corceles. Duermen bajo tierra con los guerreros que los montaron; pero saltarán de sus tumbas, ellos y sus valientes, cuando Rusia vuelva a necesitarlos.
        Un día de primavera, el joven arquero montado en su corcel, cruzaba un bosque. Verdes eran los árboles; florecillas azules salpicaban el suelo; las ardillas saltaban de rama en rama y entre las hierbas corrían las liebres. Pero no se oía gorjear un pájaro. Sólo sobresaltaba el silencio del bosque el ruido de los cascos del caballo.
- ¿Qué ha pasado con los pájaros? - se preguntó, en voz alta, el joven.
        Apenas pronunciadas estas palabras vio delante de sí, en el suelo del camino, una pluma más grande que la de un cisne o la de un águila. Parecía una llama, pues le daba el sol y era una pluma de oro puro. Supo entonces el joven por qué no cantaban las aves del bosque: el pájaro de fuego había pasado por allí.
- ¡No toques la pluma! – dijo el corcel.  Déjala donde está. Si la levantas, te arrepentirás y conocerás el miedo.
        El joven titubeó un momento y al fin se dio:
- Llevaré la pluma al zar. Me recompensará generosamente, pues ningún zar del mundo posee una pluma del pecho ardiente del pájaro de fuego.
        Saltó del caballo, alzó la pluma de oro, y emprendió el regreso, a la carrera a través del bosque, en dirección al palacio del zar. Llegado al palacio se inclinó ante el monarca y le presentó la pluma.
- ¡Gracias! – dijo el zar, después de examinarla complacido. Pero si trajiste una pluma del pájaro de fuego, puedes traer también el pájaro mismo. Me agradaría verlo. Una sola pluma no es presente digno de un zar. Trae el pájaro, de lo contrario, no estará segura tu cabeza. 
        El joven arquero se inclinó respetuosamente y se retiró. Ya en el patio del palacio, donde le aguardaba el corcel, se echó a llorar: comenzaba a conocer lo que era el miedo.
- ¿Por qué lloras, mi amo? – le preguntó el caballo.
- Porque el zar me ordena, bajo pena de muerte, que le traiga el pájaro de fuego y es cosa que ningún hombre puede realizar.
- Te dije que conocerías el miedo si levantabas la pluma… No llores ahora. La dificultad no está en este momento, sino más tarde. Ve a ver al zar y pídele que ordene desparramar en la pradera, a medianoche, cien sacos de maíz. 
        Así lo hizo el joven y el zar dio la orden.
        A la mañana siguiente, al romper el día, el joven arquero se dirigió a caballo hacia la pradera donde habían desparramado las cien bolsas de maíz. En el centro de ella se levantaba un gran roble. El joven descendió del caballo, lo soltó para que paciera a su antojo y luego trepó al árbol y se escondió entre las ramas.
        De pronto oyóse un ruido de tempestad que partía del bosque vecino, cuyos árboles se agitaban como a impulsos de un viento huracanado. Era que llegaba, volando, el gigantesco pájaro de fuego. No tardó en aparecer. Entre estruendosos aleteos bajó a la pradera y comenzó a devorar el maíz.   Entretanto el corcel pacía tranquilamente, pero poco a poco se acercaba al sitio donde se había posado el pájaro de fuego con las alas extendidas. Llegó al lado mismo del pájaro y, súbitamente, alzó una pata y la dejó caer sobre un ala del pájaro de fuego. Éste se agitó furiosamente, aleteó con gran violencia, pero fue en vano. El caso del corcel lo mantenía sujeto al suelo. Entonces el arquero descendió del árbol provisto de tres gruesas cuerdas, corrió hacia el lugar donde se debatía el pájaro y lo ató sólidamente, Luego montó a caballo, y llevando a la grupa el ave maravillosa, se encaminó hacia el palacio del zar.
        El zar contempló con orgullo el pájaro de fuego tendido a los pies del trono. Volvió luego la mirada al joven arquero y le dijo:
- Así como pudiste traer el pájaro de fuego, has de poder traer a mi prometida que aguardo desde hace años. Es la princesa Vasilisa y vive en el país de Nunca, en el confín del mundo. Si no cumples mi deseo, la espada hará rodar tu cabeza.
        Se retiró el joven, llorando. En el patio del palacio, el corcel le preguntó la causa de su aflicción y luego de saberla, dijo:
- Ve a ver al zar y dile que te proporcione una capa de plata con techo de oro y además los manjares y las bebidas más finas.
        El zar escuchó al joven y ordenó que se le proveyera de una carpa de plata con techo bordado de oro, y de los más exquisitos vinos y manjares.
        El arquero no perdió tiempo en partir, montado en su corcel de guerra, hacia el lejano país de Nunca. Al cabo de muchos días y de muchas noches de viaje, llegó al confín del mundo, donde, del mar azul, nace el sol.
