Cortando los lazos que atan

por Phyllis Krystal
       “Querría, alguien, en realidad, no ser libre? –me pregunté. En respuesta, mi mente fue llevada hacia varias personas a las que conocía y que, de seguro, entrarían en esa categoría. Al seguir mirando, me di cuenta de que mucha gente se resiste a todo tipo de cambio, prefiriendo la seguridad de una situación o condición habitual, por muy desdichada o difícil que sea, a la inseguridad de algo desconocido y diferente de lo que ellas están acostumbradas a manejar. También, hay quienes protestan que quieren ser libres, pero cuando se les ofrece la oportunidad de escapar de sus prisiones, encuentran que no ansían la libertad con la voluntad suficiente como para renunciar a sus apegos a la gente, a sus posesiones, a sus deseos, a su seguridad o a cualquier cosa que, según ellos, es imprescindible para vivir. La gente se muestra dispuesta a llegar a cualquier límite, con tal de proteger sus sueños y deseos queridos y se opondrá a toda tentativa de mostrarles que éstos, a menudo, constituyen la raíz de su infelicidad. 
        A continuación, me di cuenta de que, como el hilo de Ariadna, uno deberá permitir que el proceso lo conduzca de vuelta a la causa, más allá de la protesta que, como una cortina de humo, levanta la mente consciente. Así encontrará la llave capaz de abrir las puertas de la prisión propia; porque sólo descubriendo la causa oculta de los síntomas, es posible lograr una curación duradera. El ego, con sus “quiero” y “no quiero” representa un núcleo profundamente enraizado y defendido con ferocidad, como una ciudadela. Lucha con ira, miedo y desesperación, para no capitular ante el Yo Superior. 
        Esta rendición frente a la sabiduría interior representa la llave para la salud y la integridad y constituye el verdadero significado del “que se haga Tu voluntad y no la mía”. “Tu voluntad” se refiere a la voluntad de nuestro propio Yo Superior, el único que sabe por qué cada persona se encuentra en esta vida, en tanto que “mi voluntad” representa la compulsiva voluntad personal del ego, con sus apegos a una miríada de deseos. 
        Me di cuenta de que se nos otorga el libre albedrío, pero ¡miren adónde nos lleva, generalmente a enjaularnos! Hasta tanto no nos demos cuenta de que seremos libres sólo cuando aprendamos a confiar en la Conciencia Superior, no podemos realmente saber lo que significa la libertad. Como un rayo pasó por mi mente el precepto: “Confiemos en que esa sabiduría superior asalte la defendida ciudadela del pequeño yo”. Pude ver que todos los problemas psicológicos y la infelicidad no son sino signos que indican el camino hacia el conflicto interior y que, si se los entiende correctamente, pueden conducirnos de regreso a su causa raíz. Mientras miraba a mi alrededor, entendí que todo ser viviente sufre de algo de los aspectos de esta “enfermedad de la separación de la Conciencia Superior”. Algunos se ven más seriamente afectados que otros y hay quienes logran camuflarlo con mayor éxito o esconderlo, echando mano a diferentes recursos, tales como la actividad constante, las drogas, el alcohol, el sexo, la televisión, los libros o el comer. ¡Qué parecidos a esos animales en sus jaulas, somos todos! 
        Los primeros lazos son los que se forjan durante la niñez con los padres o tutores, parientes cercanos, hermanos o hermanas, profesores, amigos o cualquier otra persona que ayude a influir en el niño o a programarlo. Lazos posteriores se establecen con amigos, enamorados, cónyuges, otros miembros de la familia, hijos o cualquier otra persona, viva o muerta, en la cual nos apoyemos para buscar seguridad. Existen apegos más sutiles, como el hacer las cosas al modo de uno o la afición a las opiniones propias, como también a las emociones fuertes: la ira, los celos, el temor y el orgullo. También se pueden formar apegos respecto de las cosas: apetitos por la comida, el alcohol, las drogas, el dinero, las joyas, las ropas, casas, automóviles, el poder, la posición social, la educación, el éxito, para no mencionar sino algunas. Y, por último, el apego a la vida misma hace que tanta gente tenga terror a la muerte. 
El trabajo representa un proceso continuo, mediante el cual una persona puede llegar tan lejos como quiera, en la renuncia a las ataduras. Si se lo sigue hasta el final, puede conducir a la liberación de todo deseo y, por último, de la rueda del nacer y el morir. No obstante, son pocos los que lo logran en una vida y no todos querrán hacerlo; pero ello no ha de desanimar a nadie que quiera usar este método para liberarse lo suficiente como para manejar sus problemas, mejorar su situación y sus relaciones y llevar una vida más satisfactoria”. 
del libro de Phyllis Krystal
“Cortando los lazos que atan”,
Editorial Errepar 
año 1990

Imagen de lazos cortados de la portada – Del sitio Bioenergética y Radiestesia
http://www.bioenergetica-radiestesia.com/talleres/cortando-lazos-lindisimo-taller/
Imagen del libro – Del sitio Nuevo Ser
http://www.nuevoser.com/libros.htm

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