Vivimos en un país de ciencia ficción

        Todos los días vamos bajando un peldaño. Un día uno. Otro día otro. Si lo pensamos bien, nos sentimos vivir en un país de ciencia ficción. Pero pronto la Argentina se transformará en cuento de terror, porque ya casi estamos allí. Un enorme manicomio, una casa maldita del tamaño de un país en donde mucha gente buena quiere salir adelante, trabajar, ser feliz, cuidar a sus hijos, hacer que crezcan y progresen, se cuide a los viejitos, se cuide a los animales. Vivir bien. Pero al parecer, los “dueños” de la casa del terror, que tiene el tamaño del país, como dijimos, se obstinan y perseveran en torturar física, psicológica y socialmente a la pobre gente. Así nos sentimos. En esta película.
        Viene a cuento esto por todo lo que la sociedad, con asombro, viene viviendo en los últimos tiempos. No sale del asombro por un caso, cuando ya otro, mucho peor, viene a ocupar las primeras planas. Un día es asesinada una mujer, otro día un joven, otro día un chico, muchas veces un abuelo. Siempre un policía. Todos los días un animal. Van pasando y van muriendo de las formas más horrorosas. Vamos bajando una escalera del mal que no parece que se vaya a detener.
        Un día es una joven de trece años embarazada que muere a manos de la familia del supuesto novio, y todo confesado por él. Otra persona mayor muere a manos de los ladrones, pisado dos veces por su propio auto. Unos psicópatas arrojan una bengala en la manga de salida de una cancha, como para reeditar aquel Cromagnón que tantas vidas se cobró. Y sumado a la posibilidad de un nuevo Puerta Doce si la gente se hubiera movido. Pero no podía moverse, porque la cancha estaba rodeada de hinchas y no podían salir. Y esto para nombrar solamente los últimos casos.
        En este fin de semana conocimos el caso de los jueces que redujeron la pena de un violador, que ya está en su casa, porque la víctima, de seis años, “es gay”, y es travesti, por lo tanto, y siguiendo un dudoso precedente de “la justicia italiana”, entonces... no era tan grave. Si es pobre, y su madre lo había abandonado, el Estado, en vez de defender sus derechos, los aplasta.
        Por todo esto, recordamos un cuento de ciencia ficción que creo que puede ser útil para graficar lo que vivimos. Recuerdo un cuento en donde un señor se sube a una escalera mecánica, para dirigirse a su trabajo, cuando descubre, para su asombro primero, y para su horror después, que la escalera baja sin fin. No hay forma de salir. No hay forma de bajarse. No hay manera de detener la escalera. Sólo hay pequeños descansos cada tanto. En uno de ellos, y para acortar la historia, el señor se queda, arrinconado, completamente loco, golpéandose la cabeza contra el muro que rodea la escalera mecánica. Así, igual que este pobre hombre víctima de la ciencia ficción, nos sentimos hoy.
        Pero en el caso del chico abusado, aún es peor. Recordamos (y les pedimos a los profesores que lo lean, aunque no creemos que sea un cuento que pueda ser llevado al aula, dada su crueldad enorme) un cuento de una de las maestras de la ciencia ficción, Úrsula K. Le Guin. El cuento se llama “Los que se van de Omelas”, y para resumirlo, lo contaremos así: Omelas es una ciudad (de ficción, obviamente) que es absolutamente perfecta. Todo allí es perfecto, hermoso, luminoso, lleno de alegría. Todo es amor, baile y risas. No hay mal. No hay dolor.No hay enfermedad. 
        No hay más que belleza y bondad.
        Pero el precio es caro. Allí, donde nadie lo ve, en un calabozo oscuro, húmedo y lleno de bichos, hay una criatura. Solita. Arrancada de los brazos de su madre, pasa los días y las noches llorando en la más absoluta oscuridad. Su carcelero, cuando entra, le pega patadas. Le deja una comida repugnante que el chico no puede comer. El carcelero no se preocupa: este niño, cubierto su cuerpo de pústulas, desnutrido, abusado, pronto morirá. Y será reemplazado por otro, y por otro, y por otro. Todo para mantener la hermosura, la belleza, la bondad de Omelas, que pide este sacrificio.  Y al fin, (y perdóneme que le cuente el final), la gente que se entera, se va de esa maldita ciudad.
        Y como en Omelas, aquí, en la Argentina, también nos dicen que todo es perfecto, hermoso, sublime.    Pero un niño de seis años fue abusado, y su violador está libre.
        Y cada día más,nos parecemos a Omelas. Y cada día, bajamos un peldaño en nuestra escalera mecánica del Mal. Y nos vamos volviendo locos. Y terminaremos dándonos la cabeza contra la pared.

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