        A orilla del mar detuvo el arquero el corcel, cuyos pesados cascos se hundían en la arena. Detuvo el corcel y miró a lo lejos. Divisó, por fin, a la princesa Vasilisa, que navegaba en bote de plata con remos de oro.
        El arquero dejó el caballo paciendo en la playa y luego levantó la carpa espléndida. Dentro de ella tendió la mesa con los finos manjares y los vinos y se sentó a comer.
        La princesa Vasilisa, atraída por la curiosidad, remó hacia la playa, desembarcó y anhelante, se aproximó a la carpa. El arquero salió a su encuentro y con fina cortesía la invitó a entrar. La princesa aceptó la invitación, siempre seducida por la novedad. Comió de las variadas golosinas y bebió, a instancias del arquero, copa tras copa, del vino del zar. El efecto del vino no tardó en manifestarse en la delicada princesa. Cerró los ojos, se reclinó en los cojines y se quedó profundamente dormida.
        El joven arquero corrió en busca de su corcel de guerra; levantó a la princesa en sus fuertes brazos y partió con su bella carga. Días y noches resonaron los solitarios caminos bajo los cascos del caballo.
        Grande fue el júbilo del zar al ver aparecer al arquero con la bella princesa.
- ¡Suenen trompetas! ¡Repiquen campanas – ordenó – para anunciar mis bodas!
- ¿Qué es este alegre ruido de campanas? – preguntó la princesa entreabriendo los ojos. ¿Dónde está el mar azul y mi barca de plata?
- Lejos está el mar azul – replicó el zar – y en vez de barca de plata, tendrás un trono de oro. Repican las campanas anunciando nuestras bodas. 
        La princesa miró al zar con ira y disgusto. El zar era feo y su expresión revelaba malos sentimientos.
- En medio del mar azul – replicó la princesa – hay una gran piedra y debajo de esa piedra está mi vestido de bodas. No puedo casarme con nadie si no llevo ese vestido.
- ¡Pronto, arquero! – exclamó el zar, dirigiéndose al joven. ¿Has oído lo que acaba de decir la princesa? Monta a caballo y corre hacia el país de Nunca. Trae el vestido de bodas que se encuentra oculto debajo de una gran piedra en medio del mar. Si no vuelves con él, perderás la cabeza. 
        Llorando se retiró el joven. En el patio, su corcel de guerra le habló así:
- Te dije que te arrepentirías de alzar la pluma de oro del pájaro de fuego. Bien, no llores ahora. Es preciso partir en busca del vestido de bodas.
Pintura popular rusa 
        Al cabo de muchos días y de muchas noches llegaron a la orilla del mar azul, en el confín del mundo, donde nace el sol. El joven arquero contemplaba tristemente la lejanía del mar. Pero el corcel miraba impaciente hacia cierto sitio de la playa. Miró también el joven hacia ese lado y vio un cangrejo gigante que se movía pesadamente, aproximándose al lugar donde él estaba. El caballo, entretanto, permanecía inmóvil; pero cuando el cangrejo se acercó a sólo una cuarta, el corcel alzó una pata y la dejó caer sobre el gigantesco habitante del mar.
- ¡Me matas! ¡Me matas! – chilló el cangrejo. ¡Déjame vivir y haré lo que quieras!
- Bien – replicó el caballo-; te dejaré vivir a condición de que me traigas el vestido de bodas de la princesa Vasilisa que se encuentra debajo de una piedra en medio del mar. 
        Prometió el cangrejo y entonces el caballo lo dejó ir. Apenas se internó en el agua, el cangrejo lanzó un raro chillido e inmediatamente se agitó la superficie del mar; de todas partes acudían al llamamiento centenares y centenares de cangrejos pequeños. Un instante después desaparecían todos, alejándose mar afuera. Por largo rato reinó el silencio, y ya creía el joven arquero que el cangrejo había faltado a su promesa, cuando las aguas volvieron a agitarse, y asomó en ellas una revuelta muchedumbre de cangrejos. En medio de ellos se destacaba un objeto brillante: era el cofre de oro que contenía el vestido de bodas de la princesa. La masa de animales marinos avanzaba rápidamente. Al llegar a la playa se apartaron los de adelante y avanzaron sólo los que transportaban el cofre. Cuidadosamente lo depositaron en la arena y, retrocediendo, volvieron al mar.
Cofre del Museo Ruso 
        Alzó el joven el cofre, montó a caballo y partió a toda carrera.
        Grande fue el júbilo del viejo zar al recibir de manos del joven el cofre de oro. Llevándolo en brazos, corrió hacia la estancia donde se hallaba la princesa, a la vez que ordenaba que volvieran a repicar las campanas, que sonaran las trompetas y que se levantaran banderas y gallardetes para anunciar sus inminentes bodas.
