La Asunción del Papa Francisco

Un camino que llevó mil años recorrer 
Tal vez hoy, día en que asumió el Papa Francisco al trono más elevado de la Cristiandad, sea un día  que la Historia recuerde como hace mucho no recordamos. Nuestro “Papa Gaucho”, como es para nosotros, dio muestras de su equilibrio, humildad, sensatez, austeridad, en un mundo que hace rato ha perdido estos valores y muchos otros. Pensaremos en conjunto, Uds. y nosotros, algunas de sus virtudes, y veremos, al decir de Eduardo Mallea, de qué Argentina viene este Papa que coloca el mensaje de Francisco de Asís en el centro mismo del Vaticano y su inmenso poder, mil años más tarde de la visita del Poveretto de Assissi a los lujosos templos vaticanos. 
Hacía mucho tiempo que la Argentina no vivía momentos de tanta felicidad y unión. Dividida como está desde hace décadas por criterios ideológicos, económicos y gracias a las malas artes de quienes consideran que, como dice el dicho, es mejor “dividir para reinar”, y que no están en un gobierno puntual sino en varios, sufre en silencio las dificultades de sobrellevarse a sí misma.
Y en medio de la niebla, de repente, surgió una luz. El nombre de José María Bergoglio, Arzobispo de Buenos Aires, nació de boca del anuncio y recorrió la Plaza de San Pedro, y se extendió por todos los medios de comunicación y redes sociales. Pocas noticias, en los últimos años, causaron tamaña sensación. Acostumbrados a las malas nuevas, uno va dejando de escuchar. Hambre, guerras, elecciones, caídas, peleas, nuevos problemas, inundaciones, aludes, aumento del delito, de la droga, de la desocupación, alza del petróleo, aumento de la temperatura global, nuevas enfermedades, ya prácticamente lo hemos oído todo. Creo, incluso, que si aparece Godzilla, será algo que no nos impactará. Tampoco si llegan naves alienígenas.
Pero el efecto que el nombramiento del actual Papa Francisco no tiene parangón en la Historia. Tal vez otros Papas hayan sido nombrados cuando las noticias tardaban en llegar, ya que la globalización no se había consolidado. Tal vez no existieran por aquellas épocas  las famosas “redes sociales”. Pero hoy, en que toda noticia recorre el mundo en un segundo y prácticamente nadie queda excluido de sus efectos, fue una verdadera bomba informativa. Los argentinos mirábamos las pantallas de televisión sin poder creer lo que veíamos, mientras muchos otros sólo atinaron a llorar. Argentina estaba en el Planisferio una vez más. Habíamos vuelto a casa.
Y no sólo volvíamos a existir como país, sino que un país dolido, cruzado por divisiones y problemas, como comentamos en párrafos anteriores, un país que hace décadas viene luchando para no descender definitivamente a la “B” de los listados mundiales, le daba al mundo un tesoro precioso, una joya que llevaba oculta en sus entrañas: el Papa Francisco. Quedamos mudos: teníamos algo para darle al mundo, algo nuestro. Algo bueno.
Claro que no pasaron diez minutos sin que las fuerzas que trabajan incansablemente en las sombras, los que nunca dan la cara, se pusieran a buscar frenéticamente en qué lo podían implicar. De resultas de la actitud que tienen dentro del país, que es la de buscar hasta las amonestaciones que le pusieron a sus oponentes en la escuela, siguieron la misma norma. Basados en criterios infames, buscaron opacar esta designación poniéndose, como siempre, a espaldas del pueblo. Buscaron fotos que eran, pretendidamente, “de Bergoglio dándole la hostia a Videla”, que resultaron falsas. “De Bergoglio caminando al lado de Videla”, donde ni siquiera el monseñor de la foto se le parecía físicamente (tratemos de entender que quien injuria no suele ser muy inteligente, porque la inteligencia es dar la cara y actuar en forma abierta y transparente). “De Bergoglio que es culpable de la desaparición de dos sacerdotes”, cuando se demostró que era mentira y que nada tenía que ver con la desaparición (y posteriormente, aparición) de dos seminaristas.
