Cuentos para chicos

por Adriana Sylvia Narvaja
Un premio para Titina
        Ustedes saben que me llamo Titina. Soy una oveja vieja vieja y sin anteojos no puedo leer. Tengo un montón de nietos que cuando me vienen a visitar me dan vuelta la casa... ¡pero son tan lindos!
        Les voy a contar lo que me pasó una vez, y después tomamos la leche.
        Cuando yo me vine a vivir a esta casa, hace muchos años, un día a la tardecita apareció una ovejita chiquita chiquita que venía balando por el camino de piedritas, éste que se ve desde la ventana.
        Yo estaba terminando una torta de frutillas para el cumpleaños de mi nietito el del medio y cuando miro... ¡ahí venía la ovejita, llorando y llorando sin compañera ni  mamá!
        Como no la conocía, salí a buscarla a la verja y le pregunté el nombre. “Berta”, me dijo, y me contó que se había alejado del hogar y que se había perdido.
        ¡Miren ustedes qué situación, yo sin saber qué hacer, a mis años, con una ovejita que lloraba y una torta a medio hacer...! Como bajaba el sol, le expliqué que era muy tarde para recorrer el bosque y que era mejor que se quedara en casa, bien abrigada y tomando sopita.
Pasá a mi casa, Berta, es chiquita pero cómoda – le dije, para que no extrañara. Desde esta ventana se ve la laguna y el camino por el cual viniste. Si vemos venir a tu mamá la llamamos. Seguro salió a buscarte... – le expliqué mientras le acariciaba la cabeza.
        Le di la leche y la acomodé como pude en un colchoncito de plumas que me quedó de cuando mis chicos eran chicos, y la tapé con una mañanita mía. ¿Que qué es una mañanita? Una capita tejida que se pone en la espalda cuando uno se levanta, pero eso ustedes no lo saben porque son muy chiquitos, y ahora ya no se usa. Bueno, no me interrumpan que me pierdo.
        A la mañana siguiente, se tomó otro vaso de leche y le ofrecí llevarla hasta la laguna para lavarle la cara y peinarla un poco. Le dije que así la mami no la vería tan desarreglada, y que después nos íbamos a buscar su casa, nomás.
        Llevamos una toallita de mano y un peine que mi bisabuela Catalina me dio cuando yo era muy chica -¡ya ni me acuerdo cuánto hace de esto! y nos fuimos bordeando los juncos de la laguna, saludando a los sapos que se comen las moscas y escuchando a los pajaritos que cantan a la mañana.
        Andando, andando, llegamos a un lugar muy lindos que es donde yo me peino y me acomodo la peineta y el rodetito, siempre con el peine de la bisabuela Catalina.
- Lindo el peinecito – dijo Berta.
- ¡Ajá! Muy bonito. Yo lo cuido mucho porque es un recuerdo que no quiero perder – le contesté.
Estaba peinándole unos rulos enredados a Berta cuando a fuerza de tirar un mechoncito, el peine hizo ¡zás! y se cayó al fondo de la laguna.
- ¡Uy! ¡Se cayó! – dijo Berta.
- ¿Y ahora qué hacemos? – dije yo.
         Y la verdad es que estábamos ahí turulatas, sin saber qué hacer, porque yo no sé nadar y si tomo frío me duelen las rodillas. Ya me dijo el doctor: “¡Abuela, cuídese del agua que a usted no le hace nada bien!”. ¡Qué dilema! ¿Cómo lo sacamos del agua? Un peine precioso, de carey con borde dorado...
        ¿Y saben quién apareció?
        Mi amigo Genaro, el pez colorado, que se ofreció a colaborar. ¡Es de bueno! Se dio una zambullida y en un periquete lo trajo en la boquita. Y así lo recuperamos.
        ¡Estábamos tan contentas!
        Ahí nomás nos fuimos por el camino, casa por casa, buscando a la mamá de Berta. Preguntamos, preguntamos, pero no veíamos a nadie que hubiera perdido su bebé. Al fin, al doblar el recodo del camino, vimos una casa blanca con techo rosa, llena de flores en los canteros. Berta sonrió llena de felicidad.
- ¡Ésa es mi casa! – gritó.
Casita de la ovejita Berta 
        Y yo me puse tan contenta que se me escapó una lagrimita de emoción.
        Al oír la voz, la madre salió corriendo al jardín y cuando vio a Berta gritó “¡Hija!” y se abrazaron y besaron un buen rato.
        La ovejita contó su aventura, que comenzó cuando la muy pícara se fue corriendo detrás de una mariposa y se alejó tanto que se perdió.
¡Gracias a Dios estás bien! – dijo la mami, que la había buscado por todas partes y ya no sabía adónde buscar. Y gracias a la Abuela Titina.
        Y luego, agradecida, dijo:
- Abuela, ¿cómo puedo pagarle este favor?
¡No, hija! – le contesté – las buenas acciones no se pagan, ¡hay que hacerlas todos los días! 
        Pero la señora, emocionada, sacó del ropero un espejo hermosísimo, ¡con marco de oro puro! y me lo regaló.
        Yo no quería aceptar pero me insistió tanto que me lo llevé, y lo tengo guardado en una cajita, junto al peine de mi bisabuela Catalina. Cuando Berta y su mamá vengan a visitarme, peinaré a la ovejita y la dejará mirarse en el espejo. ¡Es tan linda!
        Y así me vine yo de vuelta a casa, justo para terminar la torta de cumpleaños de mi nietito y pensando que cuando vaya a lo de mi hija, le voy a decir que no le saque a los chicos los ojos de encima.
        ¡Son unos pillos!
Foto de portada Ovejita chiquita - Del sitio   Imágenes Tiernas de Ovejitas
http://imagenestiernas.biz/imagenes-tiernas-de-ovejas/
Foto de la casita de Berta - Del sitio Espacio Hogar.
http://espaciohogar.com/casitas-de-ninos/
Foto del espejo de mano - Del sitio Mercado Libre.
http://articulo.mercadolibre.com.ar/MLA-541019301-muy-antiguo-espejo-de-mano-de-bronce-_JM

¡Compártelo!

No hay comentarios:

Publicar un comentario