        La princesa lo recibió fríamente.
- No me casaré – díjole-, sino después de que haya sido castigado el hombre que me trajo aquí. Ha de ser arrojado en un caldero de agua hirviente. 
        Al instante, ordenó el monarca que se encendiera una gran hoguera para calentar un gran caldero lleno de agua en el cual sería arrojado el joven arquero. Como ven, el zar no alentaba el menor sentimiento de gratitud.
- ¡Ay de mí! ¡Ay de mí! – exclamó el joven cuando fueron a prenderlo para dar cumplimiento a la orden terrible - ¿Por qué alcé esa maldita pluma del pájaro de fuego? ¿Por qué no hice caso de las palabras de mi fiel corcel?
        Y suplicó que le permitieran despedirse del corcel.
- Muy bien – dijo el zar. Que se despida del caballo con todas las lágrimas que quiera, pero muy rápidamente porque el caldero lo está ya esperando. 
        El joven arquero cruzó el patio y luego, abrazando el cuello del caballo, se lamentó:
- ¡Ay de mí! ¡Por no haber hecho caso de tus palabras, no volveré a verte más, mi fiel corcel! Nunca más iremos juntos en veloz carrera bajo los verdes árboles…
- ¿Qué te ocurre? – preguntó el corcel.
- El zar ha ordenado que me arrojen en un gran caldero lleno de agua hirviente.
- Nada temas- dio el caballo. Esto lo ha preparado la Princesa Vasilisa que te quiere bien. Las cosas resultarán mejor de lo que yo esperaba. Vuelve y cuando se preparen para asirte, para arrojarte al caldero, adelántate rápidamente y arrójate tú mismo en el caldero. 
        Regresó el arquero, demostrando una entereza que asombraba a todos. En eso apareció la princesa y preguntó:
- ¿Están seguros de que el agua hierve?
- ¡Oh, sí! – le respondieron los criados. Mira las burbujas que levanta.
- Yo misma me cercioraré – dijo la princesa, y aproximándose al caldero extendió un brazo entre la nube de vapor que se levantaba del agua. Algunos dicen que tenía en la mano algo que dejó caer en el agua y otros dicen que no…
- Sí, está hirviendo… - declaró.
        Inmediatamente se precipitaron varios criados para apoderarse del joven; pero antes de que lo tomaran, éste se adelantó, y de un salto se arrojó dentro del caldero.
        Dos veces se sumergió en el agua hirviente y súbitamente, saltó fuera del caldero y se plantó delante del zar y de la princesa, tan bello, tan admirablemente bello, que todos se quedaron con la boca abierta.
- ¡Es un milagro! ¡Un milagro! – exclamó, al fin, el zar. ¡Yo también voy a rejuvenecerme!
Y entusiasmado, antes de que pudieran impedírselo, se precipitó en el caldero.
        Pero esta vez el resultado fue muy diferente. El viejo zar pereció quemado en el agua hirviente.
        ¿Y aquí se acaba la historia? No. Enterraron al zar y llevaron al trono al joven arquero, el cual, poco después, se casó con la princesa Vasilisa. Dicen que vivieron felices, y no sólo ellos, sino también el corcel de guerra, para el cual mandaron construir un cómodo establo dorado.
La fuente de esta publicación es el diario La Prensa de la República Argentina, del 27 de julio de 1932, y la foto pertenece a Adriana Sylvia Narvaja 
Ilustración clásica: Iván Yákovlevich Bilibin
        Iván Yákovlevich Bilibin (1876 -1942). Uno de los ilustradores más influyentes del siglo XX que tomó parte en el Mir iskusstva, movimiento artístico ruso, inspirado por una revista del mismo nombre, que tuvo gran influencia en Rusia y contribuyó a revolucionar el arte Europeo en los primeros años el s. XX.
        Su reconocimiento fue temprano, con apenas veintitrés, y gracias a unas innovadoras ilutraciones sobre Cuentos de hadas rusos en las que ya aparece una característica constante en su obra: el folclore eslavo como principal fuente de inspiración. Os dejo las ilustraciones que hizo para la antología Cuentos maravillosos rusos de 1912, así como las ilustraciones para dos cuentos muy populares en Rusia: Vasilissa la hermosa y El pájaro de fuego y el lobo gris.

Imagen de portada del Pájaro de Fuego - Del sitio Bennu, mitos y leyendas
http://africacuentosmitosyleyendas.blogspot.com.ar/2011/09/el-pajaro-de-fuego.html

Ilustraciones de Iván Yákovlevich Bilibin
http://rz100.blogspot.com.ar/2014/03/ilustracion-clasica-ivan-yakovlevich.html

Ilustración del caballo
https://es.dreamstime.com/stock-de-ilustraci%C3%B3n-caballo-hermoso-image52612521

Ilustración del cofre
http://esascosasquevalenlapena.blogspot.com.ar/2017/07/kandinsky-y-rusia-en-el-museo-ruso-de.html

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