Pasado ese primer día en que el odio y el resentimiento acumulados en las más oscuras entretelas de la Argentina más nefasta, y decimos nefasta porque jamás da la cara, fue subiendo como la espuma ácida de “La Baba” del poema de Oliverio Girondo, los ánimos se aplacaron, especialmente cuando habló nuestro Nóbel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel, entre otros. Las cosas fueron tomando rumbo hasta que hoy, finalmente, Francisco asumió su Papado y entendemos que hará una obra que pasará a la Historia. Y es Argentino.
Un Pobrecito llega a Roma 
Por eso para nuestro programa será siempre “El Papa Gaucho”. Porque representa los valores más profundos de la argentinidad, los que justamente no se ven. Los valores que se siembran en la tierra húmeda, se riegan con paciencia y amor, y toman el Sol que Dios nos regala todos los días a borbotones. Poco a poco, paso a paso, se va construyendo lo que hoy ve la luz. Amor, humildad, fe, amor a los hermanos, solidaridad, son las semillas. Bergoglio las sembró, hoy Francisco las cosecha. Es la Gloria del Señor.
Y mucho más cuando se recuerda al santo de Asís, al Poveretto Francisco, quien lo abandonó todo por seguir la Luz de Cristo y trató de llevar este mensaje, hace mil años, a las mismas puertas del Papado. Tres veces pidió audiencia el Pobrecito de Asís en 1209 para ver al temido Papa Inocencio III, dueño de un poder inmenso para su época. Cuando fue recibido, Francisco de Asís expuso su regla, que los Cardenales (y especialmente el Cardenal de Saint Paul, quien era juez en peligrosos temas de herejías) rechazaron por “impracticable”. Y al ser “impracticable”, se entendía que “negaba al Evangelio y blasfemaba contra Cristo”, como nos explica Julien Green en su hermoso libro sobre el Poveretto, “Hermano Francisco”.
En la última audiencia, el Papa, siguiendo la recomendación de los Cardenales, le pregunta: “¿Cómo van a vivir? ¿De qué van a vivir sin dinero? ¿Y con qué dinero?”, a lo que Francisco, según nos cuenta Green en su libro, muy fundamentado, le responde: “Señor, me remito a Mi Señor Jesucristo: si él se comprometió a darnos la vida eterna, seguramente no nos privará, en su momento, de lo indispensable para nuestra vida material en esta tierra”. Y agregó: “No hay peligro que mueran de hambre los hijos y herederos del Rey eterno, pues Cristo proveería todo lo necesario para él y para los hermanos que él había engendrado”.  Pero el Papa no quiso ceder, ni reconocer su orden.
Finalmente, Francisco lo convence (a medias), ya que Inocencio III no le da la aprobación formal, pero sí le permite predicar. San Buenaventura, cuarenta y siete años más tarde, describe al Papa como “maravillado por las palabras de Francisco”, y que sí consintió su regla, le dio la misión de predicar y mandó a hacer pequeñas tonsuras a todos los laicos compañros de Francisco para predicar la palabra de Dios sin ser perturbados. Pero la regla no encontró aprobación escrita. Ni encontró un cambio en los valores de una Iglesia Medieval, poderosa e implacable.

El tiempo histórico va pasando 
Para un Universo que tiene 13.700 millones de años, según calculan los científicos, es probable que mil años no represente mucho tiempo. Pero para el alma humana, mil años de Historia son mil años de luchas, guerras, imperios, invasiones, pestes, nacimientos de culturas, caídas, descubrimientos, conquistas, revueltas. Mil años representa mucho tiempo para un humano, y significan muchos cambios. Para bien y para mal.
Mil años más tarde de la visita de Francisco a Roma, otro Francisco llega allí, llevando su mensaje. Quien fuera despedido en 1209 con buenos deseos y augurios, pero no con mucho más que eso, hoy vuelve en el mensaje de José María Bergoglio. El mundo va cambiando, pero el mundo no olvida, porque lo malo, pero también lo bueno, va quedando en la Historia. Va abriéndose camino, despacio, demasiado despacio quizá, pero se va abriendo camino.
