Carta a la familia de un adolescente (tercera parte)

por Vittorino Andreoli
psiquiatra italiano
        “Cuántas cosas se ocultan en un silencio. El silencio es algo no dicho que necesita expresarse. Es dolor sofocado. El dolor del silencio, el miedo del silencio, de quien está solo aun estando con personas que no escuchan, que deberían amarte porque tú las amas, pero las amas lleno de miedo y de dolor. 
        En silencio, retienes en los labios todo cuando quisieras decir y no dices, pero quizá mañana… un mañana de esperanza, aunque lejano. Necesitas estar ahí pero te sientes morir y entonces repites en voz baja lo que no puedes decir, quizá moviendo los labios. Te hablas a ti misma y así entiendes aún más que debes decirlo y no puedes porque él está, es como si no estuviera o, mejor, como si no te viera, como si ni siquiera quisiese que existieras.
        Tantas cosas no dichas, tantos largos suspiros que niegan las manifestaciones de afecto. Porque no sólo calla la voz, sino que se paralizan los sentimientos: tienes ganas de abrazar y no puedes, tienes ganas de amar y no puedes. Él está ahí, en un sillón, delante del televisor, de un instrumento que habla inútilmente e impone los silencios allí donde hay necesidad de hablar. Pero está cansado, está pero no está. Te ha reducido al silencio como en un campo de concentración de los sentimientos, a una fosa común, donde estás muerta con otros muertos y no puedes decir nada porque ya no estás. Una muerte que aún tiene los ojos abiertos y no sabe qué hacer porque tienes miedo de todo, te sientes inmóvil, petrificada de miedo.
        El silencio, el silencio de la voz, de los sentimientos, de las relaciones. La muerte que no habla, la muerte que aún no es muerte, es peor que la muerte. Todo está bloqueado, también la agonía a la espera de algo que es siempre silencio. 
        El silencio en familia es una piedra sepulcral. Es preferible una riña, una catástrofe que te haga sentir viva mientras mueres. Aquí estás muerta y quisieras vivir hablando, mostrándote, haciendo ver que tienes un cuerpo, un rostro, los ojos siempre cerrados, incluso en la oscuridad, que tienes una voz que ya no oyes, una voz inútil, una función que nunca se cumple, como poder correr y estar siempre inmóviles en una cárcel, para siempre. El silencio no cura, es cada vez más tácito y se muere mientras nadie se percata porque no se ha oído nada, ni siquiera el lamento de la muerte. En el silencio estás muerta y sabes que seguirás viva, y la vida de muerta es la pena más grave que se pueda infligir. Él está sentado delante del televisor, delante de ese maldito aparato con noventa y nueve canales, y ahora también el satélite, que habla siempre y obliga a callar. Él es atraído por la pantalla luminosa y coloreada, mientras tú eres blanquecina y pálida, estás hecha de muerte. No puedes competir, no tienes nada interesante que mostrar, sólo eres su mujer, en otro tiempo te eligió, ahora han sido superada por la televisión. 
(…)
        Las esperanzas del silencio, la espera dentro de la esperanza. Y las esperanzas son preferentemente para los demás, para ese hijo o por el otro. Quisiéramos preparar para ellos un mundo nuevo pero ni tan sólo sabemos qué quieren ellos. Pero también la esperanza diseña un futuro cada vez más simple, donde todo parece imposible, bajo la enseña de la precariedad, de aquello que está, pero sólo por poco tiempo, de aquello que no está y que si se presenta será sólo para saborearlo y, de inmediato, lamentarlo.
        Ganas de metamorfosis, de ser distintos en un mundo distinto, con una historia mejor”.
Vittorino Andreoli
“Carta a la familia de un adolescente –
Un viaje al corazón de nuestros afectos”
Editorial Integral de RBA Libros, 
Barcelona, 
primera edición enero 2007

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