El mundo ha cambiado. Hace mil años, “ser hereje” era comprar un pasaje sin regreso a ser quemado públicamente, a ser torturado y quemado vivo. Hoy, luego de tantas luchas y sacrificios, todos podemos pensar libremente. Hay quien fue a verlo al nuevo Papa Francisco, y hay quien no fue. Hay quien lo apoya, y hay quien no. Hay quien puede tener una opinión diferente, tanto de la Iglesia como de su doctrina. Bienvenida la libertad, que al fin nos enseñará la tolerancia que jamás tuvimos.
El Argentino Invisible
Lo increíble es que justamente este Papa Francisco viene de un país como la Argentina, que se debate siempre en la misma pregunta que jamás termina de responder: ¿cuándo fue que empezamos a estar mal? ¿Cuándo nuestro país empezó a decaer? Una y otra vez asistimos a este debate eterno, cuyas respuestas, como el tejido de Penélope, se tejen y destejen sin teminar nunca una tela defnitiva.
Las opiniones son diversas, no podemos consignarlas todas aquí. Pero sí podemos nombrar al elemento común que las recorre, desde el principio de nuestra nacionalidad o tal vez desde mucho antes: la intolerencia. He pasado sobre este suelo ya medio siglo, y en ese medio siglo vivido sólo he  escuchado palabras de intolerancia. Siempre hay alguien que está a favor de, y que mataría (literalmente) a otro por estar a favor de. Lo hemos escuchado hasta el cansancio. Reales o ficticios, estos supuestos criterios siempre antagónicos, siempre intolerantes (visceralmente intolerantes) nos van enfrentando y van consumiendo nuestros mejores esfuerzos. Porque mientras los enfrentamientos continúan, los de siempre se quedan con la mejor parte del asado, dejando sólo los huesitos pelados para la gran mayoría.
Un país rico, lleno de virtudes, de climas, de lugares hermosos que todos quieren conocer, es el reino de la intolerancia. Lo hemos visto en estos días, y no dudamos que lo volveremos a ver. El Papa poco podrá hacer frente a esto. Tendrá, desde hoy, sus propios problemas que atender, que no son pocos, en un mundo complejo y postindustrial, superpoblado y con hambre.
Pero creemos que este Papa recurrirá a sus mejores armas, que son las de venir, como diría Eduardo Mallea en “Historia de una Pasión Argentina”, de una “Argentina Invisible”. Mallea habla de una Argentina visible, barullera y falsa de toda falsedad, ventajera y por qué no agregarlo de nuestro coleto, corrupta. Una Argentina que intenta vivir una vida que no le corresponde, una riqueza por la que no ha trabajado, mostrando unos blasones que no son más que oropel. Siempre irresponsable, siempre  en el temido “país de las excusas”. Siempre contra la ley. Siempre a favor del más fuerte, nunca del mejor.  Y siempre, siempre, olvidando lo fundamental, lo que está en la base, que es la Argentina verdadera, de donde creemos y nos atreveríamos a afirmar, viene nuestro Francisco.

“Lo que llamo argentino invisible no es, simplistamente, el hombre de campo en contraposición al hombre de la ciudad. La diferencia estriba en que existe un hombre cuya fisonomía moral es el de nuestras ciudades y otro cuya fisonomía moral es el de nuestra naturaleza natural. No importa que quien entrañe esta última viva en la ciudad, ni importa que aquel que tiene la fisonomía moral de nuestras ciudades viva en nuestro hinterland… Es esa imperturbabilidad activa, su esencia, lo que me atrae inmediata y vehementemente hacia el argentino –llamémosle todavía así- invisible. Naturaleza fuerte y a la vez sensible, carece del alarde físico de ciertos héroes engañosamente exaltados por la imaginación popular, pero su coraje interior es lo que tiene en él temple y calidad perdurable. Una cualidad moral, una cualidad interior, un valor inmanente y más que físico, condiciones sobre las cuales la voluntad de crear crea con solidez, como sobre una roca, y no endeble transitoriedad como lo que crea aquel cuya planta moral vegeta en el aire” (Eduardo Mallea, “Historia de una Pasión Argentina”).

Valores morales que son un tesoro

“Cuando un hombre invisible fue para mí visible, cuando me acerqué en la ciudad capital y en las ciudades del interior a su continente grave sin solemnidad; silencioso sin resentimiento; alegre sin énfasis; activo sin angurria; hospitalario sin cálculo de trueque, naturalmente pródigo; amigo de los astros, las plantas, el sol, la lluvia y la intemperie; pronto a la amistad, difícil a la discordia; humanamente solidario hasta el inesperado y repentino sacrificio; lleno de exactas presciencias y zumos de sabiduría, simple sin alarde de letras; justo de fondo, más amigo del bien directo, de la ecuanimidad del corazón que del prejuicio teorizador; viril, templado en su vehemencia, tan morigerado en la vida –morigerado en sus codicias- que no le espanta con su ademán la muerte- pues nada le arrebata que no haya ofrecido antes con humana dignidad-; cuando me acerqué a ese hombre –y lo vi siempre solitario ante una tierra que lo circundaba sin proporción, dándole sólo sufrimiento no sólo material sino de espíritu- creí con alegría haber hallado el cogollo vivo de mi tierra. Fue una experiencia que no puede compararse sino con el gozo extraño de hallar de pronto el objeto de un vago y hasta entonces no localizado amor. ¿Qué angustia no cede, dejando en lugar de su borrascoso vacío un cuerpo, en el momento de hallar una fuerza encarnada sobre la cual depositar nuestra esperanza en disponibilidad, nuestra confianza errante en estado de penuria?”
“Ví a esos hombres, hablé con esos hombres, ausculté conmovido esos conciencias que no habían desertado su relación de mutua fertilidad con la tierra y los otros hombres. Nada encontré en ellos que fuera imprevisible, pues la corriente interior de nuestra formación como país tenía el mismo caudal químico en el que daba ahora este precipitado”.
“En ellos residía sobreviviendo una causa espiritual eminentemente argentina, un sentido de la existencia. Privativo de ellos, propio y auténtico. Y a ese sentido le llamé: una exaltación severa de la vida”.
“Propia del argentino profundo, del verdadero, del que es raíz humana y no follaje, garrulería y representación” (Eduardo Mallea, “Historia de una Pasión Argentina”, “El país invisible”).
Lo que nace en Argentina y se expande 
En nuestra opinión, tal vez estos valores morales se acerquen (y nos acerquen) más a nuestros hermanos latinoamericanos verdaderos. En lo personal, creo que estos valores firmes, perennes, de lucha silenciosa, se ven en todo el Continente Americano. Hay una Argentina y hay una América Latina de donde surge Francisco. Una América acostumbrada a batallar con los problemas, a sobreponerse a las dificultades y a los obstáculos inventados por otros para que un Continente que brilla como una esmeralda esté siempre al arbitrio de otros. Para eso es necesario poner siempre palos en la rueda. Quien vive aquí, en América, lo sabe de sobra.
Enfrentando esta realidad, Francisco llega a Roma. Se fue de aquí con una valijita y unos zapatos gastados con cordones. No necesitaba más para llevar el mensaje de aquel Pobrecito de Asís. También lleva la formación intelectual que su país le dio, lleva su inteligencia y su bondad, que son personales. Y lleva la emoción y la sensibilidad de los pueblos de nuestro Continente.
Y si nos fijamos bien, emoción, inteligencia, sensibilidad, formación intelectual, son valores intangibles. En un mundo materialista, son valores que no suman, que no pesan, que no pueden ser acumulados ni depositados en ningún banco. No pueden ser comprados ni vendidos, sólo comunicados y compartidos. En un gran tesoro llevar a Roma aquello que nadie te puede quitar. Es un gran tesoro que no pesa, porque lo que pesa no deja volar.  Es un tesoro que da alas. Un tesoro inmaterial que vale más que el oro.
Aquello que la Argentina y un Continente le dio, Francisco deberá ponerlo por obra.
No será fácil. Depende de nuestra ayuda, todos los días, día a día.
El viaje del Pobrecito de Asís, mil años más tarde, llegó a destino.
Fuente: Eduardo Mallea, Wikipedia.
http://es.wikipedia.org/wiki/Eduardo_Mallea
Fuente: Muerte en la Hoguera, imagen de Juana de Arco.
http://es.wikipedia.org/wiki/Muerte_en_la_hoguera
Fuente: Imágenes de liturgia.
http://www.statveritas.com.ar/Libros/Libros-INDICE.htm

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